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Del Estado de privilegios al Estado de derecho en México
Lun, 24/11/2014 - 09:08

Leo Zuckermann

¿Puede comprarse el voto en México?
Leo Zuckermann

Leo Zuckermann es analista político y académico mexicano. Posee una licenciatura en administración pública en El Colegio de México y una maestría en políticas públicas en la Universidad de Oxford (Inglaterra). Asimismo, cuenta con dos maestrías de la Universidad de Columbia, Nueva York, donde es candidato a doctor en ciencia política. Trabajó para la presidencia de la República en México y en la empresa consultora McKinsey and Company. Fue secretario general del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE), donde actualmente es profesor afiliado de la División de Estudios Políticos. Su columna, Juegos de Poder, se publica de lunes a viernes en Excélsior, así como en distintos periódicos de varios estados de México. En radio, es conductor del programa Imagen Electoral que se trasmite en Grupo Imagen. En 2003, recibió el Premio Nacional de Periodismo.

Ante los problemas que enfrenta, México requiere reformas para hacer vigente el Estado de derecho. El argumento, que a fuerza de repetirlo comienza a ser cliché, es correcto: el país efectivamente requiere que la convivencia social se regule a través de la ley, una ley igual para todos. La pregunta es si la élite mexicana renunciará al Estado de privilegios que tanto los ha beneficiado para transitar a un Estado de derecho.

Las élites -política, económica, militar, mediática, intelectual, cultural, artística, religiosa, profesional y en general todos los grupos que por alguna razón u otra están en la cúspide de la pirámide social del país- no están acostumbradas a respetar la ley en México. Se sienten por arriba de ella, con el privilegio de hacer lo que se les pega la gana: desde meterse en las colas, hasta cometer delitos gravísimos (el infame señor Abarca, presidente municipal de Iguala, antes de ordenar la desaparición de los 43 normalistas, había asesinado a un adversario).

En México, vemos cotidianamente el triste Estado de privilegios. Ejemplos abundan. Menciono algunos.

Empresas comienzan a construir edificios sin tener en regla los permisos. Algunos lo hacen con la influencia de haber financiado la campaña de las autoridades. Otros simplemente corrompen a los inspectores o están amparados por un juez amigo. Pregunta: ¿van a querer esos empresarios, parte de la élite del país, renunciar a sus privilegios para ceñirse al imperio de la ley?

Políticos van escalando la pirámide del poder y, conforme lo hacen, se enriquecen cada vez más. Se convierten en parte de una élite que manda a sus hijos a prestigiosas escuelas privadas. Se tratan en los mejores hospitales, incluso del extranjero. Andan en enormes camionetas blindadas rodeadas de guardaespaldas. Viajan en aviones privados. Cuando sale a la luz pública un escándalo sobre su riqueza inexplicable, inventan historias absurdas y recurren a la protección de sus aliados políticos. Los medios de comunicación les venden coberturas noticiosas favorables. Pregunta: ¿van a querer esos políticos transitar a un Estado de derecho renunciando al Estado de privilegios que tanto los ha enriquecido?

Como los gobiernos en México han fracasado en construir instituciones policiacas eficaces, las Fuerzas Militares han tenido que salir de los cuarteles para paliar el problema de la inseguridad pública. Los soldados, sin embargo, están entrenados para matar. No sorprende, entonces, que de repente hagan eso: que asesinen a presuntos delincuentes en lugar de ponerlos a disposición del Ministerio Público. Acto seguido se acciona el mecanismo que les otorga el privilegio de matar: repiten la misma historia (la de un supuesto enfrentamiento a balazos con la banda de criminales) para evitar que los investiguen. Pregunta: ¿van a querer los militares seguir en las calles sabiendo que ya no cuentan con el privilegio de matar a quien se les dé la gana?

La historia demuestra que las élites no renuncian a sus privilegios nada más porque sí. De hecho, ocurre lo contrario: se aferran todo lo que pueden a ellos. La historia también muestra que eventualmente los privilegios son insostenibles por el hartazgo de quienes no los tienen y que hay dos posibles caminos. El de la aristocracia británica que tuvo la capacidad de entender que sus privilegios eran inadmisibles para las otras clases sociales; con el fin de sobrevivir, renunciaron gradualmente a ellos. Hoy, muy disminuidos, todavía andan por ahí. Está, también, la ruta de la aristocracia rusa cuya ceguera fue total. Nunca entendieron nada: el día que comenzó la Revolución estaban brindando en sus elegantes salones. Así terminaron: en el exilio o muertos.

Las élites mexicanas tienen que darse cuenta que es insostenible el Estado de privilegios que tantos beneficios les ha dado. Que el país ya no lo aguanta. Que tarde o temprano tendrá que haber un cambio. La pregunta es si será por la ruta británica o rusa.

*Esta columna fue publicada originalmente en Excelsior.com.

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