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Otra vez las encuestas
Lun, 21/11/2016 - 08:09

Farid Kahhat

Las buenas noticias que trae el fallido atentado a Times Square
Farid Kahhat

Peruano, doctor en Relaciones Internacionales, Teoría Política y Política Comparada en la Universidad de Texas, Austin. Fue comentarista en temas internacionales de CNN en español, y actualmente es profesor del Departamento de Ciencias Sociales de la PUCP (Perú) y analista internacional.

Sean las elecciones generales en Israel y Gran Bretaña o los referendos por el Brexit y el Acuerdo de Paz en Colombia, de un tiempo a esta parte las encuestas de opinión yerran con inusitada frecuencia en sus previsiones. En otra ocasión nos referimos a casos como esos, en esta intentaremos comprender esos errores en el caso de las recientes elecciones generales en los Estados Unidos. 
Aclaremos que no nos referimos a una encuesta en particular, sino a los promedios ponderados de encuestas elaborados por fuentes como los portales 538 y Huffington Post, o el diario New York Times. Esos promedios conceden un peso diferente a cada encuesta en la ponderación con base en criterios como su fecha de realización (V., se otorga mayor peso a las encuestas realizadas en forma más reciente), tamaño de la muestra (suponiendo que esté bien diseñada, una muestra más grande tiende a ser más representativa de la población que deseamos investigar), y grado de acierto en el pasado de la compañía encuestadora. Hasta la víspera de los comicios, esos promedios concedían a Hillary Clinton una ventaja de alrededor de un 3.5%. Dado que las encuestas suelen tener un margen de error de un 3% y que Clinton habría ganado el voto popular por cerca de un punto porcentual, cabría concluir que las encuestas nacionales no tuvieron un sesgo mayor a lo previsible. De hecho, analistas como Nate Silver advirtieron sobre la posibilidad de un error de muestreo mayor a lo habitual. La razón era que mientras en 2012 los indecisos y quienes votarían por un tercer candidato representaban en vísperas de las elecciones un 3% de la muestra, en 2016 esa cifra se ubicaba en un 13%. Como vimos en el caso peruano (en donde la mayoría de indecisos parece haber optado en los últimos días por un voto en favor de Pedro Pablo Kuczynski), eso eleva el grado de volatilidad electoral.
El problema pues no parece haber estado tanto en las encuestas nacionales como en las encuestas a nivel de cada Estado. Por ejemplo, mientras 538 otorgaba a Trump una probabilidad de triunfo por encima del 25% en el tramo final de la campaña, el modelo de Huffington Post le otorgaba una probabilidad de triunfo de alrededor de un 10%. Dado que el promedio de las encuestas nacionales concedía a Clinton una ventaja cercana al margen de error estadístico, conceder a Trump una probabilidad de triunfo tan baja no parecía intuitivamente plausible. La explicación radicaría en el hecho de que el modelo de Huffington Post se basa en encuestas por Estado, y no en encuestas nacionales. 
Prima facie, basarse en encuestas por Estado parecía una decisión razonable. El sistema electoral estadounidense permite a quien pierde el voto popular ganar en el Colegio Electoral, y con ello obtener la presidencia. Por eso calcular la proporción del voto popular que podría obtener un candidato importa menos que calcular la distribución de sus votos a nivel de cada Estado. Por ejemplo, con la excepción de Florida (un Estado pendular), el voto latino se ubica en lo esencial en Estados como California o Tejas, en los que no existía mayor duda sobre quien habría de ganar. De otro lado, una encuesta estatal suele ser mejor que una nacional para saber qué candidato habrá de prevalecer en un Estado particular, cuando menos porque entrevista a un número sensiblemente mayor de electores en el Estado en cuestión. Sin embargo en esta ocasión los mayores errores se produjeron en las encuestas de nivel estatal, no en las encuestas nacionales. Por ejemplo, ninguna encuesta realizada en Wisconsin daba como ganador a Donald Trump, quien sin embargo triunfó en ese Estado.
 ¿Qué podría explicar los errores en las encuestas en Estados como Wisconsin? No parece que la explicación sea la existencia de un voto escondido en favor de Donald Trump (también conocido como “sesgo de deseabilidad social”, según el cual el encuestado no revela su verdadera intención de voto porque la opción que prefiere es mal percibida por las élites y los principales medios de comunicación). Dos indicios sugieren esa conclusión. En primer lugar, las encuestas de intención de voto en las primarias republicanas y las encuestas a boca de urna entre los electores que ejercieron su derecho al voto en forma anticipada, previeron el resultado final dentro del margen de error. En segundo lugar, las encuestas subestimaron el voto por Trump en algunos Estados, pero también subestimaron el voto por los candidatos republicanos al Congreso: salvo que alguien sugiera que hubo un voto escondido no sólo en favor de Donald Trump sino además en favor del Partido Republicano (y nadie ha sugerido esa posibilidad), la explicación sería otra. Según la estimación de dos investigadores de YouGov, el problema habría sido aquel que los especialistas denominan “sesgo de no respuesta”. Es decir, los electores que decidieron no responder a la encuesta tenían preferencias electorales distintas a aquellos que sí la respondieron: entre los primeros había una proporción sensiblemente mayor de electores que preferían la candidatura de Donald Trump que entre los segundos.   

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