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¿Otra Crimea?
Dom, 20/04/2014 - 13:27

Farid Kahhat

Las buenas noticias que trae el fallido atentado a Times Square
Farid Kahhat

Peruano, doctor en Relaciones Internacionales, Teoría Política y Política Comparada en la Universidad de Texas, Austin. Fue comentarista en temas internacionales de CNN en español, y actualmente es profesor del Departamento de Ciencias Sociales de la PUCP (Perú) y analista internacional.

Aunque lo que ocurre en el este de Ucrania guarda similitudes con lo acontecido en Crimea, existen sin embargo diferencias significativas. La primera y  más importante es que, mientras Crimea fue hasta 1954 parte de Rusia y alrededor de un 60% de su población es étnicamente rusa, virtualmente no existe ninguna porción significativa del este de Ucrania en la que los rusos sean mayoría. Allí la mayoría de ucranianos hablan ruso y su  actividad económica los vincula con Rusia, pero según las encuestas no desean anexarse a ese país (como sí era el caso de la mayoría de la población en Crimea). En segundo lugar, Rusia contaba ya con tropas en Crimea (en la base naval de Sebastopol), por lo que ocupar la península no requirió de un traslado masivo de tropas desde su propio territorio: en el supuesto de que buscase anexar nuevas porciones de territorio ucraniano, no habría sustituto para una invasión militar sin ambages. Por último, Crimea es prácticamente una isla: la franja de territorio que la une al resto de Ucrania es sumamente estrecha, lo cual facilita su defensa en ambas direcciones. Es decir, requeriría un esfuerzo titánico por parte de Rusia intentar invadir el resto de Ucrania desde Crimea, o para las tropas ucranianas intentar recuperare Crimea a través de una incursión terrestre. En cambio, no existiría un límite natural para una eventual incursión militar rusa en el este de Ucrania, razón por la cual puede darse por descontado que, en esa eventualidad (y a diferencia de Crimea), las tropas ucranianas si ofrecerían resistencia. Incluso en la eventualidad de que esta fuese vencida, las tropas de ocupación rusas podrían verse sometidas a una guerra de desgaste librada por medios no convencionales. El caso de Chechenia (dentro de territorio ruso), nos brinda un ejemplo del costo dantesco que ello podría implicar para ambas partes (y en particular, para la población civil). Y en esta ocasión (a diferencia de Chechenia), la OTAN no estaría mirando distraídamente en otra dirección.  

Por eso todavía creo que una intervención militar masiva de Rusia en el este de Ucrania, no es el escenario más probable. Ahora bien, Rusia parece buscar en Ucrania una opción intermedia entre dos escenarios extremos: de un lado, un Estado ucraniano unificado y hostil a sus intereses (que, por ejemplo, se incorpore a la OTAN). De otro lado, una Ucrania dividida, con buena parte del este del país bajo ocupación rusa por tiempo indefinido. El mejor escenario posible para Rusia sería la restauración de un gobierno central estable y aliado en Kiev. Pero en la medida en que ese escenario no esté dentro de la baraja de opciones, toleraría convivir con una Ucrania neutral y federal, con un gobierno central débil y una región oriental autónoma (y dependiente de Moscú). 

Para conseguirlo debe negociar desde una posición de fuerza, razón por la cual lanza amenazas que, para surtir efecto, deben resultar verosímiles: de un lado, la amenaza de cortar el gas a Ucrania, país por el que atraviesan la mitad de los suministros de gas que Rusia envía al resto de Europa (ya lo hizo hasta en dos ocasiones en lo que va del siglo). De otro lado, la amenaza de una invasión (para lo cual, como constató el alto mando de la OTAN, tiene apostados en la frontera con Ucrania decenas de miles de soldados debidamente apertrechados). El mensaje sería que, si bien esas amenazas son recursos de última instancia a los que Rusia preferiría no recurrir, estaría in extremis dispuesta a echar mano de ellos. 

Así como hay una gradación en los fines, también la habría en los medios: mientras debatimos si Rusia se apresta o no a invadir Ucrania, los indicios sugieren que ya hay tropas de élite y agentes de inteligencia rusos operando en el este del país. El modus operandi es el que ya vimos en Crimea: unidades militares provistas de uniformes sin distintivos, con los rostros cubiertos, dotadas de armas de guerra, que toman por asalto comisarías (las cuales no ofrecen mayor resistencia, probablemente por la labor previa de los agentes de inteligencia). 

Lo anterior podría sugerir que Putin es un maestro consumado en las turbias artes de la realpolitik. Pero creo que más bien conjuga una implacable astucia táctica con una profunda miopía estratégica. En primer lugar, hasta la víspera Crimea dependía de Ucrania para sus suministros de alimentos, agua y pensiones (cerca de un tercio de su población está en edad de jubilación): ahora esa carga recaerá sobre el erario ruso. A cambio retiene la base de Sebastopol, pero no es evidente que existiera un riesgo real de perderla, y en cualquier caso Rusia tiene su propia costa en el Mar Negro en la que podría instalar una nueva base. En segundo lugar, las sanciones, la retracción de inversiones (por las amenazas rusas de represalias, y porque el capital tiende a rehuir la inestabilidad crónica), y la búsqueda de nuevas fuentes de energía por parte de los Estados europeos, pasarán una onerosa factura en el futuro a la economía rusa. No es casual que, en simultáneo con la crisis en Ucrania, Rusia busque en China un mercado sustituto para sus exportaciones de gas. Pero consolidar un nuevo mercado en ese rubro toma tiempo (por ejemplo, por la necesidad de construir nuevos gasoductos o plantas de regasificación), y la transición se produce en un momento en el que la economía china ve reducirse sus tasas de crecimiento. Por último, si Rusia decide invadir Ucrania, la resistencia irregular que probablemente encuentre haría que termine por añorar la segunda guerra en Chechenia, durante la cual podía colocar sus tropas a buen recaudo, mientras bombardeaba Grozni desde una distancia prudencial. 

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