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Humberto Moreira: un desastre para el PRI y Peña Nieto
Lun, 18/01/2016 - 08:35

Leo Zuckermann

¿Puede comprarse el voto en México?
Leo Zuckermann

Leo Zuckermann es analista político y académico mexicano. Posee una licenciatura en administración pública en El Colegio de México y una maestría en políticas públicas en la Universidad de Oxford (Inglaterra). Asimismo, cuenta con dos maestrías de la Universidad de Columbia, Nueva York, donde es candidato a doctor en ciencia política. Trabajó para la presidencia de la República en México y en la empresa consultora McKinsey and Company. Fue secretario general del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE), donde actualmente es profesor afiliado de la División de Estudios Políticos. Su columna, Juegos de Poder, se publica de lunes a viernes en Excélsior, así como en distintos periódicos de varios estados de México. En radio, es conductor del programa Imagen Electoral que se trasmite en Grupo Imagen. En 2003, recibió el Premio Nacional de Periodismo.

La detención en España de Humberto Moreira es una calamidad para el PRI y Peña. En un momento en que el presidente parecía fortalecerse con la recaptura de El Chapo Guzmán, surge esta noticia que nos recuerda una de las peores características históricas del PRI —la corrupción— y de cómo los priistas, lejos de cambiar con la democracia, la aprovecharon para afilar esta terrible costumbre. Refresca en nuestras mentes las muy sospechosas casas del Presidente, su esposa, los secretarios de Hacienda y Gobernación que hasta el momento no han tenido castigo jurídico alguno. Y pone en un predicamento al gobierno de Peña de hasta dónde apoyar o condenar a Moreira quien, supongo, cuenta con información sobre los dineros de la campaña del hoy Presidente de México.

Cuando el PRI perdió la Presidencia en 2000, los priistas se refugiaron en el Congreso y los gobiernos estatales. Desde esos bastiones, se prepararon para regresar al poder. Se tardaron dos sexenios. En los primeros años de la democracia, ciertamente aprendieron nuevas conductas para adaptarse. Pero también sofisticaron otras malas costumbres que venían del régimen autoritario; de manera destacada, la corrupción.

Humberto Moreira es uno de los mejores ejemplos de los políticos priistas de las épocas democráticas: ambiciosos, eficaces y, también, corruptos. Muy joven, a los 37 años de edad, llegó a ser alcalde de Saltillo con el ojo puesto en la gubernatura de Coahuila. Dos años después se convertiría en el candidato del PRI a gobernar ese estado. Arrasó en las elecciones: sacó la mayor cantidad de votos en la historia coahuilense. Siguiente en su línea de ambiciones estaba la Presidencia. Pero, antes que él, avanzado en la popularidad dentro de su partido, se encontraba otro joven gobernador, el del Estado de México.

Ambos personajes acabaron por establecer una alianza gracias, en parte, a la maestra Elba Esther Gordillo. Peña Nieto sería el candidato presidencial y Moreira se convertiría en el dirigente nacional del PRI. Llegó a tambor batiente a ese puesto. Con un estilo de norteño entrón, provocaba a los adversarios del PRI incluyendo al presidente Felipe Calderón. Poco le duró el gusto.

Rápidamente surgieron escándalos que lo implicaban. Se comprobó que su gobierno había endeudado de manera desproporcionada a Coahuila falsificando documentos. A la vista pública no se podía comprobar adónde habían ido a parar tantos miles de millones de pesos de deuda y transferencias recibidas de la Federación. El escándalo fue escalando y comenzó a salpicar a Peña. Se hablaba de mucho dinero coahuilense fluyendo a las reservas financieras de la próxima campaña presidencial. Cuando Peña finalmente se destapó como candidato del PRI, aseguró que Moreira gozaba de “nuestro respaldo total y absoluto a la posición de liderazgo que tiene en el partido. Él está en la posición de dar respuesta a las descalificaciones y señalamientos que me parecen más propios de los tiempos políticos que estamos viviendo, que el fondo y sustento que eventualmente puedan tener”.

El respaldo duró poco. Muy pronto, frente a noticias que afectaban las ambiciones presidenciales de Peña, Moreira dejó la Presidencia del PRI. A la luz pública continuaron saliendo más casos de presunta corrupción. Una corte texana involucró al ex gobernador en una red de lavado de dinero a través de ex funcionarios y testaferros coahuilenses, dinero con el que habrían comprado estaciones de radio y viviendas. El viernes pasado, después de muchos años, Moreira finalmente fue apresado en España —donde vivía— acusado de recibir de manera inexplicable, a través de empresas fantasmas, alrededor de 200 mil euros.

“Cae Moreira, el PRI se deslinda”, así cabeceó Excélsior la noticia. Y es que el tricolor, ahora dirigido por Manlio Fabio Beltrones, expresó que había poca información “para emitir un pronunciamiento definitivo” pero que “las instituciones no son responsables de los actos de los individuos que las integran”. La secretaria general del PRI, Carolina Monroy, miembro del grupo político mexiquense, aseguró que el partido “estará respaldando a su exdirigente, con toda energía, en tanto no exista prueba plena de la comisión de ilícitos”. El presidente Peña, por su parte, pidió “no anticipar juicios ni defensas”. Es evidente que los priistas, incluyendo el que vive en Los Pinos, están en shock porque, por donde se vea, lo de Moreira es un desastre para ellos.

*Esta columna fue publicada originalmente en Excelsior.com.mx.

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