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Ecocidio en el golfo mexicano y fin del petróleo
Mar, 29/06/2010 - 15:47

José Ignacio Moreno León

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José Ignacio Moreno León

Ingeniero químico de la Universidad de Louisiana (USA), Master en Administración de Empresas de la Universidad Central de Venezuela y en Administración Fiscal y Desarrollo Económico de la Universidad de Harvard. Es además rector de la Universidad Metropolitana de Venezuela.

La humanidad, y en especial el mundo de los ecologistas, no podía imaginarse que el 22 de abril pasado, precisamente la fecha en que desde 1970 se viene celebrando el Día de la Tierra, se iba a producir uno de los mayores desastres ecológicos de los últimos tiempos.

El derrame petrolero en el Golfo de México, producto de la explosión de la plataforma de perforación "Deepwater Horizon", que además de ocasionar la muerte de once trabajadores y heridas a otros 17, de la empresa que British Petroleum (BP), contratada para operaciones petroleras costa afuera, produjo el hundimiento de dicha plataforma y un derrame submarino de petróleo incontrolable y de grandes proporciones.

En efecto, con el hundimiento de la referida plataforma se vertieron súbitamente al mar 16.700 barriles de crudo que tenía almacenada esa infraestructura de perforación y, a partir de ese accidente, se inició un flujo indetenible de petróleo que se continúa derramando al mar, al ritmo de 19 mil barriles diarios, estimándose que para mediados de junio el derrame de crudo ya es superior a 3 millones de barriles acumulados, conformando una amplia franja de contaminación marítima con un epicentro a 130 millas al sur de New Orleans.

Este accidente ha sido considerado ya como una gran catástrofe ambiental y uno de los más grandes ecocidios de nuestros tiempos, por su nefasto impacto en los ecosistemas de las costas del Golfo de México y, en especial de Louisiana, Alabama, Florida y Misisipi, donde se encuentran 400 especies amenazadas. Sólo el número de aves en riesgo supera los 25 millones.

Las primeras estimaciones de costos para contener el flujo de petróleo de ese pozo submarino, y la posterior limpieza de la vasta área contaminada, la había calculado en mayo la empresa inglesa (BP) en US$4.600 millones, pero a la fecha y, ante los infructuosos esfuerzos que se han hecho, es muy probable que esa cifra supere los US$12.500 millones, con un grave impacto para las finanzas y valores bursátiles de la British Petroleum, la más importante extractora petrolera del Golfo de México, cuyas concesiones en el área ya fueron revocadas por el gobierno de los Estados Unidos.

Este no ha sido el único desastre petrolero y ecológico costa afuera que se ha producido. Debemos igualmente recordar el accidente del Ixtoc que derramó en el Golfo de México 140 millones de galones, y al Exxon Valdez que derramó en la costa de Alaska más de 11 millones de galones, generando un gran desastre ecológico.

Si a estos accidentes, con su connotación de ecocidios, agregamos el proceso indetenible a la fecha del calentamiento global, producto igualmente y en gran proporción de la quema de hidrocarburos fósiles y la fragilidad geopolítica de los más importantes centros productores y exportadores de crudo a las grandes potencias, tenemos que concluir que se están haciendo cada vez más evidentes las razones que tiene el mundo industrializado y especialmente los países con grandes avances tecnológicos para acelerar la búsqueda de nuevas fuentes de energías renovables que no contaminen la atmósfera ni provoquen accidentes como los referidos; ni dependan de gobiernos de vetustas monarquías que puedan ser presa fácil de movimientos fundamentalistas recelosos de la civilización occidental, o de impredecibles regímenes populistas con frágiles estructuras de poder.

Es por eso que ya hay quienes apuestan a que el fin del petróleo no llegará porque se agote este recurso energético, sino porque en la sociedad postindustrial que está en pleno desarrollo, al impulso de la revolución científica y tecnológica más profunda de la historia humana, con toda seguridad y más temprano que tarde van a incorporarse, según criterios eco-económicos, nuevas fuentes de energías limpias que ya existen, como la energía solar termoeléctrica, la energía eólica y la energía sustentable derivada del hidrógeno, que para algunos está llamado a tener en el siglo XXI una importancia muy grande y similar a la desempeñada por las computadoras en el siglo XX.

Cuando ese tiempo llegue, el poder de los países no estará en el rentismo petrolero, sino en el dominio tecnológico para la producción de las fuentes de energías limpias y renovables que moverán la civilización futura, que ya está configurándose, y la cual no se puede visualizar mirando hacia el pasado.