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¿A qué se debe el fracaso del Cruz Azul?
Lun, 09/05/2016 - 08:26

Leo Zuckermann

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Leo Zuckermann

Leo Zuckermann es analista político y académico mexicano. Posee una licenciatura en administración pública en El Colegio de México y una maestría en políticas públicas en la Universidad de Oxford (Inglaterra). Asimismo, cuenta con dos maestrías de la Universidad de Columbia, Nueva York, donde es candidato a doctor en ciencia política. Trabajó para la presidencia de la República en México y en la empresa consultora McKinsey and Company. Fue secretario general del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE), donde actualmente es profesor afiliado de la División de Estudios Políticos. Su columna, Juegos de Poder, se publica de lunes a viernes en Excélsior, así como en distintos periódicos de varios estados de México. En radio, es conductor del programa Imagen Electoral que se trasmite en Grupo Imagen. En 2003, recibió el Premio Nacional de Periodismo.

El fracaso histórico del Cruz Azul nada tiene que ver con el futbol, la brujería o la mala suerte. Estamos frente a un típico caso donde el interés de la afición no está alineado con el del dueño. Mientras que los hinchas queremos que el equipo sea campeón, el propietario está maximizando ganancias en el cortísimo plazo con otros negocios que no tienen nada que ver con el éxito deportivo.

Basta ya de ilusionarnos, año tras año, con la falsa idea de que el Cruz Azul pasará a la liguilla y eventualmente será campeón. Eso no ocurrirá mientras Guillermo Álvarez Cuevas, mejor conocido como Billy, siga siendo el dueño del equipo. Su fracaso al frente de la institución alcanza ya proporciones épicas. El Cruz Azul va a cumplir dos décadas de no ser campeón. Con la eliminación el pasado fin de semana, acumula dos años —cuatro temporadas— de ni siquiera pasar a la liguilla. Duro y doloroso para todos los aficionados.

Directores técnicos han ido y venido. También directores deportivos. Ni se diga la gran cantidad de jugadores, nacionales y extranjeros, que han vestido la casaca azul. Y sólo hay una constante en el palmarés de fracasos recurrentes: el dueño. No es que esté “salado” sino que claramente le importan un bledo los resultados deportivos del equipo. Mientras la afición sufre en las tribunas, él está ganando dinero de los derechos de trasmisión y la transacción de jugadores donde está asociado con un promotor de pésima reputación, Carlos Hurtado, quien se presume como el verdadero mandamás del equipo.

Yo no sé si Billy esté metido en otros negocios ilegales donde usa al Cruz Azul como vehículo (para lavado de dinero, por ejemplo). Lo que sé es que, durante su gestión, nos hemos enterado de malos manejos de su cuñado, Víctor Garcés, con presuntos quebrantos multimillonarios en dólares. Los pleitos legales y personales han llegado a la cooperativa cementera. La prensa también ha dado cuenta de presuntos fraudes en contra del fisco. Y, con mucho dolor, recordamos que Billy permitió jugar a Salvador Carmona cuando éste había reincidido en doparse, lo cual costó la descalificación del equipo de una liguilla.

Todo un fracaso desde el punto de vista deportivo. No así desde el punto de vista económico donde supongo que Billy ha maximizado sus ganancias de donde se pueda. Muy diferente a lo que ocurría cuando su padre, Guillermo Álvarez Macías, estaba al frente del equipo y, con más pundonor deportivo que codicia cortoplacista, subió al equipo a la Primera División y consiguió varios campeonatos en un breve periodo.

Billy, en cambio, ha logrado que el Cruz Azul se convierta en la mofa del futbol mexicano: en el campeón de los memes. Se trata de un dueño muy alejado de la afición. El problema es que los hinchas no podemos hacer absolutamente nada frente a un propietario que se comporta como monarca absolutista al que le vale un pepino el pueblo.

Por eso funcionan mejor los equipos con un esquema republicano de gobierno, donde hay una correa de trasmisión natural entre aficionados y directivos. En España, las dos franquicias más importantes, el Real Madrid y el Barcelona, son clubes que le pertenecen a millares de socios que votan al presidente del equipo. Si éste entrega malos resultados, lo sacan a patadas en la siguiente elección. Si, en cambio, la afición está contenta, pues lo reeligen como a Florentino Pérez en el Real Madrid. En este esquema los intereses de los aficionados, dueños y directivos están alineados.

Otra opción es la de algunos equipos europeos como la Roma, la Juventus, el Borussia Dortmund o el Manchester United que cotizan en la bolsa. Cualquier inversionista puede comprar y vender acciones. Los aficionados suelen ser accionistas. Los precios de los títulos suben cuando al equipo le va bien pues el éxito deportivo genera más ingresos. Además, como toda empresa listada en la bolsa, está sujeta a un régimen de transparencia en sus finanzas y cuentan con un consejo de administración que defiende los intereses de los accionistas alineados con los de la afición.

El Cruz Azul está a años luz de un esquema así. Lo peor del caso es que Billy, aunque gana mucho dinero, podría estar ganando aún más si le interesara el éxito deportivo. Pero no, prefiere la mediocridad cortoplacista de los negocios que hace con familiares y promotores de mala reputación. Me temo que así va a seguir hasta que el Cruz Azul baje a la Liga de Ascenso y los aficionados nos acabemos de morir de vergüenza. A menos, por supuesto, que Billy se dé cuenta de su fracaso, venda el equipo, o por lo menos consiga un socio o coloque la mayoría de las acciones del equipo en la bolsa.

*Esta columna fue publicada originalmente en Excélsior.com.mx.

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