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Juárez y Cárdenas en el calendario cívico de México
Lun, 30/03/2015 - 09:31

Fernando Chávez

Los saldos económicos de la guerra mexicana contra el poder narco
Fernando Chávez

Fernando Chávez es economista y docente de la Universidad Autónoma Metropolitana de México (UAM). Actualmente es coordinador del sitio de divulgación económica El Observatorio Económico de México. Su línea de investigación abarca remesas y migración, política monetaria, banca central, federalismo fiscal y macroeconomía. Desde 1984 se desempeña en el ámbito editorial como autor y coordinador de publicaciones, boletines, revistas y secciones de periódicos.

Ya no tenemos nuestros "idus de marzo" en el calendario oficial mexicano. Ya no tiene el actual Estado nacional, de estirpe neoliberal y plutocrática, dos días de buenos augurios en este mes, como quizá diría un romano antiguo del mundo precristiano. Sin embargo, no hace mucho tiempo, la mayoría ciudadana y los mismos gobernantes (un buen) aún conmemoraban con cierta naturalidad dos fechas memorables para dar buenas noticias y anuncios alentadores: el 18 de marzo y el 21 de marzo. Tales efemérides de aroma patriótico, muy familiares a todo el vecindario nacional, estaban todavía enraizadas en nuestra atmósfera cotidiana, heredada por sucesos fundacionales de la nación de los siglos XIX y XX.

En la primera fecha se recordaba jubilosamente la nacionalización de petróleo, en 1938, como lo que fue realmente: la tercera consumación de la soberanía nacional a partir del mandato constitucional de 1917 sobre el manejo de los recursos naturales del subsuelo. Y por supuesto, ese paso histórico hacia adelante en la construcción de un proyecto nacional pluriclasista y unitario a la vez, está asociado con la acción presidencial del general Lázaro Cárdenas del Río, "general de hombres libres", como escribiera con justicia poética el sublime Pablo Neruda.

Dejar aquí en solitario esta magna proeza sería injusto y lamentable si sólo evoco sin más esta fecha fundamental del cardenismo, repugnante para el priismo peñanietista y el panismo de toda la vida. Hay que evocar y celebrar también su reforma agraria campesinista, su política de masas (que documentara con rigor y elegancia el historiador Arnaldo Córdoba), sus lazos de solidarios con la república española y su labor fundacional de muchas instituciones económicas y sociales que dieran un perfil popular y democrático al Estado nacional, así como tantas cosas más de signo progresista y modernizador de nuestra vida pública que, a final de cuentas, ha arrumbado la restauración neoliberal entreguista y elitista, desde 1983 a la fecha.

El 21 de marzo era para recordar con orgullo nacional al tenaz e incorruptible presidente Benito Juárez por su natalicio (en el año de 1806). No sobra decirles enfáticamente hoy a los impresentables dirigentes del gobierno actual que con Juárez a la cabeza la nación consumó su soberanía nacional por segunda ocasión al restaurar la república y derrotar heroicamente a los invasores franceses y a los traidores del partido conservador. El merecido fusilamiento de Maximiliano de Habsburgo el 19 de junio de 1867 en el Cerro de las Campana cerró un capítulo glorioso de la historia patria. El gran presidente de origen zapoteco y una generación incorruptible de políticos e intelectuales liberales encabezaron la defensa popular y antiimperialista de la república, de la nación y, sobre todo, de un proyecto nacional laico, democrático, multirracial y pluriclasista, o sea, plural e incluyente, reivindicador de equilibrios esenciales en esta era globalizadora.

Para la actual élite neoliberal-plutocrática y sus aliados políticos e ideológicos, el 18 de marzo debe ser enterrada como  fecha emblemática en la memoria histórica mexicana. No les bastó irrumpir con la llamada reforma energética, aprobada en 2014, que enterró la letra y el espíritu del nacionalismo económico que emergió con la Constitución de 1917, la que expresó con vigor el consenso social y político de principios del siglo XX. En torno a esta fecha son abundantes y diversos los temas sociales paradigmáticos que giraron a su alrededor y que son referencia obligada para comprender y defender la utopía de los revolucionarios de 1910-1917. Por eso el obtuso afán inconfesable del peñanietismo de tapar y borrar del calendario patriótico esta fecha perdurable para la mayoría de los mexicanos.

En estos tiempos de acercamientos inocultables e impúdicos de los últimos gobiernos con las diversas jerarquías eclesiásticas existentes, se atenta peligrosamente contra el incluyente mandato constitucional del Estado laico que alentara el presidente Juárez en su momento y, luego después,  los mismos constituyentes de 1917. La derecha mexicana se ha envalentonado en este contexto político de simulación, muy optimista por las reformas de mercado incluidas, sacando del armario sus anacronismos ideológicos. La libertades públicas e individuales que son y serán siempre los fundamentos de la democracia social y económica, son debilitadas y puestas en duda y atacadas cuando se quiere debilitar el carácter laico del Estado mexicano. Se impone hoy una máxima milenaria, eficaz y conciliadora : “Dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. La mejor defensa de la libertad religiosa o de la tolerancia a todos los credos religiosos, pasa por fortalecer el Estado laico. No puede haber dudas sobre este principio fundamental para avanzar en el fortalecimiento pacífico de la democracia mexicana.

Montones de calles, callejones, avenidas, plazas, pueblos, ciudades, barrios, presas, universidades, parques, leyes, premios, congresos, monumentos, estatuas, bustos, teatros, cines, estadios, rotondas, glorietas, paraderos, autopistas, asociaciones civiles, clubes deportivos, recintos públicos, movimientos sociales, libros, folletos, poemas, cantos, himnos, etcétera, llevan desde hace años una alusión fuerte a los nombres de esto dos personajes de talla épica. Por lo tanto, por  todo esto y por más cosas vale decir que en el ADN de la mexicanidad hay huellas de ellos, de su obra, de su pensamiento, de su ejemplo, de su yerros, de sus anécdotas, de sus vidas públicas controvertidas, de su condición humana, de su herencia, en una palabra.

Las pálidas y apocadas conmemoraciones que el gobierno de Peña Nieto hizo este mes de estas dos fechas (casi a escondidas), no pasaron desapercibidas como rituales vacíos. Estos dos "idus del marzo", aún así, por evocar la lucha de una nación de hombres y mujeres libres, seguirán en el calendario cívico. El desdén grosero de este gobierno a estos dos días venerables de la historia mexicana es inocultable y, por lo tanto, patético y despreciable.

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