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Cuba-EEUU: David y Goliat rompen el molde
Vie, 09/01/2015 - 10:24

Hernán Ramos

Eduardo Castro-Wright: en la puerta del horno se le quemó el pan
Hernán Ramos

Hernán Ramos es economista, editor, escritor, docente universitario, consultor internacional en economía y medios latinoamericanos. Fue editor general del Diario El Comercio de Quito, Editor-Fundador del Semanario Económico Líderes. Colabora habitualmente con medios de Colombia, Argentina, México. Escribe sobre temas económicos, sociales, políticos que interesan a la región.

La incontrastable certeza de los hechos permite decirlo: diplomacia y seguridad son los dos aparatos mejor creados, aceitados, depurados y eficientes de la Revolución Cubana. Uno y otro entraron a funcionar a tempranas horas, incluso antes de que Fidel Castro tome el poder aquel histórico 1ro. de enero de 1959. Por ahora veamos el tema diplomático. En otra entrega analizaremos el tema de la seguridad cubana.

Desde sus horas de gestación, la diplomacia fidelista ancló internacionalmente una imagen casi idílica que se convirtió en eje sobre el cual giró la diplomacia cubana en estos 56 años de revolución. Esa construcción fue simple y genial: el mundo compró con agrado, por el valor ético de la propuesta, la imagen del mítico grupo de “barbudos” luchando a brazo partido contra la sangrienta y corrupta dictadura batistiana aupada por el poder imperial de EE.UU. El Che, hasta entonces un inteligente e inquieto médico argentino, brotó de esa lucha y pronto se encaramó como uno de sus máximos líderes y exponentes teóricos de esa praxis revolucionaria.

Creado este escenario, ¿quién podía oponerse a una acción cargada de fuerza moral? La inicial adhesión a la causa de los rebeldes de la Sierra Maestra ganó admiradores incluso en amplios sectores liberales y conservadores de Latinoamérica. En la comarca criolla recuérdese, por ejemplo, la simpatía que despertó en el ex presidente Velasco Ibarra la figura política del “doctor Castro y del comandante Guevara”. Al comienzo, los opositores orgánicos eran pocos y la causa cubana se abría paso rápidamente (el vector anticomunista se activó después de que Cuba declaró el carácter socialista de la Revolución), gracias a la eficiente diplomacia de los barbudos que diseminó en el imaginario colectivo de entonces la poderosa propaganda política de la revolución en ciernes.

Ese primer salto cualitativo de la diplomacia revolucionaria derivó en un prolongado éxito político. Y de ese encuadre surgió prácticamente todo lo que hemos visto y hemos vivido en más de medio siglo, a partir de la visión geopolítica de Fidel Castro, hoy ejercida por su hermano Raúl. Se trata de la reencarnación contemporánea de la bíblica lucha de David contra Goliat (alegoría religiosa); el insurgente subdesarrollo haciéndole frente al decrépito y voraz imperialismo (dialéctica económica); América Latina insubordinándose siempre contra EE.UU. (geopolítica regional)…

En definitiva, desde el comienzo, Cuba se situó hábilmente en el generoso bando de los "buenos", reivindicando -incluso con dinero y armas- sus aspiraciones superiores frente a los "malos" (el imperio y sus marionetas, en general, signatarios de las peores lacras humanas). Pues bien, esta dialéctica acaba de entrar en un segundo momento histórico, luego de los anuncios simultáneos del restablecimiento de relaciones diplomáticas entre La Habana y Washington, noticia divulgada por Raúl Castro y Barack Obama el pasado 17 de diciembre.

Cuba, con el solo anuncio del posible fin del bloqueo, se siente ganadora de un largo y costoso round político-diplomático que ha durado 54 años, lo grita a los cuatro vientos y capitaliza así su estrategia. Para una diplomacia rígida y acartonada, pero también profesional y acostumbrada a actuar bajo los cánones del secretismo y una jerarquía cuasi militar, sería iluso pensar que todo lo que ocurre hoy en La Habana es producto de generación espontánea. No, no es tan simple como parece ni tan gracioso como se ve. Habrá que ver cómo evoluciona este nuevo proceso y sobre todo tendremos que esperar con lupa en mano para leer a fondo el reporte de costos políticos que emanen de la letra chica de los acuerdos alcanzados secretamente en Canadá y El Vaticano. Son las coordenadas de las relaciones Cuba-EE.UU.

Por su parte, EE.UU. aparece (o se le quiere presentar) como el imperio golpeado y dadivoso, que reconoce al fin uno de sus mayores errores históricos, es decir, el fracaso de insistir neciamente con el bloqueo para restaurar en Cuba el statu quo pre-revolucionario, al mejor estilo de los cubanos de Miami y Nueva Jersey. Sin embargo, tras una lectura pausada de los documentos de la Casa Blanca y del Departamento de Estado, nadie puede afirmar que Washington soltó prenda y se recogió a orar. No es ni puede ser así. Ningún imperio cede algo a cambio de nada, peor el imperio arrogante del norte. Desde los Romanos se sabe esto. Corrijo, desde antes lo sabían los Mongoles, los Persas y las milenarias dinastías chinas. Obama ha dicho lo suyo con claridad. EE.UU. -admitió el presidente afroamericano- fracasó con la aplicación de un método caro y anacrónico, pero el fin último es el mismo: acabar con el socialismo cubano, tomando como caballo de batalla a las nuevas generaciones de cubanos. No podemos ignorar esta línea de fondo.

Quien haya visto y estudiado a la Cuba profunda -más allá de Varadero, el excelso tabaco y el buen ron que ahí se produce- sabe que el bloqueo estadounidense es un castigo político, pero sobre todo comprende que es un molde atroz que cinceló a la sociedad cubana actual desde sus cimientos, desde su conciencia, llegando más allá de lo que muchos cubanos pueden imaginar incluso hoy. El bloqueo está en la calle, es cierto, está en el día a día de la gente de a pie y de "los hijos de papá", Y cuando se mira hacia adentro, el bloqueo reposa en la cabeza de cada cubano, al margen de su ideología, sin que importe mucho la simpatía o antipatía hacia Fidel y sus muchachos verde oliva.

Porque hay que decir las cosas por su nombre: el bloqueo, ante todo y sobre todo, es sinónimo de una brutal escasez general que sometió a la población a un tentenpié infernal que hay que vivirlo para saber de qué se trata y cómo se digiere. Este reino de la escasez -porque Cuba es eso en el plano de la cotidianidad- se complementó con la aplicación de una fallida política económica, tema que abordaremos en otro espacio.

En todo caso, del bloqueo emergió el ADN de los cubanos en la era de Fidel Castro, a nivel social, económico, político y cultural. Por eso, el solo anuncio del posible final del bloqueo ha liberado muchas cadenas que se antojan invisibles para miles de “expertos” en el tema cubano, quienes no pasan de leer encima-encima un proceso complejo, profundo y de enorme trascendencia sociológica y geopolítica. Los que sí saben qué está en juego son Fidel y Raúl Castro, junto a la élite gobernante. El fundador de la Revolución, retirado e inquieto seguramente, mira desde su amplia ventana intelectual el paso de la Historia que ayudó a moldear. El segundo, apremiado por el tiempo y las circunstancias, acelera el paso pues sabe que le quedan pocos años en el poder, sabe que tiene poco tiempo para decidir sobre temas determinantes, justamente cuando los cambios dentro de la Revolución han emprendido su inexorable marcha hacia el futuro. Mientras todos esperan, todos actúan. Ese es el ritmo y la dialéctica de la poderosa y eficiente diplomacia cubana.

*Esta columna fue publicada originalmente en el blog Rienda suelta... apuntes de Hernán Ramos.

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