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Las similitudes de las protestas en Brasil y Turquía
Jue, 04/07/2013 - 14:54

Farid Kahhat

Las buenas noticias que trae el fallido atentado a Times Square
Farid Kahhat

Peruano, doctor en Relaciones Internacionales, Teoría Política y Política Comparada en la Universidad de Texas, Austin. Fue comentarista en temas internacionales de CNN en español, y actualmente es profesor del Departamento de Ciencias Sociales de la PUCP (Perú) y analista internacional.

Existen múltiples similitudes entre la movilización en torno al Parque Gezi en Turquía, y las que tienen lugar en torno al Movimiento Pase Libre en Brasil. En ambos casos, las manifestaciones iniciales fueron pequeñas y con objetivos acotados (salvar el parque en un caso, conseguir que el transporte público sea gratuito, en el otro). En ambos casos el punto de inflexión fue el mismo: la percepción extendida (y luego reconocida oficialmente), de que las fuerzas del orden emplearon un grado de violencia injustificable al intentar dispersar a los manifestantes. Ese fue el momento en el que, en ambos casos, decenas de miles de personas se movilizaron en solidaridad con las manifestaciones iniciales, y no sólo en las ciudades en donde estas tuvieron lugar (Estambul y San Pablo, respectivamente).

Las manifestaciones de solidaridad fueron un punto de inflexión no sólo porque multiplicaron dramáticamente el número de personas involucradas, sino sobre todo porque se convirtieron en un punto focal en torno al cual convergieron las expectativas de personas y agrupaciones que tenían algún reclamo que plantear al Estado, pero no parecían contar con medios eficaces para plantearlos.

Dada la relativa indiferencia u hostilidad inicial de los medios masivos de comunicación (tanto públicos como privados), las redes sociales fueron el medio preferido por los involucrados para informarse y debatir sobre los temas planteados, así como para coordinar acciones y decisiones. A su vez, esa preferencia contribuye a delinear el perfil social de los participantes (según encuesta de Datafolha, en el caso de Brasil): el manifestante promedio es relativamente joven, con un grado relativamente alto de educación formal.

Pertenece además a los estratos medios de su sociedad, medido por nivel de ingreso. Es decir, se trata de aquel segmento de la sociedad en el cual la tasa de penetración de internet suele ser sensiblemente mayor al promedio. Son también el segmento más proclive a pertenecer a organizaciones no gubernamentales o participar en los denominados “nuevos movimientos sociales” (por oposición a aquellos definidos por la pertenencia a un estrato socio-económico, como los sindicatos).

Todo lo cual también era cierto en los casos de Irán en 2009 y de Egipto en 2011, pero a diferencia de ellos en Brasil y Turquía estamos ante gobiernos democráticamente elegidos, y ante sociedades en las cuales los estratos medios representan ya la mayoría de la población. Lo cual revela una paradoja que comparten ambos casos. En poco más de una década de gobierno del Partido de los Trabajadores (PT), 40 millones de personas salieron de la pobreza en Brasil. Y en poco más de una década de gobierno del Partido para la Justicia y el Desarrollo (AKP), el producto per cápita se triplicó en Turquía. Pero además, en ambos casos, una década de crecimiento a tasas relativamente elevadas llegó a su fin en 2012: ese año la economía creció en un 3% en Turquía (por contraste con el 8.5% de 2011), y en un 0.9% en Brasil (que en el lustro que precedió al gobierno de Rousseff creció en promedio a 4.5%).

Es decir, en ambos casos el gobierno que contribuyó a convertir a la suya en una sociedad mesocrática, es blanco de las protestas de esos nuevos estratos medios. En parte porque habrían desarrollado expectativas de ascenso social que ahora podrían verse frustradas. Peor aún, podrían vislumbrar el regreso a una situación de pobreza que abandonaron en la víspera (y la experiencia histórica muestra que hay pocas cosas políticamente más volátiles que los estratos medios cuando enfrentan la perspectiva de una movilidad social descendente).

Además en el caso de Brasil, la inflación en el año que media entre mayo de 2012 y el mismo mes de 2013 fue de 6.5%, muy por encima del rango establecido por el Banco Central. Por ello esa entidad elevó su tasa de referencia de 7.5 a 8%. El problema es que mientras el efecto de esa elevación de tasas sobre la inflación no será inmediato, si podría serlo su efecto sobre el crédito de consumo (con lo cual ambos factores contribuirían en el corto plazo a reducir el poder de compra de los estratos medios).

Su carácter descentralizado (prescindiendo, por ejemplo, de las jerarquías propias de las centrales sindicales), y su renuencia a conformar o incluso aliarse con partidos políticos, suelen ser consideradas virtudes de los nuevos movimientos sociales. Pero también pueden lastrar su eficacia política. Esta última se potencia cuando la múltiples formas organizativas que integran esos movimientos cooperan en torno a prioridades compartidas, y tienden puentes hacia otros sectores de la sociedad (en Egipto, por ejemplo, las movilizaciones convocadas a través de las redes sociales sólo consiguieron remecer el régimen dictatorial cuando sindicatos y partidos se sumaron de lleno a ellas). Esta última sigue siendo en lo esencial una tarea pendiente tanto en Brasil como en Turquía. En cuanto a formular prioridades compartidas, cuando en Brasil el corresponsal del diario El País pedía a los manifestantes que le dijeran cuál era la razón fundamental por la que estaban allí, la mayoría dudaba antes de responder, y las respuestas que daban no coincidían entre sí. Que yo sepa, nadie preguntó lo mismo en Turquía, pero en ese caso sí es probable que exista un punto focal en torno al cual convergen de manera espontánea las expectativas de los manifestantes: el creciente autoritarismo del gobierno de Erdogan.

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