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El Reino Unido y la Unión Europea
Lun, 23/05/2016 - 08:51

Farid Kahhat

Las buenas noticias que trae el fallido atentado a Times Square
Farid Kahhat

Peruano, doctor en Relaciones Internacionales, Teoría Política y Política Comparada en la Universidad de Texas, Austin. Fue comentarista en temas internacionales de CNN en español, y actualmente es profesor del Departamento de Ciencias Sociales de la PUCP (Perú) y analista internacional.

Gran Bretaña no fue calificada como la “Pérfida Albión” por sus enemigos, sino por quienes creían ser sus aliados. Fue el ministro de relaciones exteriores británico Lord Palmerston quien les advirtió que “las naciones no tienen amigos o enemigos permanentes, solo intereses permanentes”. Y uno de los intereses permanentes de Gran Bretaña era el de impedir que alguna potencia militar conquistara la Europa continental. Por eso podía aliarse con Prusia contra Francia durante las Guerras Napoleónicas, para luego aliarse con Francia contra Alemania durante las dos guerras mundiales del siglo XX. 

Algunos autores sostienen que ese objetivo se hacía extensivo a la posibilidad de que Europa se unificara no a través de una conquista militar, sino a través de la decisión de gobiernos democráticos de compartir su soberanía. Es decir, a través de la Unión Europea (UE). De hecho el Reino Unido no fue parte de ese proceso de integración hasta 1973, e incluso contribuyó a crear la Asociación Europea de Libre Comercio como alternativa a la unión aduanera que representaba entonces la Comunidad Económica Europea (CEE, hoy UE). Cuando el Reino Unido intentó ingresar a la CEE, su postulación fue vetada en dos oportunidades por el presidente francés Charles De Gaulle. El Reino Unido finalmente fue admitido en la CEE en 1973 bajo un gobierno conservador, pero en 1975 fue un gobierno laborista el que convocó al referéndum en el que los británicos ratificaron su permanencia en la CEE. Para el referéndum de Junio próximo en cambio, los laboristas hacen campaña a favor de permanecer en la Unión Europea, mientras los conservadores están profundamente divididos en torno al tema. Ya en la década del 80 la estupenda comedia “Sí, Ministro” resumía bien la ambivalencia británica en torno a la Unión Europea. En uno de sus episodios el personaje encarnado por Nigel Hawthorne pregunta a su jefe formal (el Ministro en cuestión), por qué creía que el Reino Unido había decidido ingresar a la CEE. La altruista respuesta del Ministro fue que lo había hecho para “Fortalecer la hermandad entre las naciones libres de Occidente”. La cínica respuesta de su asesor fue que lo hizo “para fregar a los franceses separándolos de los alemanes”.

En el plano comercial, el argumento de los Euroescépticos es que el Reino Unido podría suscribir acuerdos comerciales con mayor facilidad y en menor tiempo que la Unión Europea. De un lado, porque el Reino Unido es menos proteccionista que potencias europeas como Francia, y de otro, porque en la Unión Europea hay que poner de acuerdo a 28 países antes de poder suscribir cualquier acuerdo. El argumento contrario es que resulta más interesante negociar acuerdos comerciales con un mercado de 500 millones de personas que representa alrededor del 20% de la economía mundial, que hacerlo con uno de 65 millones que representa menos del 5% de la economía mundial. Por si hiciera falta confirmación de ello, en su reciente visita al Reino Unido el presidente Barack Obama declaró que Estados Unidos continuará negociando un acuerdo de libre comercio con la Unión Europea independientemente de lo que haga ese país. Aclaró sin embargo que si el Reino Unido seguía siendo parte de la UE cuando culminara ese acuerdo, podría ser uno de sus beneficiarios. De lo contrario debía ponerse en la cola de los países que esperan turno para iniciar sus propias negociaciones comerciales con los Estados Unidos. 

Y a juzgar por el intercambio de epítetos entre el Primer Ministro británico, David Cameron, y el virtual candidato presidencial republicano, Donald Trump, las perspectivas no serían mejores bajo un gobierno republicano. De hecho, si algo debería resultar preocupante en esta elección, es que en materia comercial los tres precandidatos que continúan en liza (Donald Trump, Hillary Clinton y Bernie Sanders), tienen un discurso inequívocamente proteccionista. Esa tendencia marca un punto de quiebre en la posición histórica del Partido Republicano, que solía ser favorable hacia los acuerdos de liberalización comercial. Cabría recordar por ejemplo que Bill Clinton consiguió la aprobación del Congreso del Acuerdo de Libre Comercio de América del Norte merced al respaldo mayoritario de los congresistas republicanos (y contra la posición adoptada por la mayoría de congresistas de su propio partido).

Claro, siempre cabe dentro de lo posible que, cuando menos en los casos de Clinton y Trump, se trate de una estratagema electoral, y que una vez al mando cambien su posición. Me disculparán, sin embargo, si expreso una duda prudencial respecto a la posibilidad de que, una vez en el gobierno, Donald Trump recupere una cordura que parece haberle sido siempre esquiva.

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