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El acuerdo con Irán, ¿cuál era la alternativa?
Mar, 21/04/2015 - 13:56

Farid Kahhat

Las buenas noticias que trae el fallido atentado a Times Square
Farid Kahhat

Peruano, doctor en Relaciones Internacionales, Teoría Política y Política Comparada en la Universidad de Texas, Austin. Fue comentarista en temas internacionales de CNN en español, y actualmente es profesor del Departamento de Ciencias Sociales de la PUCP (Perú) y analista internacional.

Irán busca obtener una bomba atómica, el tiempo para evitarlo se está agotando, por ende el momento de actuar es ahora: tal vez el lector sepa que este es el núcleo del mensaje que el Primer Ministro de Israel presentó hace unas semanas ante el Congreso de los Estados Unidos. Lo que probablemente no sepa es que se trata también de las ideas fuerza del mensaje que el propio Netanyahu presentó ante el Congreso de los Estados Unidos en 1996. En buen romance, Irán estaría a un punto de obtener una bomba atómica desde hace 20 años. De hecho, el lector tal vez recuerde la presentación de Netanyahu ante la Asamblea General de la ONU en 2012, celebre antes que por el mensaje por el dibujo de una bomba concebida más bien por un guionista de dibujos animados que por un fabricante de armamentos. En esa presentación, Netanyahu afirmo que al régimen iraní le faltaban entre unos meses y un año para obtener su primera bomba atómica: eso fue hace dos años y medio. No sólo eso, sino que además la cadena Al Jazeera hizo público en forma reciente un mensaje de la agencia de inteligencia exterior israelí (el Mossad), elaborado un mes después del discurso de Netanyahu ante la ONU, en donde sostenía que el régimen iraní no estaba realizando en ese momento el tipo de actividades necesarias para desarrollar armamento nuclear.

No es por cierto la primera ocasión en la que durante una comparecencia ante el Congreso de los Estados Unidos, Netanyahu enuncia sin el menor atisbo de duda afirmaciones que a la postre resultan ser totalmente equivocadas. En 2002, por ejemplo, durante su testimonio ante un Comité del Congreso estadounidense, sostuvo que no cabía duda alguna respecto al hecho de que el régimen iraquí poseía armas de destrucción masiva y buscaba obtener armas nucleares. Además garantizó personalmente que la remoción por la fuerza del régimen iraquí tendría reverberaciones positivas en todo el Medio Oriente: doce años después, tras la muerte de más de 4.000 soldados estadounidenses y cientos de miles de iraquíes, el país continuaba sumido en una guerra civil, mientras el denominado Estado Islámico asumía el control de vastas extensiones de su territorio así como de la segunda ciudad del país, Mosul.

En cualquier caso, ¿cuál es la alternativa a un acuerdo con Irán? El punto central de quienes se oponen al acuerdo es que sólo se podrá garantizar que Irán no produzca armas nucleares si renuncia a su capacidad para enriquecer uranio (Irán no tiene capacidad para producir plutonio). Pero durante décadas Irán fue sometido a sanciones crecientes sin que ello indujera a su régimen a renunciar a su capacidad para enriquecer uranio. Si lo indujo en cambio a ofrecer una negociación en torno a su programa nuclear en 2003, cosa que el gobierno de los Estados Unidos no aceptó: en ese entonces Irán contaba con unas 200 centrifugadoras para enriquecimiento de uranio, al momento de cerrarse el acuerdo en 2015 contaba con cerca de 20.000. Ese desenlace es el que sugerían tanto estudios comparativos (por ejemplo, el proyecto "Amenaza e Imposición de Sanciones"), como estudios de casos (por ejemplo, la aplicación de sanciones durante medio siglo en Cuba): las sanciones con propósitos maximalistas (como un cambio de régimen o el abandono del programa nuclear por parte de Irán, propósitos que llegaron a ser indistinguibles en la política exterior estadounidense), no suelen inducir ni el cambio deseado en la conducta del Estado sancionado, ni el colapso de su régimen.

Reconociendo que las sanciones no producirán el resultado deseado, el ex representante de Estados Unidos ante la ONU, John Bolton, dio el siguiente paso lógico en un artículo publicado en el New York Times: "Para detener la bomba iraní, bombardeen Irán". Como comprenderá el lector, no es que esa posibilidad no se le hubiera ocurrido a nadie antes de Bolton: sin hacer tanto aspaviento como ahora, Israel destruyó una noche el reactor nuclear iraquí de Osirak, dando por concluido el debate en torno a su propósito. Existen dos razones por las que nadie ha intentado hacer lo mismo en Irán. La primera es el costo de semejante operación: habría que bombardear una infinidad de blancos (y no un único reactor nuclear, como en Iraq), en un Estado que cuenta con medios relativamente eficaces para infligir a cambio un costo exorbitante (por ejemplo, emplear tácticas asimétricas para cerrar el estrecho de Ormuz, por donde en 2011 transitaba 20% del comercio mundial de petróleo). La segunda razón es que los servicios de inteligencia occidentales coinciden en que el mejor resultado posible de esos ataques sería retrasar unos años los avances del programa nuclear iraní (el cual se reanudaría a toda marcha y en forma clandestina). Es decir, los ataques tendrían un costo mucho mayor que el acuerdo alcanzado, sin garantías de conseguir un efecto sobre el programa nuclear iraní mayor que el establecido por ese acuerdo (por ejemplo, reducir el número de centrifugadoras de cerca de 20.000 a 6.000).

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