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No, no valemos menos: arenga por un observatorio astronómico 100% para los chilenos
Vie, 03/04/2015 - 08:46

Rodrigo Lara Serrano

Días Cristinistas
Rodrigo Lara Serrano

Rodrigo Lara es Editor Ejecutivo de la edición internacional de AméricaEconomía.

Los dos tienen una coraza metálica y de los dos emerge un cilindro móvil que apunta a un objetivo, pero allí se acaban las diferencias entre un tanque y un observatorio astronómico. El primero tiene por objetivo destruir y el segundo descubrir. En ambos hay pequeños equipos de hombres altamente calificados y, con regularidad, estresados. Sin embargo, si de crear valor para la sociedad se trata, los observatorios les ganan por lejos a los tanques. ¿Quién puede mencionar a un tanquista que merezca ser recordado por algo diferente a su coraje personal? Fanáticos de la historia militar podrían mencionar al extraordinario Kurt Knispel, as alemán de la II Guerra Mundial; al líder francés Charles De Gaulle o al general estadounidense Georges C. Patton (estos dos últimos por darle valor estratégico a esa arma). De lado de los astrónomos, en cambio, los nombres abundan: desde Tolomeo a Martin Rees, pasando por Copérnico y Galileo. 

Visto lo anterior, ¿qué dice de Chile el que posea 320 tanques y cero observatorios? No, no es que el Tololo, La Silla, Las Campanas, Gemini Sur, Paranal (VLT) hayan desaparecido, sino que su construcción, propiedad y operación es extranjera. Igual como lo serán la de los magníficos Telescopio Magallánico Gigante, el Telescopio Europeo Extremadamente Grande y el LSST (Large Synoptic Survey Telescope, LSST). Cuando estén terminados, el 70% de la capacidad de observación humana del espacio se realizará en territorio chileno (lo que incluye al sistema de radiotelecopios bautizado como ALMA).

Tirados sobre ese sillón (ya que estamos en el tema) con fuerza gravitatoria propia que es el conformismo, podemos ver el vaso medio lleno y sentirnos contentos de que, a cambio de haber facilitado la instalación de estos centros astronómicos, las universidades chilenas y sus investigadores tengan derecho al 10% del tiempo total de observación disponible en ellos. Pero, atención, no se trata de proponer que veamos el vaso medio vacío, sino de cuestionar nuestra falta de voluntad para levantarnos de la comodidad y llenar el vaso un poco más, construyendo un observatorio astronómico propio.

Es cierto, existe el Observatorio Astronómico Nacional de Chile ubicado en el Cerro Calán y el del Cerro El Roble, a menos de 100 kilómetros de Santiago. Sí y ese es el problema: ambos se encuentran, si no obsoletos, muy limitados, tanto por su ubicación en zonas de alta contaminación lumínica, como por el tamaño de sus lentes.

Así, repetimos -en el ámbito de la edad de oro que vive la astronomía en el mundo– la paradoja que ya está presente en otros ámbitos chilenos: una mirada cortoplacista que se basa en el creer que da lo mismo caminar sobre zapatos propios que ir a upa de los de los otros. En algún lugar de nuestra mentalidad colectiva todavía manda una visión infantil de nosotros mismos. El declarado, de la boca para afuera, "no debemos" o "no nos conviene", en realidad encubre un "no podemos" o un "no queremos hacer el ridículo". En definitiva, un "valemos menos". 

Cierta vez, en una conversación, el notable filósofo, cientista político y ex ministro brasileño, Roberto Mangabeira Unger, lamentaba que la modernización acelerada de Chile (que no daba por totalmente segura en su éxito) ocurriera al costo de una erosión de su identidad, de su singularidad. Porque, reflexionaba en voz alta, "¿qué va a aportar, entonces, al mundo?". 

Por supuesto, no es obligatorio que una nación entregue nada a la comunidad planetaria. Se trata de un club al cuál se pertenece sin "pagar" entrada ninguna, pero -detengámonos un momento- y pensemos en palabras que designan cosas o instituciones/negocios que hacen la vida menos dolorosa y más rica (aspirina, antibióticos y Skype, por ejemplo). Ninguna nació, se creó o se mejoró acá. Se trata de apenas tres, pero si las aumentáramos a 300 o a 3.000, la respuesta, si excluyéramos al alivio y placer que provocan algunos poemas, novelas y canciones, seguiría siendo la misma: muy escasas. Se han creado vacunas y tecnologías para la refinación del cobre en Chile. No obstante, vista de lejos, nuestra creatividad peca de poco generosa.

Con lo anterior en mente es que debe calibrarse el valor de la idea que el Instituto de Astrofísica Milenio (MAS) ha comenzado a promover: construir un observatorio óptico de última tecnología, a un costo estimado de US$30 millones, que quede en manos de la comunidad chilena. No sólo sería un "más" desde la lógica de la cantidad, sino un "mejor" de la lógica de la calidad. Un impulso y un piso más alto para el desarrollo de la comunidad científica local, con todas las externalidades positivas asociadas a él.

En un viaje que tuvo lugar este año, a Santiago y Concepción, el astrónomo y Premio Nóbel de Física (2011), Brian P. Schmidt, junto al astrónomo Mario Hamuy (titular del Instituto Milenio) abogaron ante la presidenta Michelle Bachelet por ello. Aunque ya no se vive el súper ciclo de los precios altos del cobre y, una vez más (rutina que nos viene como un yugo del siglo XIX) comienzan los lamentos por no haber apostado a un desarrollo más sofisticado que el de los servicios y el packaging de materias primas semi elaboradas, la situación para la iniciativa es favorable. 

Aparte de las condiciones extraordinarias de observación, hoy Chile cuenta con una comunidad de astrónomos, ingenieros y técnicos tan buenos como los mejores del mundo, cuyos talentos florecerán aún más con un centro astronómico de creación local y vocación global, como se quiere. Quizá, incluso, pueda tomar vuelo una ingeniería especializada, aplicable, luego, a ámbitos conexos. Considerando que un tanque de guerra puede costar entre US$1,5 a US$2 millones, se trata de una oportunidad que puede "valer" lo que 15 tanques. No se ve que sea demasiado en un momento en que las investigaciones sobre la materia y energía oscuras, la estructura del espacio-tiempo, la naturaleza de la gravedad, la existencia de planetas terrestres en otros sistemas solares, la detección de meteoritos amenazadores y la observación del clima solar (con sus implicancias nada menores sobre la infraestructura global) capturan la imaginación y atención de millones de personas. Y poseen implicancias impredecibles en sus efectos tecnológicos. Sin duda no será fácil hacerlo, pero no hay duda: podemos hacerlo. Y con ello, inspirar a un país entero que lo necesita.

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