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Los mexicanos no se responsabilizan de sus errores
Lun, 09/03/2015 - 11:00

Leo Zuckermann

¿Puede comprarse el voto en México?
Leo Zuckermann

Leo Zuckermann es analista político y académico mexicano. Posee una licenciatura en administración pública en El Colegio de México y una maestría en políticas públicas en la Universidad de Oxford (Inglaterra). Asimismo, cuenta con dos maestrías de la Universidad de Columbia, Nueva York, donde es candidato a doctor en ciencia política. Trabajó para la presidencia de la República en México y en la empresa consultora McKinsey and Company. Fue secretario general del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE), donde actualmente es profesor afiliado de la División de Estudios Políticos. Su columna, Juegos de Poder, se publica de lunes a viernes en Excélsior, así como en distintos periódicos de varios estados de México. En radio, es conductor del programa Imagen Electoral que se trasmite en Grupo Imagen. En 2003, recibió el Premio Nacional de Periodismo.

Se habla mucho de que hay una crisis de credibilidad y confianza en México. Otros argumentan que incluso es de legitimidad en nuestro sistema democrático. Unos más ponen el énfasis en la impunidad como fuente toral de los problemas del país. Sin menospreciar todos estos argumentos, pongo en la mesa otra característica negativa que también nos afecta: que la gente no se hace responsable de sus errores.

El asunto se ve por todos lados: desde cosas chicas hasta las grandes. Pongo un ejemplo nimio. Hace poco fui a un restaurante de los que cobran una fortuna.

No pude estacionarme en la calle. Tuve, entonces, que utilizar el valet parking del lugar que, huelga decir, también cobra una fortuna. Resulta que le dieron un golpe a mi coche. Por confiado, no me di cuenta. Recuerdo, eso sí, al chofer tapando el lugar donde mi auto tenía el golpe. Hasta que llegué al siguiente sitio me percaté de lo ocurrido. Ya no tenía caso regresar a reclamar: cuando uno abandona el valet se despide de la posibilidad de cualquier tipo de reembolso. No me quedó de otra más que apechugar: pagaré yo el error de otro.

En un país donde impera el sentido de la responsabilidad, el chofer que golpeó mi auto me hubiera informado de lo ocurrido. El encargado del valet parking, así como el dueño del restaurante, hubiera dado la cara para pagarme y disculparse por el inconveniente. Nada de eso. Aquí se privilegia el encubrimiento, la mentira. Todos tienen el incentivo y los valores para hacerse guajes: desde el pobre chofer al que, por ser el eslabón más débil, generalmente le cargan el muertito hasta los dueños del restaurante pasando por la empresa del valet. Nadie se hace responsable.

Me temo que responsabilizarse por los errores no es un valor muy apreciado en México. En las familias, escuelas y lugares de trabajo se oye muy poco las palabras “me equivoqué, ofrezco una disculpa y me responsabilizo por mis actos”.

Lo del golpe a mi coche es una nimiedad como ocurren tantas a tantos mexicanos. Pero lo mismo sucede en los grandes asuntos, tanto en el sector privado como en el público. Las empresas rara vez admiten que se equivocan. Las mineras minimizan el daño al medio ambiente después de un accidente. Las aerolíneas siempre llegan tarde por “tráfico en el Aeropuerto de la Ciudad de México”. Las telefónicas inventan todo tipo de pretextos cuando se les reclama una velocidad lenta en el internet. Todas mienten o apuntan su dedo hacia otro lado.

Pero el que rompe todos los récords en no hacerse responsable de sus errores es el gobierno. Ejemplos sobran. Menciono dos que me parecen increíbles.

Primero: que el secretario de Comunicaciones y Transportes no se haya responsabilizado del gran fracaso que fue la licitación del Tren Rápido México-Querétaro. Aunque presumió que se había tratado de una asignación transparente, honrada y legal, al final la cancelaron porque se reveló que una de las empresas beneficiadas le presta, regala y financia casas al Presidente a su esposa y al secretario de Hacienda. El secretario luego se fue a China a explicar por qué había cancelado la licitación. Nunca lo hizo en México. Y todavía no sabemos cuánto van a querer los chinos por haber suspendido el proyecto. No obstante, Ruiz Esparza sigue en su puesto, muy campante, sin haber asumido ninguna responsabilidad por tamaño fracaso.

Segundo ejemplo: que el Presidente esté proponiendo a Eduardo Medina Mora como ministro de la Suprema Corte de Justicia. Resulta que el ex director del Cisen, ex secretario de Seguridad Pública y ex procurador General, uno de los artífices de la fallida guerra en contra del crimen organizado, un funcionario que públicamente presumía que el aumento en los homicidios se debía a que el gobierno iba ganando la guerra, quiera uno de los puestos más importantes del país. En lugar de hacerse responsable de un sinnúmero de fallas al frente de las instituciones de seguridad pública, Medina Mora pretende sentarse en el máximo tribunal con la ayuda de su amigo, Enrique Peña Nieto.

Si la vida no hubiera sido tan generosa con ellos, imagino a Ruiz Esparza o Medina Mora estacionando coches en un valet y, cuando le pegaran a uno, escondiendo el golpe, recibiendo la propina, dando las gracias y mascullando un “me lo chingué” al ver alejarse el auto que chocaron.

*Esta columna fue publicada originalmente en Excelsior.com.mx.

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