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La pesadilla de todo servicio de inteligencia
Mar, 26/07/2016 - 09:37

Farid Kahhat

Las buenas noticias que trae el fallido atentado a Times Square
Farid Kahhat

Peruano, doctor en Relaciones Internacionales, Teoría Política y Política Comparada en la Universidad de Texas, Austin. Fue comentarista en temas internacionales de CNN en español, y actualmente es profesor del Departamento de Ciencias Sociales de la PUCP (Perú) y analista internacional.

Tras los atentados terroristas de París, en noviembre pasado, el gobierno francés declaró por tres meses un Estado de Emergencia, bajo el cual se autorizaba el registro de inmuebles sin mediar una orden judicial. Según información que consigna Amnistía Internacional, hasta el 4 de febrero de este año, bajo el amparo de esa medida, se habían realizado 3.242 registros, los cuales sólo dieron lugar a cuatro investigaciones criminales por delitos relacionados con el terrorismo. Si deben realizarse en promedio más de 800 registros para producir una investigación por terrorismo, es que hay de por medio un problema evidente de focalización. Es decir, los registros fueron relativamente indiscriminados, tal vez porque no se sabía con precisión a quién o qué se estaba buscando. 

Parte de la explicación de esa conducta podría proveerla Mohamed Lahouaiej Bouhel, el terrorista de Niza. Su perfil personal encarna la pesadilla de todo servicio de inteligencia. En 2014, el autodenominado "Estado Islámico" invocó a cualquier persona que le prestara oído a asesinar "donde sea y como sea" (sic), a ciudadanos de los países que integran la coalición que lo combate en Siria e Iraq. Tuvieran o no un vínculo previo, la única condición que se les exigía era proclamar su lealtad al Estado Islámico para que este pudiera reivindicar a posteriori el atentado. Aunque se presume que su crimen fue inspirado por esa invocación, Bouhel nunca proclamó filiación alguna. De hecho, no se le ha descubierto el más mínimo vínculo con organizaciones extremistas de ninguna índole. A diferencia del terrorista noruego Anders Breivik, tampoco dejó un manifiesto ideológico. A diferencia de los terroristas que atacaron París, en noviembre pasado, no llevaba consigo fusiles de asalto o explosivos (los cuales podrían haber sido rastreados, dada la necesidad de obtener al menos parte de ese arsenal en el mercado negro).

En otras palabras, el caso de Bouhel parece calzar el perfil de los denominados "Lobos Solitarios". Es decir, de individuos que suelen radicalizarse en el mundo virtual y deciden actuar luego por cuenta propia. Aun así, estos suelen dejar pistas rastreables para los servicios de inteligencia. Como indica un estudio, en 79% de los casos alguien sabía de la ideología extremista del individuo, y en un 64% de los casos alguien conocía su intención de "involucrarse en actividades relacionadas con el terrorismo". Bouhel, sin embargo, también parece constituir una excepción a esta regla. Al igual que algunos de los atacantes en París, tenía antecedentes delictivos. Pero a diferencia de ellos, sus cómplices apenas alcanzaron a vislumbrar su deriva extremista. 

El fiscal a cargo del caso lo confirma al señalar que el único hallazgo de su investigación que sugiere una radicalización fueron sus visitas a sitios de internet las dos semanas previas al atentado (es decir, no hubo un proceso de adoctrinamiento). Pero ese es un síntoma que comparten múltiples patologías: quienes visitan con relativa frecuencia sitios extremistas se cuentan por decenas de miles, y la mayoría de ellos jamás perpetrará una acción violenta. Siendo además Bouhel aficionado al alcohol, el hachís y el sexo casual, no había signo alguno de observancia religiosa en su vida cotidiana.

El investigador francés Oliver Roy sostiene que lo que está en curso entre múltiples yihadistas europeos es una rebelión generacional entre jóvenes que experimentan un sentimiento de alienación social. El que luego adquieran un sentido de propósito a través de un discurso de redención política es consecuencia y no causa de ello. Desde la perspectiva del perpetrador, ese discurso convierte un crimen que de otro modo revelaría el patetismo de una vida pletórica de expectativas frustradas, en un acto de heroicidad. Sería un grupo social similar a aquel que en los años setenta se sumó a grupos violentos de extrema izquierda pero que, ante la virtual desaparición del discurso comunista en los barrios de la periferia urbana, abrazan el nuevo discurso anti-sistema a su disposición: el yihadismo. Prueba de ello, sostiene Roy, sería el hecho de que alrededor de 25% de los yihadistas bajo el radar de las autoridades en Francia son conversos. Es decir, personas que ni nacieron ni fueron criadas en familias de religión musulmana.

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