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La otra cara del "liderazgo emocional": Trump y el Rey Lear
Jue, 30/03/2017 - 08:35

Joaquín Garralda

La importancia de la Oficina de Ética del Congreso de EE.UU.
Joaquín Garralda

Joaquín Garralda es decano de Ordenación académica de IE Business School.

El concepto del liderazgo emocional está siendo muy utilizado en las recomendaciones sobre el modelo de liderazgo más eficaz en los tiempos actuales. Evidentemente este estilo tiene mucho impacto ya que la comunicación que utiliza es más poderosa que la pura y fría razón. Sin embargo, considerar sólo uno de los aspectos de este estilo de liderazgo puede servir para ocultar gestiones poco adecuadas de situaciones complejas. 

El presidente Trump, ha perdido su primera batalla en uno de sus proyectos más comunicados durante su campaña electoral: derogar el Obamacare. El argumento utilizado para explicar el abandono de la presentación para su votación de la regulación que la sustituiría, ha sido que es un tema muy complejo que exige más reflexión y más negociación para aunar intereses.  El siguiente proyecto en el que el presidente Trump va a concentrar sus esfuerzos es el de la reforma de los impuestos, que también es complejo. ¿Logrará que pase con éxito este proyecto el proceso parlamentario?

Indudablemente Trump ha demostrado en su campaña un liderazgo emocional muy fuerte, que le ha llevado a ser el actual presidente de Estados Unidos; pero, ¿le servirá ese liderazgo cuando se enfrenta a un sistema parlamentario en el que los intereses y las emociones son muy distintos de los del votante medio?

La reforma de una ley, o su sustitución por otra, exige una gran precisión en los detalles y un exhaustivo análisis de las consecuencias. Requisitos necesarios para convencer a los representantes (senadores y congresistas) del electorado americano que, a diferencia del ciudadano medio, analizan los temas complejos con mayor profundidad y, en general, con menos carga emocional y más racionalidad.

Esta situación también tiene se suele dar en las empresas, especialmente en las que el máximo ejecutivo tiene un fuerte carácter. En épocas de bonanza este líder impulsa con eficacia a la empresa y se afianza su autoestima, llegando a convencerse de su poder cuando expresa sus emociones para avivar a sus directivos.  Pero cuando la situación requiere soluciones más complejas, su fuerte “impacto” puede ser contraproducente para la dirección de la compañía.

La obra de Shakespeare, el Rey Lear, comienza con el deseo del rey de hacer un reparto a sus tres hijas de todas sus posesiones. Para ellos el rey les pide que le digan cómo le aman y en función de ello les dará una u otra parte.

El resultado por todos conocido es que su última hija, Cordelia, la preferida del rey, es muy parca y sincera en palabras a la hora de expresar su amor comparativamente a las frases barrocas de sus hermanas. Tras exigencias de una mayor locuacidad, el rey se enfada por su silencio y la deshereda.

El conde de Kent, el fiel asesor del rey, se indigna ante tamaña injusticia y le critica su decisión. El soberano, enfadado, lo considera una deslealtad y le destierra.

El líder emocional que pondera más sus propias emociones, que la empatía para comprender las emociones de los demás

En este punto se puede reflexionar sobre la dificultad de ser integro en estas circunstancias. Decir lo que se piensa, puede parecer una deslealtad a juicio del líder emocional que pondera más sus propias emociones, que la empatía para comprender las emociones de los demás.  Cabe pensar que los directivos del líder emocional de “una sola cara” experimenten el dilema, pero no quieran arriesgar su puesto y cumplan sus deseos sin llevarle la contraria.

La obra continúa con los malos tratos que la primera de las hijas le somete al rey cuando le toca residir en su castillo, por su comportamiento autoritario igual que cuando era rey. Además, como el rey se acompaña de 100 caballeros como séquito, la hija se lo afea y le dice que para qué sirven si ella ya tiene su propia comitiva, que se quede con 50.

Furioso ante los desplantes, se va con su segunda hija, quien, avisada por su hermana, le sale al camino y le dice con acritud que no está dispuesta recibirle con su séquito de 100 caballeros, sino sólo con 25 y mejor a él sólo. Su ira es tan grande que enloquece y se va semidesnudo por los campos en una noche de tormenta.

Si seguimos el paralelismo con la obra de Shakespeare, Trump (o el líder emocional de una sola cara) puede encontrarse que con su segundo gran proyecto tampoco logra pasar el proceso parlamentario tal como él desea, por la complejidad de establecer impuestos en la frontera para determinadas importaciones dentro de un mundo en el que los acuerdos multilaterales son complejos y la Organización Mundial del Comercio no aprueba acuerdos decididos unilateralmente. 

¿Y qué pasó con la tercera hermana? Respecto al tercer gran proyecto - los planes de construcción de infraestructuras que incluyen el muro con México - ¿logrará Trump que se apruebe por las cámaras parlamentarias?

Si seguimos con el paralelismo con la obra de Shakespeare, la obra acaba con un final trágico. Cordelia entra en Inglaterra con un ejército para rescatar a su padre, pero es vencida y traidoramente ahogada en su celda antes del juicio. El rey Lear, también encarcelado por unirse al ejército de su hija, le liberan tras la muerte también trágica de las dos hermanas que le habían encarcelado, pero cuando le dan la noticia de la muerte de su hija Cordelia se le parte el corazón de pena. Sin llegar a este dramatismo, puede que, tras tres intentos, la 45ª presidencia de Estados Unidos cambie el estilo de liderazgo hacia uno más “transaccional”.