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El triste e invisible récord de Viña del Mar
Lun, 07/04/2014 - 10:33

Francisco González

El triste e invisible récord de Viña del Mar
Francisco González

Francisco González es periodista de AméricaEconomía.com. Estudió periodismo en la Universidad de Playa Ancha (Chile) y ha trabajado como reportero en El Mercurio de Valparaíso y en Diario Estrategia. Además se desempeñó como gestor de proyectos independientes como Revista Pólvora y el sitio QuintaInterior.cl.

Viña del Mar es la mejor ciudad del mundo para vivir. Al menos así lo afirmó el sitio WeatherWise, destacando sus blancas arenas, el buen clima, la imposibilidad de que ocurran desastrosos fenómenos climáticos como tornados o tormentas.
Halagos que van en línea con la estima interna de la que goza, porque la “Ciudad Jardín” ha sido elegida como el lugar donde la mayoría de los chilenos preferiría vivir, en una encuesta de la Universidad del Desarrollo y la consultora Visión Humana, doble mérito si se toma en cuenta que en la edición 2013 de esta consulta, ninguno de los 1.500 encuestados vivía en Viña del Mar.
Sin embargo, es durante el verano cuando la exaltación de la “Ciudad Bella” llega a su clímax. Todos quieren estar en Viña, convertida por esos días en la capital turística del país. La ciudad está en el centro de atención y muestra su mejor cara al mundo. La ciudad se internacionaliza. Los ojos de Iberoamérica se interesan en el Festival de Viña del Mar y sus artistas, promocionándola como un interesante destino turístico a considerar.
Pero cuando el verano se va, la llegada del otoño vuelve melancólica la ciudad, la fama estival se diluye y regresa la atención absoluta al centro nacional, Santiago. No obstante, recién es cuando aparece la verdadera Viña del Mar, la otra ciudad que se esconde tras las luces de neón.
Un Viña más gris, con problemas reales, que la mayor parte del país desconoce o quizás no les interesan. De acuerdo con mediciones realizadas por Techo Chile (antes llamado “Un Techo para Chile”), Viña del Mar junto a Concepción son las ciudades del país que más campamentos poseen. En el catastro 2013 de la entidad se contabilizaron cerca de 10 mil familias que viven en campamentos en la región de Valparaíso, repartidas en 190 campamentos, de los cuales 182 están emplazadas en el Gran Valparaíso.
La “Ciudad Bella”, como es vendida por sus autoridades, tiene un triste récord: la toma (sitio eriazo ''tomado'' por pobladores'') Manuel Bustos, con más de 1.100 familias, según el catastro 2013 de Techo Chile, es el campamento más grande del país. A lo que se suman los esfuerzos observados durante ese mismo año, que parecieron ir en contra de la lógica, puesto que fueron los propios vecinos quienes realizaron numerosas denuncias acerca de intentos de erradicación, al contrario de lo que se podría concebir como el paso correcto: inclusión y planes de vivienda dignos.

Pero el triste panorama de Manuel Bustos se sucede en otras zonas de la ciudad, a través de Parcela 11, Miraflores Alto, Reñaca Alto Sur, entre otros campamentos, todos desconocidos para quienes ligan a Viña del Mar sólo con playa, sol, descanso, carrete, turismo, un estado de gracia que está lejos de broncear la realidad que viven los viñamarinos desposeídos: los habitantes de los campamentos están a 770 metros de un colegio, a 1.076 de un consultorio, a 2.924 metros de un hospital y cerca de 1.900 metros de Carabineros.

Otra problemática es el transporte publico. Para llegar a sectores como Forestal es muy difícil encontrar un bus después de las 22:00 horas. Mientras que un pasaje en un colectivo (una suerte de taxi que se comparte con otros pasajeros y que tiene un recorrido fijo) cuesta CL$600 pesos (poco más de US$1), una tarifa alta considerando que se trata de uno de los cerros más vulnerables de la ciudad, y para un trayecto relativamente corto. Similar situación ocurre en las mañanas, cuando escasea la locomoción para la cantidad de habitantes que vive en esa zona de la ciudad.
¿Cuál es el afán de la autoridad de seguir promocionando a la “ciudad bella” como si ésta comenzara en Reñaca y terminara en el Casino de Viña del Mar? Económico, que los turistas dejen divisas suficientes para mejorar la ciudad, un objetivo válido, práctico, pero que no alcanza, porque cuando camino por los cerros de Viña me doy cuenta que el poblador se identifica más con su barrio y menos con la ciudad, generando un sentimiento de marginación. Esto se ha traducido en el incremento de grupos de jóvenes en las esquinas y en la menor participación en las actividades de la ciudad. Ahí aparece el Viña incómodo. La ciudad atormentada por el consumo y tráfico de drogas, por el consumo de alcohol a temprana edad, por la delincuencia. Una ciudad que desde Reñaca y los bronceados del quinto sector de su playa es desagradable imaginar. Mejor ignorarlos.
Ocultas durante el verano e invisibles el resto del año, las tomas en los sectores vulnerables de Viña del Mar miran con asombro cómo las autoridades invierten los recursos de la ciudad en obras que no los benefician en absoluto. Para el turista es agradable ver cómo se ha hermoseado el borde costero de la ciudad, pero el habitante sabe que Viña carece de obras destinadas a los más vulnerables, las que sólo llegan cuando es inevitable o la tragedia los remarca, como con los incendios forestales del verano, un pandemónium que año tras año afecta a las casas de los más pobres de la ciudad, por la inexistencia de algo tan sencillo como un cortafuegos.

¿La solución? Nada fácil, porque primero se necesitará derribar un prejuicio instalado: las tomas están llenas de gente “oportunista”, que quiere una vivienda social que surja rápido. Pero yo creo que se trata de un proceso, uno que sería más calmo e incluyente si se le entregara a los habitantes herramientas que vayan más allá de la construcción de una multicancha deportiva. Acceso a la educación, cercanía con los centros de salud, mayor seguridad y políticas efectivas de vivienda que no estén ligadas a la erradicación, sino a la inclusión, marcarían una diferencia notable en la “Ciudad Bella”, una que por ahora lleva un eslogan que se desvanece cuando ha caído el verano.

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