Pasar al contenido principal

ES / EN

La vejez y el envejecimiento mundial
Vie, 03/05/2013 - 10:21

Fernando Chávez

Los saldos económicos de la guerra mexicana contra el poder narco
Fernando Chávez

Fernando Chávez es economista y docente de la Universidad Autónoma Metropolitana de México (UAM). Actualmente es coordinador del sitio de divulgación económica El Observatorio Económico de México. Su línea de investigación abarca remesas y migración, política monetaria, banca central, federalismo fiscal y macroeconomía. Desde 1984 se desempeña en el ámbito editorial como autor y coordinador de publicaciones, boletines, revistas y secciones de periódicos.

“El viejo que se cura, cien años dura” (refrán popular)

Hay un suceso novedoso en la población mundial: desde apenas hace algunos años, no muchos, hay más viejos-viejos -como nunca hubo en el pasado- y la tendencia es que su peso relativo se incrementará. El envejecimiento demográfico es irreversible en casi todos los países. Y este fenómeno insólito tendrá consecuencias relevantes para la vida social, cultural y económica.

Ofrezco, para empezar, una dato escueto: para el 2025, en doce años más, el mundo tendrá casi 800 millones de personas con 65 y más años, ubicándose 556 en los países en desarrollo y 254 en los países desarrollados. Si esos datos globales los colocamos en las regiones de la aldea global, Asia absorbe la mayor parte y América Latina parece que “sólo” tendrá alrededor de 70 millones (J. C. Chesnais, El proceso de envejecimiento de la población, INED-Francia, Celade). Pero estos pronósticos demográficos, como cualquiera otro, no son exactos (ni podrán serlo nunca), pero sí dan una idea del orden de magnitud de este asunto de interés para los terrícolas.  

Ya encarrilados en las cifras de los seniles apuntemos lo siguiente: el World Population Monitoring de la ONU ha estimado recientemente que en todas las regiones del mundo el porcentaje de mujeres que se espera que rebasen los 80 años siempre es mayor que el porcentaje de hombres en esta eventualidad. El dato no es irrelevante, pues plantea nuevos retos, sin precedentes. Los informes de África registran obviamente los porcentajes más bajos y los de América de Norte (Estados Unidos y Canadá, en particular) los más altos. Tal información sugiere lo que es intuitivamente perceptible: hay una relación muy cercana entre longevidad y nivel socioeconómico, no solamente en el nivel social, que es lo que revelan estos porcentajes, sino también en el nivel familiar e individual.

Otro dato adicional para documentar el pesimismo que impregna esta nota: hoy somos alrededor de 7 mil millones de habitantes en el planeta, cuando en 1920 apenas éramos 2 mil millones. Los cálculos recientes de los demógrafos indican que la población crece en mil millones cada doce años. Horror: seremos muchos más y el envejecimiento demográfico predecible no alienta buenos augurios.

Toda sociedad tiene sus grupos vulnerables, aunque su magnitud y diversidad cambie de un país a otro y, dentro de un país, de una época a otra. La vulnerabilidad social es cambiante, pues la trayectoria económica de cada nación va modificando la ubicación relativa de los individuos y las familias en la escala social y económica. En cualquier caso es de ley que los ancianos estén presentes en el segmento de los grupos frágiles. El desarrollo histórico de la naturaleza humana impone una condición nada grata que las instituciones sociales escasamente mitigan o suavizan.   

Parece haber consenso de que en el último tramo de la vida, el de la vejez, los seres humanos en su mayoría entran en condiciones de enorme vulnerabilidad y dependencia. Sin embargo, los grados de fragilidad son distinto en este segmento de la población: por ejemplo, estar viejo, pobre, enfermo y solo es, sin duda alguna, una condición humana extrema que expresa un final sombrío y lastimoso. Mi punto aquí es que son muchos millones de personas que llegan al último tramo de la vida en estas atroces circunstancias, mucho más de los que uno imagina, ni siquiera en nuestros peores momentos de aflicción.

“Pocos hay viejos y dichosos” (Séneca)

La geriatría, la gerontología y la demografía han contribuido enormemente a entender las particularidades que tienen los senectos. Hay otras disciplinas que también han contribuido a conocer el perfil de los viejos y las fases del envejecimiento, pero me quedo con estas tres para explorar un poquito en este asunto. No paso a las siguientes ideas sin mencionar labor de enfermeras y cuidadores que, como oficiantes prácticos abocados al cuidado de los viejos, tienen y tendrán un papel relevante y creciente en el futuro humano. Es decir, estoy mencionando que el futuro quizá demandará la existencia de estos profesionales tanto o más que de ciertos oficios modernos (ingenieros, diseñadores, etcétera), dando por descontado el carácter prescindible de los economistas y tribus universitarias afines.  

La geriatría, como rama de la medicina, va en ascenso por obvias razones y por ella nos enteramos de modo científico de lo duro que es llegar a esta etapa y, peor todavía, quedarse en ella mucho tiempo. El declive físico y mental es irremediable en esta etapa de la vida y de ahí hay que partir para reconocer la inexorable vulnerabilidad de los ancianos. La geriatría está orientada al estudio de la prevención, el diagnóstico, el tratamiento y la rehabilitación de las enfermedades en la senectud: resuelve los problemas de salud de los ancianos, si hay los recursos para ello…

Y la gerontología, igualmente en auge, estudia los aspectos psicológicos, educativos y sociales de la tercera o cuarta edad… Hoy en día la ésta es una ciencia interdisciplinaria que estudia el envejecimiento y la vejez considerando aspectos biopsicosociales (psicológicos, biológicos, sociales), pues estos aspectos influyen de manera directa en la forma como el ser humano vive su envejecimiento.

La demografía, al presentarnos una radiografía de la población humana, de sus cambios y ritmos de movimiento, nos ha permitido, entre otras cosas,  cuantificar la magnitud presente y futura de la vejez. Como disciplina social la demografía nació apenas en el siglo XVII con el conteo de los muertos, pero hoy es mucho más útil que para eso, indispensable para tomar decisiones de diversa naturaleza que permitan anticipar medidas para resolver problemas diversos: políticos, electorales, militares, sanitarios, financieros y muchos otros más problemas que son atacables y solubles con políticas públicas de diferentes calado.

Lo que hay detrás de un futuro no muy lejano con más viejos-viejos (sin tomar ahora una edad de referencia para definir lo que es un viejo) es el incremento en la esperanza de vida, que los demógrafos definen como: “una estimación del promedio de años que viviría un grupo de personas nacidas el mismo año si los movimientos en la tasa de mortalidad se mantuvieran constantes”. Me temo que no es del todo una buena noticia la mayor esperanza de vida en el planeta cuando la desigualdad social y la pobreza campean por doquier.

“El arte de envejecer es el arte de conservar alguna esperanza” (André Maurois)

La longevidad describe en lo general el mayor peso relativo de la vejez (presente y futura) y detrás de ello parece que hay varios factores:  una natalidad menor (planeada, deseada), un descenso continuo de la mortalidad infantil, juvenil y adulta, así  como  los avances notables en la medicina preventiva y correctiva, así como la universalización de los sistemas de salud pública, bastante estrechados por las políticas económicas de austeridad fiscal de los últimos años.

Visto en una dimensión social amplia, el envejecimiento demográfico es un proceso que cambia gradualmente la “pirámide poblacional”. Hasta ahora en todas las regiones del mundo domina en diferentes grados y niveles la población infantil, juvenil y madura, pero estamos transitando sin pausa hacia una nueva sociedad debido a esta nueva tendencia demográfica, sin soslayar otros factores significativos, como el tecnológico, por ejemplo.

Hoy en día, con el dominio de niños, jóvenes y adultos maduros, la estructura de la población es como una pirámide, cuya base la forman estos grupos. El futuro (¿lejano?) de más población mundial, al cobrar importancia creciente la personas de edad avanzada (con muchas juventudes acumuladas, diría un optimista), nos advierte, insisto, de un problema prácticamente sin precedente en la historia humana. La pirámide tiende a “engordar” en medio y achicarse en la base, que aún es amplia ahora.

Hay algo alarmante e innegable frente al panorama demográfico del porvenir que ya se está gestando ahora: las instituciones sociales,  políticas y culturales existentes no están ahora a la altura de los desafíos que vienen en este terreno. Vale destacar que, si en una visión retrospectiva encontramos desamparo social y vulnerabilidad crecientes de los ancianos, esa tendencia se afirma y agudiza cuando las economías entran en recesiones y se aplican los ajustes fiscales de austeridad como elementos centrales para salir del hoyo.

Los últimos cinco años en la aldea global, 2008-2013, los de la Gran Recesión, dan cuenta de esto último. Vale sólo poner el dedo en el renglón de las pensiones y la seguridad social para documentar con crudeza el pesimismo de esta nota. Pero eso da para seguir dándole vuelta más adelante a esta cuestión desafiante e incómoda.

Países