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¿Por qué mienten los políticos?
Mar, 29/09/2015 - 13:00

Patricia Teullet

Pymes: entre el romanticismo y la dura realidad
Patricia Teullet

Es economista de la Universidad del Pacífico. Ha sido responsable del manejo del mayor programa de nutrición infantil en el Perú. Asimismo, ha sido viceministra de Economía, en el ministerio de Economía y Finanzas, y viceministra de Desarrollo Social en el Ministerio de la Presidencia de Perú.

Entre los recuerdos inolvidables de mi infancia están las inyecciones y, entre ellas, las vacunas. Como quien me lleva a pasear, un día me subió mi madre al auto y se dirigió a un lugar desconocido. Como siempre he tenido buen olfato (al estilo Les Luthiers) me las olí que ese no seria un paseo agradable. ¿Adónde vamos? La respuesta fue: ‘a ver a una persona a la que quiero mucho’. Sin bajar la guardia la acompañé hasta un semisótano que inmediatamente identificó mi otro olfato: aquello era un establecimiento médico. En cuestión de instantes, mientras yo luchaba por escapar, una enfermera me sujetaba con la vil participación de mi madre, y, todo lo rápidamente que pudieron, me clavaron una de las tantas vacunas que había que ponerse en esos tiempos.

Recuerdo el viaje de regreso a casa, lleno de recriminaciones: ‘me has mentido’. Todo el dolor que puede sentir una preescolar ante la traición de la persona en la que más debía confiar. La respuesta de mi madre fue falaz: ‘no te mentí; tú eres la persona a la que más quiero’.

No iba a permitir que se la llevara tan fácil: ‘no viniste a verme, me trajiste’. La experiencia fue tan fuerte que hoy, redondeando, 25 años después (este artículo habla de mentiras), todavía lo recuerdo.

¿Qué siente un pueblo al que el presidente que eligió le dijo que el balón de gas costaría S/. 12?, ¿que resolvería el problema de inseguridad en las calles?, ¿que lucharía contra la pobreza? Y estas no fueron las únicas promesas de campaña incumplidas. Pero la realidad puede estar resultando aún peor: ¿cómo entender la frivolidad de un gobernante elegido por los pobres sobre la base de promesas incumplidas y con comportamientos abiertamente enfrentados a la austeridad que marca a la mayor parte de hogares peruanos?

Al parecer, si hay algo que el ciudadano todavía no pierde, es la fe (o la ingenuidad).
Durante muchos años, el Perú sufrió las consecuencias del mal manejo económico, en el que resaltaba el pésimo comportamiento de las empresas públicas; unas veces por estar a cargo de incompetentes, otras de corruptos y en otras porque la agenda política estaba por encima del resultado y autosostenibilidad de la empresa.

A pesar de lo que la evidencia ha demostrado claramente, parece haber lecciones que no queremos aprender: luego de haberse embarcado en una costosa aventura empresarial, poniendo en juego mas de 3.000 millones para modernizar la refinería de Talara, ahora se debate la posibilidad de que una empresa deficitaria y cuestionada, técnicamente incapaz y sin los recursos financieros ni el personal adecuado, se embarque en la operación del lote 192. La decisión que debieran haber tomado las autoridades encargadas, con un análisis relativamente sencillo, se ha visto contaminada por intereses ajenos y una agenda que pareciera querer aprovechar las últimas oportunidades de ‘negocios’ de los participantes de un gobierno que termina.

El problema mayor está en que se ha contaminado también la campaña política, que casi ha obligado a los candidatos en desesperada búsqueda de votos a variar sus discursos (cuando no sus principios) para decir al votante lo que este quiere escuchar. Conclusión: se disfraza de acto de soberanía una decisión que rompe con las leyes y la Constitución, y se abandona el principio de rol subsidiario del Estado.

¿Por qué prefiere el pueblo que Petroperú opere el lote 192 (para no insistir con Talara) cuando hay necesidades mucho más urgentes que cubrir? Los peruanos necesitamos educación, asistencia médica, seguridad y, con ello, crear oportunidades para un futuro mejor para nosotros y nuestros hijos. Las dádivas que se ven obligados a agradecer y que, en el fondo, los humillan, no son la solución.

Ya la historia nos enseñó lo que pasó en el Perú cuando el Estado fue empresario, ¿por qué queremos que los políticos nos mientan?

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