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Hiroshima y Nagasaki: imágenes paganas
Vie, 07/08/2015 - 14:57

Claudio Pereda Madrid

La batalla de la avenida que abre heridas en Chile
Claudio Pereda Madrid

Claudio Pereda Madrid es sub editor del sitio LifeStyle. Con estudios de magíster en Ciencias Políticas (Academia Nacional de Estudios Políticos y Estratégicos, Anepe, Chile) y Estudios Latinoamericanos (U. de Chile), se ha desempeñado en las secciones Economía (Las Últimas Noticias), Cultura (La Nación) y Reportajes (La Tercera), además de la radio Cooperativa y revistas Rock&Pop y Zona de Contacto, entre otros medios chilenos. Es fundador de la revista Cultura y Tendencias. Posee también experiencia como profesor universitario en Comunicación Estratégica y Periodismo de Investigación. Sus cuentas en redes sociales: @peredamadrid y @RevistaCyT

"Mi boca quiere pronunciar el silencio" dice en una de sus estrofas el tema "Imágenes paganas", del grupo argentino Virus. Algo así sintió un día de agosto de 1945 Makiko Kada, cuando en el horizonte vio cómo el cielo se oscureció y explotó en sólo segundos.

En el imperio del sol, durante los días 6 y 9 de agosto de ese aciago año, el astro rey pasó a ser una maldición, reflejo de un paradójico e intenso silencio destructivo.

Hace 70 años el bombardero B-29 estadounidense Enola Gay entró no sólo en el espacio aéreo japonés. También lo hizo en la zona más inquietante de la historia, inaugurando la era atómica.

A las 8:15 del 6 de agosto su vientre se abrió y provocó que, junto a Makiko, millones de personas quisieran -en vano- pronunciar el silencio.

El cromo de colores posibles en la mezcla de la química con la naturaleza ofreció variados espectáculos ese día en Hiroshima. El fuego amarillo, el cielo rojo, el aire albo y espeso, la oscuridad casi eterna e implacable, convirtieron a millones de personas en agua y en quemadura a la vez.

Aunque también la vida daba su batalla. A las 9 de la mañana, una mujer cegada, invadida por llagas y sin fuerzas hizo todo lo posible para que su hija completara el ritmo del parto y pudiera respirar. Aunque ella murió, la niña sobrevivió.

Tomás Eloy Martínez, el periodista y escritor argentino fallecido el año 2010, cuenta en el libro "Lugar común: la muerte", que siendo adolescente esa menor nacida en medio de la muerte preguntaba qué había pasado en el día de su nacimiento. Sus familiares le decían que el cielo se había derrumbado y había vuelto a levantarse.

La niña, de nombre Sadako, nació sana y fuerte. Hasta que a los doce años sufrió un extraño y fuerte mareo, en medio de un profundo estado febril. El hecho ocurría justo un 6 de agosto. Sólo algunas semanas después murió de una leucemia fulminante, producto de la radiación.

"Reposen aquí en paz, para que el error no se repita nunca" dice una inscripción en homenaje a las víctimas de las bombas atómicas en Japón: casi 250.000 muertos en Hiroshima y Nagasaki.

La memoria en torno a estos tristes hechos ocurridos siete décadas atrás ofrece el espacio para seguir dándole vueltas a la capacidad humana de enfrentar la adversidad. No por nada la dinámica de la resiliencia forma parte hoy de cualquier coaching de mediano estándar.

Parece no ser gratuito que a pesar de esa llaga lacerante, la sociedad japonesa no sólo pudo levantarse. A la breve vuelta de la historia, se ubica en la parte de adelante del tren mundial, transformándose en un país moderno, exitoso y pujante.

La muerte tiene una cara extraña y difícil de comprender. Pero está ahí, acechando siempre. Las bombas de Hiroshima y Nagasaki no pudieron contra un profundo espíritu vital que, aunque intensamente herido, pudo levantarse otra vez.

"Un remolino mezcla/ los besos y la ausencia/ imágenes paganas/ se desnudarán en sueños", marca la letra del tema ya citado de Virus. El recuerdo de las ciudades y personas abatidas por la onda nuclear pueden resultar hoy imágenes pecadoras en medio de la obsesiva búsqueda de la felicidad permanente.

El recuerdo de las caídas o del fracaso se tiende a esconder. Lo que cuesta comprender de la muerte es que lejos de ser un fracaso, es un impulso para no bajar la mirada. En Hiroshima y Nagasaki ayer el sol quemó hasta matar. Pero hoy brilla para seguir iluminando el camino.

El ejemplo de Japón también consagra la energía de la memoria. El recuerdo de esos días de agosto se transforman en constante fuerza de futuro.

La primera bomba del Enola Gay estalló a una altura de 580 metros sobre el centro de Hiroshima y mató de inmediato a unas 70.000 personas. La onda expansiva, a unos 6.000 grados de temperatura, carbonizó todo a su alrededor hasta más de 120 kilómetros de distancia.

El hongo atómico que se elevó posteriormente, a unos trece kilómetros de altura, expandió una destructiva lluvia radiactiva que condenó a muerte a miles de personas que habían escapado del calor y las radiaciones.

Sólo dos horas después más de 100.000 personas se sumaban a los muertos, una cifra similar contabilizaba a los gravemente heridos y el 80% de la ciudad ya no existía.

¿Y qué ha pasado 70 años después? La historia no ha sido fácil, lo peor y lo mejor de la naturaleza humana han dado su lucha dialéctica. Sin embargo, las imágenes paganas que rememoran estos hechos pueden convertirse en acicate, "para que el error no se repita nunca".

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