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¿Para qué sirve la policía en México?
Lun, 16/05/2016 - 08:59

Leo Zuckermann

¿Puede comprarse el voto en México?
Leo Zuckermann

Leo Zuckermann es analista político y académico mexicano. Posee una licenciatura en administración pública en El Colegio de México y una maestría en políticas públicas en la Universidad de Oxford (Inglaterra). Asimismo, cuenta con dos maestrías de la Universidad de Columbia, Nueva York, donde es candidato a doctor en ciencia política. Trabajó para la presidencia de la República en México y en la empresa consultora McKinsey and Company. Fue secretario general del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE), donde actualmente es profesor afiliado de la División de Estudios Políticos. Su columna, Juegos de Poder, se publica de lunes a viernes en Excélsior, así como en distintos periódicos de varios estados de México. En radio, es conductor del programa Imagen Electoral que se trasmite en Grupo Imagen. En 2003, recibió el Premio Nacional de Periodismo.

Poco, casi nada, para lo que supuestamente deberían servir, es decir, proteger a la ciudadanía evitando y combatiendo el crimen. En lugar de eso se han convertido en inagotable fuente de extorsión para los pobres y burla para la clase adinerada. Me explico.

Con la gente de menos recursos económicos, personas de un nivel socioeconómico igual o peor que el de ellos, los policías ejercen su poder de manera autoritaria. A los suertudos, les sacan dinero por crímenes que no cometieron, dejándolos en la calle.

Muchos mexicanos gastan sus ahorros en pagarle dinero a las policías para que un pariente suyo no vaya a la cárcel por un supuesto crimen que no cometió. O, aprovechando la ignorancia de la gente, los manipulan magnificando las posibles consecuencias jurídicas de un delito menor.

A los menos suertudos, la policía los tortura con el fin de confesar crímenes reales o ficticios. La tortura es fuente de poder histórica de nuestras policías.

Yo no entiendo por qué los gobiernos en México se rehúsan a aceptar esta realidad. Hoy, gracias a las redes sociales, nos enteramos cotidianamente de actos de tortura de las policías mexicanas. Estos días, por ejemplo, hemos visto el video de cómo la policía ministerial del Estado de México sofoca a un individuo con una bolsa de plástico. Con torturas como ésa, cualquiera confiesa que mató a John F. Kennedy.

Pero eso mismo no se lo hacen a la gente adinerada. La policía conoce sus límites. Pueden aplicarle un tehucanazo o toques eléctricos en los genitales a un moreno que vive en una colonia popular que capturaron en el transporte público, pero nunca a un güerito de Interlomas que detienen en una lujosa camioneta del año. No: la tortura en México es para los pobres, no para los ricos.

Los policías mexicanos saben perfectamente que, si torturaran a un mirrey, para utilizar el término de Ricardo Raphael, arriesgan sus carreras. La familia, con recursos, armaría un borlote tremendo en los medios de comunicación. Los más influyentes se quejarían con el gobernador del Estado o el secretario de Seguridad. Al final, los torturadores serían cesados y procesados judicialmente. Ahí sí habría consecuencias para los policías torturadores.

En este sentido, las clases medias y ricas en México no tienen de qué preocuparse. No sólo eso. Sus privilegios van más allá: gozan, incluso, del derecho de burlarse de las policías. He sido testigo de cómo la gente adinerada no se detiene cuando un policía pretende multarlos por haber cometido una infracción. He visto cómo los insultan y hasta les echan sus coches encima para desafiarlos. ¿Y qué hacen los policías frente a las ofensas que les propinan los riquillos del país? Nada.

Hace poco, el Institute for Economics and Peace publicó el World Internal Security and Police Index (Índice Mundial de Policía y Seguridad Interna). Su objetivo es “medir la capacidad del aparato de seguridad dentro de un país para responder a los desafíos de seguridad interna, tanto ahora como en el futuro”.

La medición se hizo en 127 países usando 16 variables. Las cinco naciones con mejores policías resultaron ser Singapur, Finlandia, Dinamarca, Austria y Alemania, en ese orden. Los peores: Pakistán, Uganda, Kenia, Congo y Nigeria.

¿Y México? Penosamente aparecemos en el lugar 118 de 127. Somos el país con peores policías del continente americano con la excepción de la República Bolivariana de Venezuela que quedó un sitio debajo de nosotros, en el sitio 119. Qué vergüenza.

*Esta columna fue publicada originalmente en Excélsior.com.mx.

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