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La Iglesia, los matrimonios gay y los masajes de piedra
Lun, 22/08/2016 - 08:31

Leo Zuckermann

¿Puede comprarse el voto en México?
Leo Zuckermann

Leo Zuckermann es analista político y académico mexicano. Posee una licenciatura en administración pública en El Colegio de México y una maestría en políticas públicas en la Universidad de Oxford (Inglaterra). Asimismo, cuenta con dos maestrías de la Universidad de Columbia, Nueva York, donde es candidato a doctor en ciencia política. Trabajó para la presidencia de la República en México y en la empresa consultora McKinsey and Company. Fue secretario general del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE), donde actualmente es profesor afiliado de la División de Estudios Políticos. Su columna, Juegos de Poder, se publica de lunes a viernes en Excélsior, así como en distintos periódicos de varios estados de México. En radio, es conductor del programa Imagen Electoral que se trasmite en Grupo Imagen. En 2003, recibió el Premio Nacional de Periodismo.

No soy católico y estoy a favor de que los homosexuales puedan casarse y adoptar hijos. Creo, además, que la Iglesia tiene todo el derecho de oponerse a esta política pública. La grey católica y sus sacerdotes pueden expresar sus puntos de vista en donde se les pegue la gana, ya sea en homilías o en cualquier medio de comunicación, y manifestarse en contra del gobierno de Peña. Bienvenida su crítica, por más feroz que sea. Ya nos corresponderá a los que estamos a favor de que el Estado trate de manera igualitaria a todos los ciudadanos, independientemente de sus preferencias sexuales, contra-argumentar para convencer a la mayoría de los mexicanos del derecho de los gay a casarse.

El obispo de Culiacán, Jonás Guerrero, ha criticado al gobierno federal por su iniciativa a favor del matrimonio igualitario porque, como la mayoría de los jerarcas de la Iglesia, piensa que este acto sólo debe ser entre un hombre y una mujer. No se aguantó el chistorete: “Que se me hace que el presidente Peña Nieto anda buscando un gavioto y no gaviota”. ¿Tiene derecho este sacerdote de decir esto? ¡Claro! Que exprese lo que se le venga en gana, pero que asuma la responsabilidad de manchar su investidura eclesiástica con una broma tan vulgar. Ante la falta de argumentos serios, monseñor suelta una ocurrencia de cantina de pueblo. Ya entiendo por qué hay cada vez menos católicos en México.

El obispo de Toluca, Francisco Javier Chavolla, no se queda atrás. Para criticar los matrimonios homosexuales propuso un “experimento”: Llevar a unos hombres y mujeres a una isla lejana con alimentos y medicina; dejarlos que pasen allá algunos años. En otra isla llevar a puros hombres. “Pasados 20, 30, 40 años, regresen. En la isla poblada únicamente por hombres se encontrarán con que empezaron a morir, y lo único que queda son viejitos consumados. Y donde pusieron hombres y mujeres van a ver un montón de chilpayates”. El tema, entonces, tiene que ver con la procreación. Dios, por eso, “creó a Adán y a Eva, no dos Adanes, no dos Evas”. ¿Tiene derecho monseñor de proponer este experimento? ¡Desde luego!

Y que su Iglesia no case a homosexuales. Pero el matrimonio civil es otra cosa: un contrato voluntario entre dos personas, sancionado por el Estado, donde en ningún lado se habla que su objetivo es concebir hijos. ¿Por qué les molesta a los sacerdotes que un juez del Registro Civil otorgue un acta matrimonial a dos personas, independientemente de su género? El problema es que todos los clérigos de todas las religiones de todo el mundo les disgusta competir con el Estado. Ellos quieren tener el monopolio de actos fundacionales de la vida, como la decisión de vivir con una pareja, el reconocimiento de un hijo o el entierro de un ser querido.

El semanario católico Desde la Fe ha publicado una serie de artículos para oponerse a la iniciativa del presidente Peña de matrimonios igualitarios. Una de las razones es que “causa daños físicos”. Sabios en medicina argumentan que “el cuerpo humano no está diseñado para la relación homosexual […] el ano del hombre no está diseñado para recibir, sólo para expeler […] el miembro que penetra el ano entra en contacto con materia fecal, fuente de incontables bacterias y microbios, y ésta es ingerida si después se practica sexo oral […] También en el sexo lésbico puede haber contagio de enfermedades de transmisión sexual […] la mayoría de los homosexuales reconoce tener adicción al sexo e inclinación hacia un estilo de vida promiscuo”. ¡Qué horror! Lo bueno es que en el mismo artículo se dice que “la Iglesia no odia a los homosexuales, los ama y sufre si ellos sufren, por eso se opone al ‘matrimonio gay’, porque quienes participan en este tipo de unión tienen una altísima probabilidad de terminar con una grave enfermedad”.

De ese tamaño son sus argumentos. Por cierto, revisando Desde la Fe, me encontré con una entrevista a un sacerdote exorcista que alerta sobre los masajes con piedra: “Esta ‘terapia’ no abre ‘chakras’, pues no existen, pero sí abre a la persona a energías demoníacas […] Muchas posesiones satánicas tienen su origen en estas prácticas”.

En días pasados, el PRD exigió a la Secretaría de Gobernación ponerle límites a la Iglesia católica y sancionar a los jerarcas que rechazan la iniciativa federal de matrimonio igualitario. “La única manera de parar estas expresiones de odio y de discriminación es con amonestaciones públicas”, dijo la secretaria general del partido. Se equivocan. De nada sirve este jacobinismo trasnochado. Lo que necesitamos es un debate abierto en el que los sacerdotes puedan hablar con toda libertad. Decir sus argumentos que, en mi opinión, son falsos y vulgares. Tan falsos y vulgares como pensar que el demonio se nos puede meter por darnos un masaje de piedras.

*Esta columna fue publicada originalmente en Excélsior.com.mx.

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