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Choque de civilizaciones
Lun, 18/08/2014 - 14:30

Alfonso Reece

‘¿Cuándo se jodió el Perú?’
Alfonso Reece

Alfonso Reece es ecuatoriano, y se ha desempeñado como escritor y periodista. Posee estudios de Derecho y Sociología en la Universidad Católica del Ecuador. Como periodista se ha desempeñado en los canales de televisión Ecuavisa y Teleamazonas, mientras que en prensa escrita ha colaborado en las principales revistas de su país, como 15 Días, Vistazo, SoHo, Mango y Mundo Diners. Actualmente es columnista en el diario El Universo (Guayaquil, Ecuador).

Para Arnold Toynbee los verdaderos protagonistas de la historia de la humanidad son las civilizaciones. Samuel Huntington modificó parcialmente ese modelo al hacer una interpretación de nuestra era, en la que estamos viviendo, según él, un “choque de civilizaciones”. Descorrido el velo de las ideologías, que caracterizó al siglo XX, lo que se puede ver es un enfrentamiento entre estas grandes estructuras culturales, entre estas maneras de entender el mundo, entre estos vastos sistemas de valores, que constituyen las civilizaciones, a cuyo entramado no poco contribuyen las religiones. La civilización cristiana occidental, filial de la helénica y laxamente de la hebrea, ha sido excepcional. Fue la primera que objetivamente determinó la historia de todo el globo. Sus logros tecnológicos y los niveles de calidad de vida conseguidos para sus asociados, son infinitamente superiores a todos los de sus predecesoras. En sus realizaciones han tenido papel fundamental tres instituciones: la república, la burguesía y el capitalismo, que dimanan de los valores de su religión fundadora, el cristianismo, cuya base es el respeto a todas las personas como individuos, hijos iguales de Dios. Esa es la esencia de la fe predicada por su profeta, Jesús, un carpintero protoburgués, sin pretensiones políticas.

Países como Japón e Israel, pertenecientes a otras civilizaciones, y en cierta medida la India, sin renunciar a su especificidad, han adoptado la organización política y económica con la que Occidente prevaleció. Los resultados han sido espectaculares y estas naciones se alinean geopolíticamente con los estados occidentales. En cambio, para los países de civilización islámica ha sido dificilísimo generar instituciones republicanas, capitalismo eficiente y burguesía creativa. Quizá en la base de esta incapacidad esté la esencia conquistadora de su religión fundadora, creada por un príncipe guerrero, que la hace más afín a un programa político que a una fe espiritual.

Sin embargo, no parece que sea imposible para el Islam abrir espacio para esas instituciones occidentales. Recordemos que el sintoísmo, la religión fundadora japonesa, también es el credo de una casta guerrera. Y sobre todo que durante muchos siglos prevalecieron dentro del cristianismo vertientes represivas, intolerantes y violentas. Podemos pensar entonces que el problema está en las versiones islamistas retardatarias, que impiden a sus sociedades avanzar hacia la libertad y el progreso logrados en el mundo occidental y occidentalizado. Esa es la tendencia de Hamás, del “Estado Islámico”, de Al Qaeda... pero también de la casa real saudita, de otros jeques y gobernantes árabes. Como lo hemos visto estos días en Irak, Siria y Gaza, los mayores perjudicados del extremismo islamista son los propios islámicos, usados como escudos humanos, decapitados por pertenecer a una rama menos ortodoxa o lapidados por asuntos privados. En estos puntos críticos, donde el choque de civilizaciones se vuelve violento, aflora una vieja tendencia terrorista, cuyos antecedentes podemos remontar hasta los “Hashsha-shin” de la Edad Media. Compadecerse de sus víctimas no puede llevarnos a negar el derecho de Occidente y sus aliados a defender a sus poblaciones.

*Esta columna fue publicada originalmente en El Universo.com.

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