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Lucha contra el demonio
Mar, 16/09/2014 - 08:24

Alfonso Reece

‘¿Cuándo se jodió el Perú?’
Alfonso Reece

Alfonso Reece es ecuatoriano, y se ha desempeñado como escritor y periodista. Posee estudios de Derecho y Sociología en la Universidad Católica del Ecuador. Como periodista se ha desempeñado en los canales de televisión Ecuavisa y Teleamazonas, mientras que en prensa escrita ha colaborado en las principales revistas de su país, como 15 Días, Vistazo, SoHo, Mango y Mundo Diners. Actualmente es columnista en el diario El Universo (Guayaquil, Ecuador).

Perseguido por los demonios titula Gordon Bowker su biografía del escritor inglés Malcolm Lowry, autor de una de las novelas miliares del siglo XX, Bajo el volcán. Cualquier selección de las mejores obras de narrativa de la centuria pasada, en todos los idiomas, incluso una restringida a un número tan bajo como diez, no está completa sin este libro capital. La obra de Lowry es parca, en vida publicó solo dos novelas. Póstumamente se han editado un puñado de relatos. Esta brevedad se debe en parte a su perfeccionismo, pero también a su vida desordenada, marcada por el alcoholismo, que concluiría a los 48 años en circunstancias no aclaradas. Al morir estaba ebrio y probablemente drogado, podría haber sido un suicidio y no se descarta la opción del asesinato. La versión de su segunda esposa, la actriz y escritora Margerie Bonner, estaba llena de contradicciones. Un psiquiatra le habría dicho a ella que debía abandonar a Malcolm, de lo contrario “él se suicidará, o la matará, o usted terminará matándolo”.

Contribuyó a la escasez de la obra de Lowry una curiosa circunstancia: por lo menos en tres ocasiones, cinco según otras versiones, se incendiaron las casas que habitaba, destruyéndose sus manuscritos. Él solía pensar que el fuego lo perseguía, igual que el alcohol, ese otro fuego. Esos eran sus demonios. El fuego, el más misterioso de los elementos clásicos, al que tantos pueblos consideraron dios o demonio. Sustancia ardiente y luminosa que puede ser conjurada y dominada, utilizada como herramienta, pero que en cualquier momento se vuelve un enemigo poderoso. Los otros elementos también se sublevan en terremotos, tsunamis y huracanes, pero ninguno tiene, como las llamas, una esencia destructora, su existencia depende de la aniquilación de otros cuerpos.

Estas reflexiones y la evocación de Lowry surgen ante una experiencia desusada: el incendio parcial de mi domicilio. Esa es una de esas situaciones que creemos confinadas a las páginas de los diarios. Pero la llamarada llegó bestial desde la quebrada amenazando exterminarnos. Podría narrar detalles de desesperante angustia, pero me lo reservo para un tiempo más sereno. Espero haber sido en el sitio y en el momento lo suficientemente explícito en mi agradecimiento con quienes nos ayudaron solidariamente. No quisiera ser bombero, no tanto por lo esforzado y peligroso de su trabajo, cuanto por tener que soportar en cada flagelo el torrente incontenible de bienintencionados consejos. Se trató de un incendio visiblemente intencional y, por tanto, sería fácil despotricar contra un anónimo pirómano. No lo hago y responsabilizo de la tragedia a una cultura poco respetuosa con la naturaleza, a esa manera de ser que arrasa todos los días con hectáreas de selvas y páramos, que nos ha legado ciudades sin parques, que ha contaminado los ríos y lagos. Esa barbarie ecuatoriana me afectó la semana pasada de manera directa, la condeno hoy aunque siempre la he aborrecido. Evado la trágica sombra de Lowry y me dispongo a renacer de las cenizas.

*Esta columna se publicó originalmente en ElUniverso.com

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