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¿El arte de cuál negociación?
Lun, 06/03/2017 - 08:47

Farid Kahhat

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Farid Kahhat

Peruano, doctor en Relaciones Internacionales, Teoría Política y Política Comparada en la Universidad de Texas, Austin. Fue comentarista en temas internacionales de CNN en español, y actualmente es profesor del Departamento de Ciencias Sociales de la PUCP (Perú) y analista internacional.

Donald Trump es la primera persona en la historia de los Estados Unidos que llega a la presidencia sin tener ninguna experiencia previa en el plano político o militar. Tal vez por eso aplica en las negociaciones entre Estados las lecciones que habría aprendido en las negociaciones entre empresas (recogidas en su libro de 1987, titulado “El Arte de la Negociación”). Hay sin embargo un problema con esa analogía: las negociaciones entre Estados son cualitativamente distintas a las negociaciones entre empresas.

Las negociaciones empresariales suelen darse bajo el cobijo de la legislación de uno o más Estados, y cuando las empresas tienen conflictos de interés irreductibles, suelen someterse a la autoridad de las cortes o entidades arbitrales que contempla esa legislación. Si una de esas empresas intenta desconocer su fallo, el Estado cuenta con los medios coercitivos necesarios para obligarla a cumplirlo. En otras palabras, las empresas no dirimen sus conflictos de interés a través de la fuerza, ni toman por asalto las instalaciones de sus competidores. No se puede decir lo mismo de los Estados.

Por eso advertir a los gobernantes chinos que, si no obtenían concesiones a cambio, los Estados Unidos podían retirar su respaldo al principio de “Una sola China” (según el cual Taiwán no es un país independiente, dado que existiría un solo Estado reconocido internacionalmente bajo ese nombre), no es lo mismo que advertir a un rival comercial sobre una probable adquisición hostil. En el siglo XIX potencias como el Reino Unido obtuvieron concesiones comerciales de China a través de las Guerras del Opio. A su vez, guerras como esas derivaron en el desmembramiento territorial de China (por ejemplo, tras la primera guerra del opio cedió al Reino Unido el control de Hong Kong mediante el Tratado de Nankín). Por último, durante la segunda mitad del siglo XIX (coincidiendo con la segunda guerra del opio), el Estado chino padeció una insurgencia interna (la Rebelión de Taiping), que dio lugar a una de las guerras civiles más letales en la historia de la humanidad. Solo al tomar en consideración esos factores se entiende que los gobernantes chinos exigieran como condición previa para cualquier negociación, que los Estados Unidos se retractasen de su amenaza de desconocer el principio de una sola China (cosa que, sotto voce, tuvieron que hacer).

Lo mismo podría decirse del trato que Trump dispensó a un aliado como el primer ministro australiano, Michael Turnbull. Los Estados buscan aliados para compartir con ellos el costo de conseguir objetivos comunes en el sistema internacional. Pero a diferencia de las empresas, los Estados no siempre pueden acudir ante un árbitro neutral capaz de obligarlos a cumplir con los términos de una alianza. Por eso los Estados suelen hacer esfuerzos denodados por demostrar que son aliados confiables. Por esa razón Australia se involucró en la Segunda Guerra Mundial, la Guerra de Corea, la Guerra de Vietnam, y la Guerra de Irak. Lo hizo cuando menos en parte para honrar sus alianzas (porque en casos como el de Irak, es cuando menos discutible que los intereses de seguridad de Australia estuvieran en riesgo).

Pero forjar confianza requiere reciprocidad, y aliados como Australia también esperan señales claras de que no se les dejará en la estacada en caso de necesidad. O, cuando menos, esperan ser tratados con respeto.

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