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El presidente Peña Nieto no debe ir al Vaticano
Mié, 02/04/2014 - 12:27

Pascal Beltrán del Río

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Pascal Beltrán del Río

Pascal Beltrán del Río Martin es periodista mexicano, ha ganado dos veces el Premio Nacional de Periodismo de México en la categoría de entrevista, en las ediciones 2003 y 2007. En 1986 ingresó en la entonces Escuela Nacional de Estudios Profesionales Acatlán de la Universidad Nacional Autónoma de México, donde se licenció en Periodismo y Comunicación Colectiva. De 1988 a 2003 trabajó en la revista Proceso; durante este tiempo publicó el libro Michoacán, ni un paso atrás (1993) y fue corresponsal en la ciudad de Washington, D.C. (1994-99), además de Subdirector de Información (2001-2003). Fue dos veces enviado especial en Asia Central y Medio Oriente, donde cubrió las repercusiones de los atentados terroristas de septiembre de 2001 y la invasión de Irak.

El próximo 27 de abril los católicos celebran el Domingo de la Santa Misericordia, fiesta instaurada a raíz de la aparición de Jesús —reconocida por esa fe— a la religiosa polaca Faustina Kowalska.

Ese día el papa Francisco encabezará en el Vaticano la canonización de dos de sus antecesores: Juan Pablo II, también polaco, y Juan XXIII.

Fuentes de la Iglesia estiman que hasta un millón de personas podría visitar ese día la plaza de San Pedro, a fin de asistir a la misa de canonización que se realizará justo frente a la basílica que guarda los restos de los dos Pontífices.

El Vaticano está tratando ese acto como uno de suma importancia en su historia.

Sólo 80 de 265 Papas forman parte del canon —o lista— de los santos, de los cuales 52 están entre los primeros 54 hombres que se sentaron en el trono de San Pedro. Han pasado 60 años desde la última vez que se canonizó a un Papa, Pío X (1835-1914). La canonización anterior de un Pontífice, Pío V (1504-1572), había ocurrido en 1714.

Juan Pablo II y Juan XXIII son dos de los 16 Papas en vías de canonización. Llegarán a la santidad antes que otros diez Pontífices beatos, como Gregorio X, Urbano II y Víctor III, que vivieron varios siglos antes que ellos.

El papa Francisco anunció la doble canonización en julio pasado. La decisión llamó poderosamente la atención por tratarse de dos de sus predecesores más influyentes y porque ambos tienen grupos de seguidores cuyas ideas sobre la Iglesia y la fe suelen ser divergentes.

El 30 de septiembre, Francisco fijó el 27 de abril como fecha de la canonización de Juan Pablo II y de Juan XXIII. Poco tiempo después comenzaron a correr las invitaciones para atestiguar el hecho.

Una de ellas fue enviada a Enrique Peña Nieto, uno de los seis presidentes de México que han acudido al Vaticano.

El primer Presidente en visitar la Santa Sede fue Luis Echeverría. El 9 de febrero pasado se cumplieron 40 años de ese viaje, en que Echeverría se entrevistó con el papa Paulo VI por espacio de 50 minutos.

Pasarían 18 años para que un Ejecutivo volviera al Vaticano. Lo hizo Carlos Salinas de Gortari, el 9 de julio de 1991, un año antes de que, mediante una reforma constitucional, México instaurara un régimen de reconocimiento jurídico de las iglesias y confesiones religiosas.

Todos los Presidentes que México ha tenido desde entonces han ido al menos una vez a la Santa Sede: Ernesto Zedillo, en 1996; Vicente Fox, en 2001 y 2005; Felipe Calderón, en 2011, y Enrique Peña Nieto, en 2013.

El viaje de Calderón, en mayo de 2011, estuvo rodeado de polémica, pues el mandatario asistió a la ceremonia de beatificación de Juan Pablo II, presidida por su sucesor, el hoy papa emérito Benedicto XVI. Fue uno de los dos presidentes latinoamericanos en asistir.

Peña Nieto, quien entonces era gobernador del Estado de México, pensaba acudir en carácter privado, pero al final canceló el viaje.

Nuevamente ha sido invitado un Presidente de México al Vaticano por un acontecimiento que es eminentemente religioso.

La relación con el Vaticano puede ser complicada de manejar pues se trata de una ciudad-Estado, pero también de la sede mundial de una Iglesia con unos mil 200 millones de seguidores.

En estos momentos, la invitación está siendo analizada al más alto nivel del gobierno mexicano. Por lo pronto, la decisión es que un subsecretario de Relaciones Exteriores represente a México en la ceremonia de doble canonización.

Personalmente me parece correcta la decisión que prevalece hasta ahora. Aunque la ceremonia tiene un claro contenido religioso —la santidad y sus milagros son cuestión de fe—, la relación que guardó Juan Pablo II con México justifica que el país tenga representación en una ceremonia en la que será recordada la vida y obra del Pontífice.

Sin duda el embajador de México ante la Santa Sede, Mariano Palacios Alcocer, podría cumplir bien ese papel, pero la presencia de un subsecretario tampoco eleva la representación mexicana a un nivel problemático.

¿Debe ir al Vaticano el canciller José Antonio Meade? ¿Debe ir el presidente Peña Nieto? Yo creo que ninguno de los dos.

No necesitamos reeditar la polémica que se dio en el último viaje de Calderón a la Santa Sede. México es un país laico en el que conviven decenas de creencias religiosas y también la no creencia.

La invitación para la ceremonia del 27 de abril nada tiene que ver con estrechar la relación con el Vaticano y reconocer el hecho de que la mayoría de los mexicanos profesa la fe católica.

No estamos hablando del funeral o de la coronación de un Pontífice, actos que tienen carácter de ceremonias de Estado.

La misa de canonización de Juan Pablo II y de Juan XXII es una ceremonia para fieles, para quienes libremente han elegido creer en la visita de Jesús a Santa Faustina y en los milagros que se atribuyen a los dos Papas a punto de convertirse en santos, creencias que merecen respeto.

Vayan o no otros mandatarios al Vaticano en esta ocasión, la República mal haría en enviar a su máxima autoridad o a quien representa y defiende sus intereses en el extranjero.

*Esta columna fue publicada originalmente en Excelsior.com.mx.