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El valor de un juguete
Mar, 10/03/2015 - 13:50

Carolina Rovira

“Enséñale a pescar y comerá siempre”
Carolina Rovira

Carolina Rovira es Coordinadora académica del Informe sobre Desarrollo Humano del Programa de las Naciones Unidas El Salvador.

¿Por qué  un niño se subiría, exponiendo su vida, a lo alto de un poste de energía eléctrica a buscar una piscucha (papalote, volantín)? Esa pregunta me dio vueltas muchos días en la cabeza después de leer la noticia del niño que murió electrocutado en el intento.

Tardé en entender que cuando se tiene un juguete -una piscucha, una pelota, un carrito, una muñeca- y solo ese, un niño haría lo que fuese por no perderlo.

Cuando mis hermanos y mis vecinos éramos niños, ¿cuántas pelotas se nos perdieron al salirse de la cancha? ¿Cuántos carritos o muñequitas se nos quedaron olvidados en el parque? Seguramente lloramos ese día, pero había otro juguete en casa para consolarnos… Pero cuando se pierde el único juguete, no hay llanto que consuele.

Pocas cosas dan más felicidad que ver a un niño abrir un regalo… Su carita se vuelve pura emoción cuando descubre el tesoro escondido tras el empaque. Pero ver a un niño que vive las carencias de la pobreza abriendo un regalo puede ser también una de las imágenes más crueles. En su carita se esconden las marcas de todos los juguetes que no ha recibido, de todos los deseos que no ha cumplido.

Durante el análisis de la información de los grupos focales de la investigación sobre pobreza que hacíamos en el PNUD, descubrimos que una de las carencias tras la pobreza era la diversión y el esparcimiento, el hallazgo me pareció evidente. No fue así para todos. Fue una dimensión muy cuestionada, "difícil de medir" decían unos; "poco concreta" decían otros. ¿Qué importa si por ahora está mal medida? Lo que importa es reconocerla porque hay mucha evidencia de que es real.

Las mujeres que participaron en los grupos focales hablaban de que la diversión en la pobreza es "cuidar a los hijos e ir a la iglesia"; los hombres se reían ante la idea de esparcimiento y hablaban de que en la pobreza todo es "trabajo y más trabajo". Y los niños con los que yo tuve la suerte de trabajar me hablaban de sus sueños: una Barbie para jugar con Merche, una bicicleta para irse rapidísimo "por esta bajada"… y así, sueños de juegos y juguetes.

Perder la vida por una piscucha o por perseguir una pelota son tragedias que pueden pasarle a cualquier niño, pero entre los más pobres de mi país estos hechos se repiten una y otra vez, pues juegan en la calle sin supervisión y están llenos de ansiedad por no tener casi nada.

Hubo algunos que apoyaron la idea de incluir el esparcimiento como una de las principales dimensiones de la pobreza, pues advirtieron que esta era una carencia también para otros grupos sociales. Las clases medias, por ejemplo, que dividen su día entre horas de transporte público y horas de trabajo, han perdido la oportunidad de diversión.

Pero la falta de esparcimiento para los más pobres es de otro tipo, carece de alternativas, desespera. Es de las que llevan a poner la vida en peligro… subiendo al poste a buscar la piscucha o yendo a jugar futbol todos los domingos a la cancha que se sabe es territorio de maras, y adónde un fin de semana de por medio, alguno de los jugadores muere.

*Esta columna fue publicada originalmente en la revista Humanum del PNUD.

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