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"Elemental, mi querido Watson"
Dom, 19/04/2015 - 19:39

Alfredo Bullard

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Alfredo Bullard

Alfredo Bullard es un reconocido arbitrador latinoamericano y autor de "Derecho y economía: El análisis económico de las instituciones legales". Es socio del estudio Bullard Falla y Ezcurra Abogados.

Esta historia ocurre en un futuro cercano, dentro de unos pocos años. Quizás dentro de unos pocos meses.

Watson ya había adquirido fama. En el pasado su pariente cercano (Deep Blue) había llegado a derrotar al campeón mundial de ajedrez Gary Kasparov. En el 2011 Watson tuvo que enfrentar a los dos campeones más importantes de la historia de “Jeopardy!”, quizás el programa de televisión de preguntas y respuestas más famoso del mundo, conducido por Alex Trebek. Luego de tres días de competencia, Watson, para sorpresa de los telespectadores, derrotó a los campeones. Ganó un millón de dólares en la competencia. Solo tenía 6 años de edad.

Luego de su éxito televisivo, se puso a estudiar medicina. Sus resultados fueron, como en el concurso de televisión, sorprendentes. En unos pocos meses desarrolló una capacidad para diagnosticar enfermedades y sugerir tratamientos que llevaron a Andrew McAffe, reconocido profesor en MIT y de Harvard, a señalar: “Estoy convencido de que si no es ya el mejor médico clínico del mundo, lo será muy pronto”. De hecho, ya es calificado como el mejor haciendo diagnósticos de cáncer de pulmón.

Watson tiene mayor información médica que cualquier doctor. No se guía por mera intuición ni se deja llevar por sesgos emocionales o cognitivos. Toma sus decisiones en forma objetiva, en base a la información con que cuenta. Ha leído cientos de libros de medicina, más de dos millones de páginas de texto, miles de historias clínicas, analizado miles de casos. Y, lo más sorprendente es que aprende y se vuelve más inteligente cada minuto.

Watson no es una persona. Es una supercomputadora creada por la IBM y que está revolucionando la informática poniéndola al servicio del ser humano para una actividad tan relevante como la salud. Solo en EE.UU., uno de cada 20 pacientes adultos es mal diagnosticado por médicos humanos. Watson está mejorando esos números muy rápidamente.

Pronto es contratado por hospitales y empresas de seguros para ayudarlos en los diagnósticos y sugerir tratamientos. Sus servicios llegan al Perú, para beneficio de su población.

Sin embargo muchos no toman su llegada de buena manera. Aparecen de pronto algunas notas en los diarios: “¿Dejaría que un robot fuera su doctor?”, tituló uno. “¿Y si le falla un chip?”, sentenció otro. Y el titular central de uno de los diarios más importantes fue: “¿Médico o Frankenstein?”

El Colegio Médico se pronuncia en un comunicado: “No podemos sustituir la sensibilidad y la experiencia de un doctor humano por la frialdad de una máquina”. Los sindicatos de médicos tampoco se hacen esperar: “No dejaremos que Watson nos quite nuestros puestos de trabajo. Esa es una triquiñuela de la patronal”.

Los políticos ven una oportunidad. El presidente de la República declara en la televisión sobre el riesgo de que los chilenos hackeen la computadora para perjudicarnos. Jaime Delgado propone un proyecto de ley para modificar el Código de Protección al Consumidor y prohibir los diagnósticos informáticos e imponer grandes multas. El congresista Daniel Mora, tristemente célebre por una Ley Universitaria que en el pasado frenó el desarrollo de las universidades, propone una Ley de Moratoria Informática dirigida a evitar por 10 años que nuevas tecnologías puedan aplicarse hasta no estar cien por ciento seguros de que no tendrán consecuencias nocivas. Su colega Yonhy Lescano propone la creación de Osinutec (Organismo Supervisor de Nuevas Tecnologías) para evitar que innovaciones de este tipo se comercialicen hasta que no sean aprobadas por el consejo directivo de la entidad o se adopten las medidas y correcciones que ese consejo determine.

¿Cuál es la moraleja de la historia? “Elemental, mi querido Watson”: Si regulado por el Estado quieres estar, lo único que tienes que hacer es innovar.

*Esta columna fue publicada con anterioridad en el centro de estudios públicos ElCato.org. 

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