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2016, un año de mentiras
Mié, 28/12/2016 - 09:33

Barbara Wesel

La UE y la victoria de Tsipras, la opereta continúa
Barbara Wesel

Barbara Wesel, corresponsal de DW en Bruselas.

El que culmina fue el año del shock; uno de los peores que yo recuerde. Mi confianza en el desenvolvimiento predecible de la Historia se esfumó por completo. Destruidas quedaron mi confianza en que nuestro futuro será garantizado por nuestra cohesión como comunidad –a pesar de la lentitud con que Europa se mueve–, mi fe en que los países se desarrollarán siguiendo el camino de las democracias liberales y mi certeza de que tanto nuestras instituciones como nuestro talante civilizado pueden moderar el debate político. Aquí estoy, atónita frente a los escombros de mi percepción del mundo.

La ruptura del dique: el "brexit”

Todos se equivocaron: las encuestadoras, los apostadores y los analistas políticos. El resultado del plebiscito de aquella noche de junio, en el que la mayoría de los ciudadanos británicos decidieron abandonar las filas del bloque comunitario fue como un terremoto. La propaganda voceada por los enemigos de la Unión Europea (UE) alcanzó su objetivo. La gente creyó todos los disparates: que cientos de millones de libras fluirían hacia las arcas del sistema de salud, que los acuerdos de comercio con el resto del mundo serían más fácil de sellar y que el "brexit” traería consigo un boom económico. Que yo recuerde, esa fue la primera vez que una campaña de mentiras flagrantes tuvo tanto éxito.

A estas alturas todos tienen claro que salirse de la UE será difícil y perjudicará a todos los implicados. Y la cuenta la van a pagar precisamente los británicos que apoyaron esa moción: los de las regiones más deprimidas del país insular, los del norte del Reino Unido, los que votaron movidos por la nostalgia política, por el anhelo de regresar a un pasado en que, según ellos, todo era más sencillo y fácil de comprender. Tras la celebración del referendo en cuestión constatamos que los entusiastas del "brexit” tendían a ser personas de mayor edad y menor formación; pero estos "perdedores del juego de la globalización” terminaron convirtiéndose en un factor político determinante.

Después de ese hito, Europa dejó de sentirse segura de sí misma. El proyecto de paz que marcó las décadas pasadas fue puesto en duda. En el Viejo Continente, la disposición de los vecinos a hacer concesiones y adquirir compromisos está menguando, el hecho de articular la palabra "solidaridad” es percibido como una afrenta y el nacionalismo, el fantasma de las últimas dos guerras mundiales, es conjurado de nuevo.

Autócratas por doquier

Pero mirar hacia fuera por las ventanas de Europa da el mismo escalofrío que mirar hacia dentro: en Turquía, el presidente Erdogan instrumentalizó una intentona golpista en su contra para instaurar una dictadura, recurriendo a purgas y detenciones arbitrarias masivas con miras a ampliar sus cuotas de poder. Mientras tanto, Bruselas continuó aferrándose a su pacto con Ankara, el que pone en manos de Turquía la retención de quienes aspiran a obtener asilo en la UE. La unión clama por mantener abierta la comunicación con Erdogan cuando ya no hay nada más que discutir con él: el reformador devenido autócrata.

También en el corazón de la UE hay enemigos del proyecto comunitario. Y desde hace mucho. Durante años, Viktor Orban ha estado desmantelando las instituciones democráticas de Hungría y malquistando a Europa Oriental contra Occidente sin que nadie se lo impida. Y en Polonia, el ex primer ministro Jarosław Kaczyński le sigue los pasos a Orban: paso a paso desmonta las libertades y los derechos civiles frente a la mirada impotente de los demócratas en Bruselas y Estrasburgo. Hace poco, el expresidente polaco Lech Wałęsa le exigió a la UE que expulsara a su país de su seno; pero ella no puede hacerlo porque sus propias reglas la tienen de manos atadas.

Como si ese estado de cosas fuera poco, Europa tuvo que ocuparse también de Donald Trump cuando lo inimaginable se hizo realidad en noviembre; es decir, cuando el sistema electoral estadounidense hizo posible el ascenso a la presidencia de un magnate de opaco pasado, carácter impredecible y nula experiencia política. Desde entonces es imposible dar por sentada la cohesión de Occidente, la permanencia de la OTAN, la solvencia de esa alianza como entidad defensora y la firmeza de la democracia en Estados Unidos. También allá levantaron su voz las "víctimas de la globalización”… y, junto a ellos, toda clase de extremistas de derecha, de racistas, de islamófobos y de misóginos. Frente a la amenaza que representa Trump como líder de una nación como Estados Unidos, Europa haría bien en cerrar filas. Por desgracia, muy pocos parecen estar conscientes de la gravedad de la situación. Angela Merkel está entre los que perciben el peligro.

Putin, "el Padrino”

Al fondo, entre las sombras, Vladimir Putin se frota las manos. Los populistas de derecha le hacen la corte y aceptan su dinero. Cabe preguntarse si los simpatizantes del Partido de la Libertad de Austria (FPÖ) tienen claro lo que esa formación fue a buscar en Moscú y si realmente desean ver a su país convertido en una provincia más del nuevo gran imperio ruso. Emulando al FPÖ, también los dirigentes de la ultraderecha de Francia y los Países Bajos se esmeran en acercarse a Putin, mientras el "hombre fuerte” del Kremlin echa mano a la propaganda y los ciberataques con miras a subvertir el orden en Europa.

El barniz de la civilización es una capa muy delgada y la amplia gama de populistas a la vista –que va desde personajes como el británico Nigel Farage hasta partidos como Alternativa para Alemania (AfD)– está poniendo a prueba su resistencia constantemente. Como muestra, un botón: Farage tantea los límites de lo tolerable al tachar de extremista al esposo de Jo Cox, la parlamentaria británica que, por oponerse al "brexit”, fue asesinada por un neonazi delirante. Otro ejemplo: para criticar la política de asilo de Angela Merkel, Marcus Pretzell, dirigente de la AfD, usó el reciente atentado contra un mercadillo navideño berlinés. En ambos casos, la única regla del juego político vigente es que ni los hechos ni la decencia tienen importancia alguna. Joseph Goebbels estaría orgulloso de sus alumnos.

¿Y ahora qué?

Pese a todo, todavía podemos ofrecer resistencia. En Austria se hizo evidente que los electores liberales son susceptibles de ser movilizados: fueron ellos quienes impidieron el triunfo del candidato presidencial del FPÖ, Norbert Hofer. Y en Polonia, la oposición lucha con fuerza contra el desmontaje de la democracia. Cualquiera que perciba los escenarios de 2016 como modelos de futuro indeseables puede y debe involucrarse en la defensa de la democracia liberal. Y comprometerse pasa por ponerle un alto a los Farage y a los Pretzell de este planeta.

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