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Cuba, en grises
Mar, 29/11/2016 - 09:23

Pascal Beltrán del Río

Elección 2012: el qué y el cómo
Pascal Beltrán del Río

Pascal Beltrán del Río Martin es periodista mexicano, ha ganado dos veces el Premio Nacional de Periodismo de México en la categoría de entrevista, en las ediciones 2003 y 2007. En 1986 ingresó en la entonces Escuela Nacional de Estudios Profesionales Acatlán de la Universidad Nacional Autónoma de México, donde se licenció en Periodismo y Comunicación Colectiva. De 1988 a 2003 trabajó en la revista Proceso; durante este tiempo publicó el libro Michoacán, ni un paso atrás (1993) y fue corresponsal en la ciudad de Washington, D.C. (1994-99), además de Subdirector de Información (2001-2003). Fue dos veces enviado especial en Asia Central y Medio Oriente, donde cubrió las repercusiones de los atentados terroristas de septiembre de 2001 y la invasión de Irak.

La Habana. De alguna manera, envidio a quienes tienen escrita en piedra su opinión sobre Fidel Castro.

Quienes lo juzgan de “héroe revolucionario” o “dictador infausto” la tienen un poco más fácil que yo, que batallo para definir con precisión periodística ese rompecabezas de mil piezas que es (era) el líder de la Revolución Cubana.

Para acabarla de amolar, soy mexicano. Y los mexicanos tenemos una interacción enredada con Cuba, no de ahora sino desde los tiempos de la Colonia.

A partir de la Revolución Cubana, la relación con la nación caribeña se cruzó con nuestro tormentoso vínculo con Estados Unidos.

Admirar a Fidel y a su Revolución era una forma de dar rienda suelta a nuestros agravios históricos con los yanquis.

Jugar ese juego fue algo que perfeccionó el gobierno mexicano y sirvió para hermanar a los dos pueblos, de por sí cercanos por la música, el humor, el beisbol y otras cosas.

Nos encantaba ver cómo Washington se daba en la nariz cada vez que trataba de imponer condiciones a Cuba. Y La Habana también fue muy hábil en el uso de la diplomacia para mantener a raya al gobierno estadunidense.

¿Qué habría sido de Fidel Castro y su Revolución si Estados Unidos no hubiera jugado tan pobremente sus cartas?

Washington fue de fracaso en fracaso: desde Bahía de Cochinos hasta el bloqueo comercial. Todo ello reforzaba la imagen de la isla como un David pequeñito frente a un enorme Goliat.

Y los mexicanos no sólo somos antiyanquis (aunque ocultemos nuestra admiración por “el imperio”). También nos encantan las historias de los débiles que se imponen a los poderosos.

La visión favorable que tienen muchos mexicanos por la Cuba castrista  –muy distinta de la que tienen, verbigracia, los colombianos– no se extinguió siquiera por el distanciamiento que se dio entre los dos gobiernos desde el sexenio de Ernesto Zedillo.

Los fervorosos enemigos del castrismo me van a acabar, pero ¿cómo no reconocer esa genialidad de Castro en el uso de las relaciones internacionales y su capacidad para encarnar la lucha de los débiles?

Fidel Castro ha sido un personaje único e irrepetible en la historia moderna. Hay países más grandes que Cuba que importan un bledo en el escenario internacional.

La prueba de que Cuba capturó el imaginario colectivo en buena parte del mundo es que centenares de periodistas llegamos corriendo a La Habana para contar –o tratar de contar– la historia de la desaparición física de este hombre-nación.

“Cuba es Fidel”, tituló el domingo el diario estatal Granma. La definición me parece exacta. ¿De cuántos mandatarios, incluso monarcas, podría decir uno lo mismo?

Reconocer eso no significa tirarse en brazos del pensamiento de izquierda y del discurso oficial de La Habana.

Los admiradores de Fidel seguramente me odiarán por decir que la cobertura en los medios locales del fallecimiento del líder de la Revolución es el episodio informativo menos equilibrado que me haya tocado vivir.

Por ejemplo, uno de tantos entrevistados por la televisión cubana llegó a decir que Fidel Castro había sido “más grande que los hombres del Renacimiento”.

Aun así, no dudo que muchas de las manifestaciones de dolor que se han visto en La Habana y otros lugares de la isla hayan sido sinceras.

A menos de que haya existido una gran operación estatal para provocar lágrimas de cocodrilo, las personas que se quebraron ante la ofrenda al Comandante en el Memorial a José Martí, en la Plaza de la Revolución, era real devoción. Aquí se ha dado un verdadero estado de orfandad.

Por supuesto, en las largas colas a rayo del sol también se notó el homenaje corporativo de escuelas y centros de trabajo, por lo que, otra vez, juzgar a Fidel Castro y al régimen cubano en blanco y negro es un engaño producto de la afinidad ideológica o, quizá también, la experiencia personal.

En fin, la lista de contrastes es larga y, pese a ello, seguramente nunca quedarán convencidos los simpatizantes o detractores de Fidel Castro de matizar su punto de vista.

Sólo les diría, a unos y a otros, que la losa en la que han plasmado su opinión sobre Cuba está siendo rápidamente deslavada por los cambios  que está experimentando esta isla.

Ayer, mientras se llevaban a cabo los homenajes a Fidel, aterrizaba el primer vuelo comercial regular desde Estados Unidos en más de 50 años.

Ésa es una realidad que ni Donald Trump podrá parar.

*Esta columna fue publicada originalmente en Excélsior.com.mx.