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Alemania, Grecia y el euro
Lun, 20/07/2015 - 09:58

Farid Kahhat

Las buenas noticias que trae el fallido atentado a Times Square
Farid Kahhat

Peruano, doctor en Relaciones Internacionales, Teoría Política y Política Comparada en la Universidad de Texas, Austin. Fue comentarista en temas internacionales de CNN en español, y actualmente es profesor del Departamento de Ciencias Sociales de la PUCP (Perú) y analista internacional.

Buena parte de lo que alguna vez leyó sobre la crisis griega (V., que el Estado griego asumió deudas impagables, que mintió sobre las cuentas públicas,  que su actual gobierno alienó a la virtual totalidad de sus socios de la zona Euro, etc.), es cierto. Pero no es ni por asomo toda la verdad, y no todo lo que leyó sobre la crisis griega es cierto. En particular, no es cierta la presunción según la cual el gobierno alemán ha sido paciente y generoso en demasía con los estropicios de su par griego.

Grecia tuvo crisis de endeudamiento en el pasado pero con una moneda propia. Podía entonces generar inflación para reducir el valor real de su deuda en moneda nacional o devaluar para hacer más competitivas sus exportaciones. Pero ahora posee el Euro como moneda y la gestión de esta, al igual que el acceso irrestricto a los mercados de la Unión Europea (UE), explican en gran medida el desempeño de las exportaciones alemanas: la UE representa cerca del 60% del comercio exterior alemán, pero da cuenta de cerca del 80% del superávit comercial que ostenta ese país. Y antes de la moneda común, esos superávits no representaban alrededor de 7% del producto, como ahora: durante la década del 90 (el Euro circula desde 1999), los superávits comerciales de Alemania solían ser menores al 1% del producto (en parte porque cuando estos crecían, el Marco tendía a revaluarse). En un país en el que las exportaciones representan un 40% del PIB, eso explica el buen desempeño de su economía durante tiempos turbulentos para sus socios comerciales. Es decir, los superávits comerciales alemanes no son únicamente producto de la mayor productividad de sus empresas, sino también de diseños institucionales que favorecen a ese país.  

De otro lado, si la mentiras del gobierno griego causaron real resquemor en el gobierno alemán, este debió comunicárselo oportunamente a quienes le mintieron: el partido Nueva Democracia (socio de la Canciller alemana en el Partido Popular Europeo), y al Movimiento Socialista Panhelénico (socio del Vice-Canciller alemán en el Partido Socialista Europeo). Si esperó más de un lustro para enrostrarlas, es por la negativa del gobierno de Syriza a continuar con las políticas adoptadas por sus predecesores. 

En 2013, el propio FMI reconoció que esas políticas habían provocado que “la economía se encontrara en una recesión mucho más profunda de lo esperado”. Y el FMI no exagera al emplear el superlativo: según sus previsiones el PIB griego en 2014 debía ser igual en términos reales al de 2009, cuando de hecho se contrajo en cerca de 25%. Por esa razón pese a reducir su déficit fiscal y realizar pagos por el servicio de su deuda, cinco años después de iniciada la aplicación de las medidas sugeridas por el FMI, el BCE, y la Comisión Europea, el ratio representado por la deuda griega como proporción del PIB (que es a fin de cuentas lo que se busca reducir), era mayor que al inicio: subió de 148 a 175%. Por eso, pese a las torpes tácticas negociadoras del gobierno de Syriza, su posición según la cual sin crecimiento económico ni reestructuración de la deuda esta última era impagable, parecía razonable. Prueba de lo primero es la experiencia estadounidense bajo Obama (quien inicialmente aplicó un programa de estímulo al crecimiento, lo cual contribuyó a una reducción progresiva del déficit fiscal como proporción del PIB). En cuanto a la reestructuración de la deuda griega (es decir, ampliación de plazos y reducción de intereses), tanto el FMI como la Secretaría del Tesoro de los Estados Unidos la plantean ahora como una necesidad

Volviendo a las mentiras de sucesivos gobiernos griegos, todos oímos historias sobre jubilaciones doradas a temprana edad u hospitales que contrataban más jardineros que enfermeras.  Pero ahora se pretende que creamos que nadie se preguntó de dónde provenían los fondos. Porque para creer que nadie se dio cuenta de que el déficit fiscal griego en 2009 superaría en más de 400% las previsiones oficiales, habría que suponer que en Europa no operan empresas calificadoras de riesgo, nadie encarga jamás una auditoría, o que los bancos privados y el FMI (que no tiene problemas en detectar una manipulación proporcionalmente menor de las cifras de inflación en la Argentina), carecen de unidades de investigación. Más aún, habría que suponer que el gobierno alemán ignoraba el grado de exposición de sus bancos a la deuda griega, o su contribución a la creación de una burbuja inmobiliaria en España. 

Sugiero que todos fingieron una cándida ignorancia, por la misma razón que los bancos estadounidenses subestimaron en su momento los riesgos implícitos en los créditos hipotecarios sub-prime. De un lado, suponían que podrían librarse de acreencias onerosas a través de, por ejemplo, instrumentos derivados. De otro lado, contaban con que el gobierno no evitaría el riesgo moral: es decir, les permitiría correr grandes riesgos para obtener grandes ganancias, pero si esos riesgos les reventaban en la cara, socializaría parte de sus pérdidas con dinero de todos los contribuyentes. Por ejemplo, el primer paquete de “ayuda” a Grecia regresó en su virtual totalidad a los países de origen, dado que gobiernos como el alemán prestaron dinero al gobierno griego para que a su vez este pagara sus deudas con bancos alemanes. De esa manera acreencias privadas se convirtieron en acreencias públicas, politizando en extremo las negociaciones ulteriores. 

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