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Caricatura y política: un ejemplo, la Isla Presidencial
Vie, 13/09/2013 - 10:44

Sébastien Dubé

Caricatura y política: un ejemplo, la Isla Presidencial
Sébastien Dubé

Sebastián Dubé posee un Doctorado en Ciencia Política de la Universidad de Montreal (Canadá). Es director de Bachillerato y Profesor de Ciencia Política en la Universidad Diego Portales (Chile). Sus intereses de investigación son la política latinoamericana y las relaciones internacionales.

El presidente de Chile, Sebastián Piñera tropieza con escombros en una construcción y diez minutos más tarde circulan en las redes sociales montajes realizados con la foto del accidente. Algunas son grotescas y se burlan del individuo; otras son más cargadas de algún contenido político. En los mismos días, el presidente de Estados Unidos y Premio Nobel de la Paz, Barack Obama, abre la puerta a una intervención militar en Siria y el mismo fenómeno ocurre. Un sinnúmero de individuos combina el humor y la crítica para llamar la atención sobre lo que conciben como una ironía, una contradicción o una aberración de la política y de sus actores.

Criticar y/o burlarse de los políticos parece ser una actividad tan antigua como la política misma. Obviamente, con el paso del tiempo, esta actividad se ha ido adaptando a los medios de la época. Se dice que la caricatura política como arte remonta al siglo XVI. Ya en el siglo XIX varios diarios impresos tenían su caricaturista. Cualquier persona que se interesa por la historia de las relaciones entre Estados Unidos y América Latina quedará más de una vez impactada por los preconceptos, el paternalismo y la arrogancia que han podido tener ciertos medios del Tío Sam hacia Latinoamérica, en los siglos XIX y XX. Claramente, esas características solían parecerse al tono de la política exterior que tenía este país hacia la región.

Como antes, hoy día la caricatura política puede informar, divertir, provocar una reflexión o criticar más directamente. La caricatura puede ser un guiño amigable a un político, como una denuncia ácida contra un líder o un régimen. Puede ser una simple burla para sacar una sonrisa en la mañana, o como lo recuerda Amnistía Internacional, puede ser un arma potente. Potente tanto para los ciudadanos como para los políticos, conscientes del poder de la imagen. Se sabe por el autor francés John Grand-Carteret, que 115 años atrás ya Napoleón Bonaparte tenía una estrategia de “propaganda iconográfica”.

Gracias a los avances de la democracia en el mundo en general, y en Latinoamérica en particular, la cual tiende a proteger el derecho a la libertad de expresión, la libertad de prensa y el derecho a la crítica, la caricatura política moderna sigue hablándonos de la actualidad en el mundo. Los formatos y los espacios que utiliza, obviamente, se han multiplicado.

En América Latina, en los últimos años se ha destacado la aparición de La Isla Presidencial, una serie creada en 2010 por venezolanos y que lleva unos nueve capítulos y millones de visitas en Youtube. Especie de “Lost” de presidentes latinoamericanos que conviven en una isla desierta, la serie divierte y critica la política en la región por la vía humorística. Su enorme éxito se debe tanto a la investigación audaz y alerta de sus creadores, como a los rasgos de los políticos que gobiernan a la región latinoamericana en la actualidad. De alguna manera, los caricaturistas simbolizan en capítulos de seis minutos varias críticas que uno ve diariamente en encuestas de opinión o en declaraciones polémicas de los mandatarios.

Si el éxito de la caricatura se mide por las reacciones que provoca, el último capítulo subido hace un mes, “El pajarito de Maduro”, obtuvo su premio al suscitar hasta reparos del presidente venezolano Nicolás Maduro. En un acto público el presidente declaró “no ser tan bruto, ni gordo”, como lo presentan en un capítulo inspirado en las declaraciones que realizó cuando confesó que el espíritu de Hugo Chávez le había hablado a través de un pajarito.

Aunque pueden ser inútilmente grotescas o ofensivas, las caricaturas políticas recuerdan que los líderes políticos son humanos, certeramente con tics pero también con responsabilidades y obligaciones que conviven con el cargo que ocupan. A la altura de La Isla Presidencial, la caricatura toma la forma de una crítica legítima que subraya algunos rasgos de los líderes que inciden en la vida política: el egocentrismo de Cristina Fernández, el papel de la televisión en México o la ideología de mercado en la educación de Sebastián Piñera.

De esta manera, ciertas caricaturas no sólo divierten, sino informan o recuerdan temas públicos que no son anecdóticos o menores. En ese sentido, mientras los políticos –voluntaria o involuntariamente– nos siguen dando tantas razones para reírnos o indignarnos, la caricatura cumple una función complementaria a la información más tradicional. Por lo mismo también sigue molestando. En marzo pasado, en la misma Venezuela de Maduro, Amnistía Internacional lanzó una campaña para condenar las amenazas que sufre la caricaturista del diario El Universal. Lo que nos recuerda que la caricatura puede ser poderosa y que no siempre provoca la risa.