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A 95 años de Charles Bukowski, los perdedores también tienen la palabra
Vie, 18/09/2015 - 13:53

Claudio Pereda Madrid

La batalla de la avenida que abre heridas en Chile
Claudio Pereda Madrid

Claudio Pereda Madrid es sub editor del sitio LifeStyle. Con estudios de magíster en Ciencias Políticas (Academia Nacional de Estudios Políticos y Estratégicos, Anepe, Chile) y Estudios Latinoamericanos (U. de Chile), se ha desempeñado en las secciones Economía (Las Últimas Noticias), Cultura (La Nación) y Reportajes (La Tercera), además de la radio Cooperativa y revistas Rock&Pop y Zona de Contacto, entre otros medios chilenos. Es fundador de la revista Cultura y Tendencias. Posee también experiencia como profesor universitario en Comunicación Estratégica y Periodismo de Investigación. Sus cuentas en redes sociales: @peredamadrid y @RevistaCyT

En su larga y sinuosa vida de 74 años, Bukowski bebió, escribió e hizo todo lo que pudo. Y, al parecer, su actuar fue arduo en todos los campos porque Hank (como le gustaba que lo llamaran) deambuló al límite y su pluma fue lo único que lo salvó de la muerte prematura.

Lo que no pudo ni el alcohol, ni la cesantía, ni la vagancia, ni la vida paupérrima de la primera parte de su existencia, sí lo pudo la leucemia que un día de marzo de 1994 le provocó una letal neumonía.

Justo cuando el autor de “Factotum” había aquilatado la monogamia (gracias al amor de Linda, una mujer treinta años menor que él), había centrado sus gustos etílicos (abandonando los licores baratos por vino blanco del Rhin) y había encontrado un atractivo mercado editorial que le daba un pasar tranquilo (“he publicado sólo en editoriales pequeñas porque no quiero forrarme en plata, sólo quiero vivir cómodo”, escribió).

La vida de Hank estaba destinada al fracaso y al absoluto anonimato. Nació en la ciudad alemana de Andernach en 1920, mientras su padre cumplía labores en el ejército estadounidense, pero a los dos años su familia se trasladó nuevamente a tierras gringas, a la ciudad de Los Ángeles, y la situación comenzó a ponerse muy dura en la medida que crecía.

Con un padre afectado por la presión social que no soportó, obsesionado por aparentar, la violencia se enquistaba día a día en su hogar. Charles recibía palizas por los motivos más diversos e insignificantes, lo que fue convirtiéndose en un paisaje demasiado cotidiano, mientras su madre sólo observaba y asentía.

En ese crudo contexto Charles encuentra dos refugios contradictorios y extrañamente potentes: el alcohol y la biblioteca estatal. El primero le da valor para soportar su entorno y la segunda le abre las perspectivas, le hace mantener una esperanza de que posiblemente hay otro camino por recorrer. 

A estos dos aspectos, Bukowski agrega un tercero: el cinismo. Su literatura cruda y de estética poco pulcra es, sin embargo, una lírica de la hipocresía como respuesta crítica y como receta para sobrevivir en un sistema que no hace más que oprimir.

Leía “Resistencia, rebelión y muerte” de Albert Camus y le parecía que el autor europeo “hablaba de manera tan florida de la angustia, del terror y de la miserable condición del hombre, que tenía la sensación de que él escribía después de acabarse una buena cena con un excelente vino francés”.

Por eso es que Hank es un radical: “Un intelectual es un hombre que dice una cosa simple de un modo complicado; un artista es un hombre que dice una cosa complicada de un modo simple”, escribió.

Comenzaba así a madurar su breve pero contundente teoría literaria cuando conoce al editor John Martin, quien –luego de verlo padecer por años como repartidor de cartas y de conocer la historia de esa úlcera sangrante que casi lo mata a los 35 años- le ofrece un salario estable si a escribir, trato que Charles no piensa dos veces, teniendo ya más de 40 años.

De sus atestados armarios, de los repelentes rincones de su pieza, comenzaron a ordenarse las hojas revueltas de poemas y relatos que hablaban sin pudores, con ironía y humor, con crudeza y sin muchos sinónimos elegantes, de la vida real de los marginales, con un lenguaje que no ocultó nunca el alcoholismo del cual surgían ni el nihilismo que los inspiraban, revelando el reverso de ese Los Ángeles lujoso y turístico.

Así, a pesar de todo, llega de manera milagrosa la segunda parte de su vida, en la que Bukowski no sólo agradece haber sobrevivido, sino que agradece la existencia que le tocó pasar. “No has vivido/ hasta no haber estado/ en una pensión de mala muerte/ con nada más que una ampolleta/ y 56 hombres apretujados en catres/ y todo el mundo roncando a la vez”, anota en un verso. 

En la medianía del camino entre los 40 y los 50 comienza, al fin, a vivir de la literatura, tal como lo soñó miles de veces antes de dormirse en la pequeñez de lo que le alcanzaba.

Escribe en revistas under que, a pesar de su pequeño radio de acción, logran caer en un activo boca a boca y los puntos de vista de Charles comienzan a darse a conocer, publica relatos, edita libros, todo en tirajes que nunca sobrepasaron los mil ejemplares, pero fue así que se construyó su activo y compacto círculo.

El mayor atractivo de su literatura es que escribe desde los seres perdidos, esos que no suman ni restan. El crítico y compilador literario Russell Harrison acota que “Bukowski más que ser un escritor confesional o rezagado beat, incluso más que un contracultural, es un literato proletario, no en el sentido marxista, sino en el sentido del hombre que habla de la vida de las personas de la clase trabajadora, de la gente de la calle, los obreros, las prostitutas, los pordioseros, la gente común y corriente que está y siempre ha estado fuera del sueño americano”.

A pesar de sus ripios, a pesar de sus miserias, Bukowski es un ejemplo de que los perdedores también tienen la palabra. Como el mismo lo resumió en un poema: “Estoy muerto, aunque sé que la muerte no es así”…

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