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Cambios para no cambiar nada
Mié, 24/09/2014 - 07:26

Mario Antonio Sandoval

Elecciones en Guatemala: el mapa político entre Patriota y Líder
Mario Antonio Sandoval

Mario Antonio Sandoval Samayoa es periodista, escritor y comunicador social. Es miembro de la Real Academia Guatemalteca de la Lengua, correspondiente a la RAE, y ha sido dos veces presidente de la Asociación de Periodistas. Ha escrito dos libros, varios ensayos y es columnista estable de Prensa Libre (Guatemala).

Una frase repetida, proveniente del libro El Gatopardo, del italiano Giuseppe Tomasi di Lampedusa, escrita en 1958, reza: “hay que hacer algunos cambios para que no cambie nada”. Esto viene a cuento con el caso de la destitución del ministro de Salud Pública, doctor Jorge Villavicencio, quien ayer fue destituido por el presidente Otto Pérez Molina.

Esa cartera tuvo durante el principio del gobierno al doctor Francisco Arredondo, quien sabiamente decidió renunciar a las pocas semanas, cuando se dio cuenta de la realidad de ese ministerio, el cual se parece a todos los demás en el tema de la obligación de pagar las deudas políticas contraídas cuando los candidatos se encuentran en la lucha por ganar las elecciones.

Ciertamente, la capacidad personal y el deseo de trabajar de manera adecuada son dos de los más importantes factores de todo trabajo, incluyendo cualquiera de los de la burocracia. Cuando una persona incapaz se hace cargo de una tarea, los resultados negativos, contraproducentes o nefastos —y a veces una mezcla de ellos— prontamente salen a la luz y comienzan las críticas, así como también las actitudes de protección provenientes de las autoridades superiores, con el objetivo de proteger a quien es señalado de cualquier yerro o acción ilegal. Esto ocurre y ha ocurrido en todos los gobiernos de todos los países donde el trabajo del servicio público no es una actividad profesional, sino improvisada por las circunstancias politiqueras.

Aún en el caso de llegar una persona correcta, cuya meta es trabajar dentro de la legalidad, pronto esa realidad politiquera se impone. Ante esto, quienes llegan a los puestos pronto se preguntan si es lógico exponerse al desprestigio, pues mientras más alto es el sitio donde se encuentra, mayor es el nivel de responsabilidad, aunque no necesariamente exista culpabilidad. Existen otros factores adversos muy distintos, como por ejemplo el papel de los sindicatos, la manera como son escogidas las empresas proveedoras de servicios y de medicinas —en este caso. Ante este maremágnum, es explicable la dificultad de encontrar personas con la serie de características necesarias y además dispuestas a ser víctimas de presiones de todo tipo.

El cambio de la cabeza de un ministerio no necesariamente significa un mejoramiento en el servicio prestado. En el ejemplo de la cartera de Comunicaciones, una sola persona no podrá controlar las múltiples fuentes de acciones ilegales. Los resultados están a la vista cuando pasa el tiempo: así como las malas medicinas tienen efectos secundarios a veces no inmediatos, en el caso de los caminos y las escuelas, los efectos de la mala calidad de los insumos utilizados se notan después. No sería justo señalar solo a estos dos ministerios, pues los demás también tienen los riesgos indicados. En el caso del Estado guatemalteco, es su organización la necesitada de cambio, junto con la sustitución de quienes no ha hecho bien su tarea.

Desde hace tiempo, en Guatemala uno de los problemas más difíciles de solucionar es la integración del equipo de gobierno. Los partidos, todos, carecen de cuadros capaces y deben echar mano a quienes están cerca porque dieron pisto para la campaña. He sido testigo de cómo las condiciones para escoger a los ministros se van volviendo menos complicadas, pues nadie quiere aceptar. Otro factor causante de complicación adicional lo constituye el momento del cambio. De hecho, el gobierno ya comenzó su último año, pues la atención de los ciudadanos se centra en los vaivenes de la campaña política, iniciada con bombos y platillos el domingo pasado por el partido oficial. Se cambia algo, pero de hecho no es posible ni se desea realizar cambios.

*Esta columna fue publicada originalmente en PrensaLibre.com

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