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Charlie Hebdo y el islamismo
Vie, 09/01/2015 - 10:33

Pascal Beltrán del Río

Elección 2012: el qué y el cómo
Pascal Beltrán del Río

Pascal Beltrán del Río Martin es periodista mexicano, ha ganado dos veces el Premio Nacional de Periodismo de México en la categoría de entrevista, en las ediciones 2003 y 2007. En 1986 ingresó en la entonces Escuela Nacional de Estudios Profesionales Acatlán de la Universidad Nacional Autónoma de México, donde se licenció en Periodismo y Comunicación Colectiva. De 1988 a 2003 trabajó en la revista Proceso; durante este tiempo publicó el libro Michoacán, ni un paso atrás (1993) y fue corresponsal en la ciudad de Washington, D.C. (1994-99), además de Subdirector de Información (2001-2003). Fue dos veces enviado especial en Asia Central y Medio Oriente, donde cubrió las repercusiones de los atentados terroristas de septiembre de 2001 y la invasión de Irak.

Cuando, en septiembre pasado, el vocero de la organización terrorista Estado Islámico llamó a los musulmanes que viven en Occidente a matar a los “infieles” como fuera y donde quiera que los encontraran, hizo un apunte que seguramente prendió los focos de alerta en París.

“Especialmente -dijo- a los despreciables y sucios franceses”.

Las fuerzas de seguridad de Francia hicieron lo que pudieron para desactivar varias amenazas terroristas en semanas recientes, pero el ataque contra la revista satírica Charlie Hebdo ha puesto de manifiesto que es mucho menos difícil pelear contra un grupo yihadista que contra la rabia de un sector marginado, dispuesto a usar la violencia para ajustar sus cuentas con la sociedad.

Ese sector son los migrantes -incluso de segunda y tercera generación- que no se han integrado a la población francesa y se sienten aún extranjeros en el sentido más amplio de la palabra.

¿Cómo llegamos a esto?, se preguntan hoy, atónitos, los franceses.

Tiene que ver, en parte, con el racismo que han padecido esos inmigrantes magrebíes -todo indica que los atacantes son descendientes de argelinos-, pero también con que Francia no ha hecho mayor esfuerzo por integrarlos, lo cual significa también poner la asimilación como condición para el asilo.

Se dice, a menudo, que Francia es el país de Occidente que mayor porcentaje de musulmanes tiene en su población, pero ese no es un dato oficial, pues la muy laica ley francesa prohíbe que se pregunte a un ciudadano cuál es su fe religiosa.

“Yo no soy partidario de reducir lo ocurrido a un simple asunto de prensa”, dijo el filósofo y ensayista francés André Glucksmann. “Se trata de los peligros de una religión que toma las armas y no se manifiesta solamente en Francia sino a nivel mundial. Pienso que hay que ser estrictamente intolerante: no con el islam sino con el islamismo”.

La lombriz ya está en la fruta y eso no se ha querido ver. Por temor a ser tachados de racistas e islamófobos, muchos franceses se cuidan incluso de usar la palabra terrorista.

Fue muy evidente cómo, en las horas siguientes de los hechos sangrientos del miércoles, ningún comentarista se animó a señalar a los atacantes como yihadistas a pesar de que estaban grabados en video gritando “Allahu akbar” (Dios es grande) y “nous avons vengé le prophète” (vengamos al profeta).

Fue la organización ultraderechista Frente Nacional la que, en un comunicado, comenzó a hablar de “terrorismo islamista” cuando el término brincó a los medios de comunicación.

Y eso es terrible, porque el ataque que ha consternado a Francia y al mundo es claramente de corte terrorista. Y se inscribe en el enfrentamiento de los islamistas e islamófobos de Francia, del que la mayoría de los ciudadanos de ese país prefiere no ser parte ni enterarse.

Afortunadamente, un gran número de franceses ha tomado las calles para abrazar las causas republicanas, entre ellas la libertad de expresión que hacía posible la sátira de Charlie Hebdo.

Pero parte de la efectividad del movimiento que se está armando en las calles de París y otras ciudades tiene que ver con la capacidad de los franceses de dejar de mentirse a sí mismos sobre el peligro que representa el integrismo, para esos mismos valores republicanos. En Francia y el mundo entero.

Por supuesto que no todos los musulmanes son yihadistas, pero de que éstos existen, existen.

Y la mejor manera de que las reacciones contra el ataque no sirvan para aumentar la corriente islamófoba del Frente Nacional es que los mismos musulmanes franceses -entre 3% y 6% de la población, según distintos cálculos- también salgan a manifestarse contra la violencia que se practica en nombre de su fe.

Eso no será fácil, por supuesto, porque la barrera que existe en Francia -y se reproduce en otros países de Europa- entre musulmanes y no musulmanes ha desprovisto a los primeros de mecanismos de defensa contra los radicalismos.

Hace unas semanas, con motivo del atentado contra el café Lindt en Sydney, los australianos dieron muestra de cómo se construye el entendimiento entre los sectores que rechazan la violencia.

“I’ll ride with you” (yo sí viajo contigo) fue una campaña en redes sociales para atajar la tentación de aislar a la comunidad musulmana luego del sitio al café Lindt, protagonizado por un inmigrante iraní, que dejó tres personas muertas, incluyendo el atacante.

El instinto en una gran urbe, luego de ataques como los de Sydney y París, es dudar de cualquier sospechoso en el transporte público, pero los australianos abrazaron a su comunidad musulmana y la hicieron sentir parte de la sociedad.

Dejar que siga creciendo la islamofobia es un caldo de cultivo para el islamismo. Y viceversa.

Los franceses necesitan dejar de atrincherarse en la corrección política y admitir el problema que tienen en casa. Necesitan aislar a los yihadistas y abrazar a los musulmanes que rechazan la violencia, que a su vez, deberían dejarse abrazar.

Estos últimos son la clave para que el llamado del vocero del Estado Islámico no tenga éxito en Occidente.

No olvidemos que uno de los policías muertos el miércoles, rematado cuando estaba en el piso, era musulmán.

Y que la efectividad de los servicios de inteligencia llega hasta cierto punto. Entre los muertos en la redacción de Charlie Hebdo estuvo un policía cuya misión era cuidar a los caricaturistas que habían sido amenazados de muerte.

*Esta columna fue publicada originalmente en Excelsior.com.mx.