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Reset, presidente Peña Nieto, reset
Lun, 05/09/2016 - 08:45

Leo Zuckermann

¿Puede comprarse el voto en México?
Leo Zuckermann

Leo Zuckermann es analista político y académico mexicano. Posee una licenciatura en administración pública en El Colegio de México y una maestría en políticas públicas en la Universidad de Oxford (Inglaterra). Asimismo, cuenta con dos maestrías de la Universidad de Columbia, Nueva York, donde es candidato a doctor en ciencia política. Trabajó para la presidencia de la República en México y en la empresa consultora McKinsey and Company. Fue secretario general del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE), donde actualmente es profesor afiliado de la División de Estudios Políticos. Su columna, Juegos de Poder, se publica de lunes a viernes en Excélsior, así como en distintos periódicos de varios estados de México. En radio, es conductor del programa Imagen Electoral que se trasmite en Grupo Imagen. En 2003, recibió el Premio Nacional de Periodismo.

Las críticas al presidente han sido duras, tupidas y unánimes. El error del encuentro con Trump es una raya más a un tigre muy rayado. Peña no sólo es un mandatario muy impopular sino que ahora carga con la fama de tonto: se ha convertido en el hazmerreír en las redes sociales. Ya nadie lo respeta. Es un Presidente muy débil al que todavía le faltan 27 meses en el poder. Es mucho tiempo. ¿Qué puede hacer para tratar de recuperarse y terminar lo mejor posible su sexenio? Apretar el botón de reset.

Cuando una computadora o teléfono se traba y deja de responder a las órdenes del usuario, la solución es resetearlo, verbo inexistente en español, pero que significa reiniciar el equipo apagándolo y volviéndolo a encender. Se trata, como todos sabemos, de la manera más drástica para hacer que los sistemas operativos respondan y funcionen de nuevo.

Algo similar le ha pasado al gobierno de Peña: está atascado, no responde y comete errores garrafales como el encuentro con Trump en Los Pinos. Si el Presidente no resetea su gobierno, corre el riesgo de que el sistema gubernamental deje de funcionar por más de dos años, lo cual generaría un enorme peligro en un país con una economía cada vez más frágil, con la violencia al alza y con grupos de interés que ya olieron la debilidad del gobierno y pretenden beneficiarse de ella.

¿Qué significa apretar el botón de reset? 

Asumir, primero, que el statu quo ya no funciona, que hay que hacer las cosas de manera diferente con un equipo de trabajo diferente.

¿Qué cosas?

A estas alturas del sexenio, me parece que habría cuatro prioridades. Primero, blindar la economía para que no haya una crisis de final de sexenio, lo cual implica realizar un recorte draconiano al gasto público. Segundo, asegurarse que las reformas estructurales se implementen lo mejor posible ya que éstas van a ser el legado más importante de esta administración. Tercero, mantener el orden dentro y fuera del buque gubernamental para evitar que se hunda en medio de la creciente tormenta. Y, cuarto, nombrar al candidato presidencial del PRI.

No son poca cosa. Para tener éxito, hay que utilizar el poder más importante que todavía tiene el Presidente: nombrar a los encargados de los distintos despachos de la administración pública federal.

El presidente tiene que nombrar un nuevo secretario de Hacienda. Hace unos días decía que, por los malos resultados en la economía nacional y, sobre todo, por el deficiente manejo de las finanzas públicas que ha llevado a una nueva crisis de la deuda, Peña debía remover a Videgaray. El titular de Hacienda ya no tiene la credibilidad en los mercados. Menos, ahora, si se comprueba que el resbalón del Presidente con Trump fue su idea. ¿Podrá Videgaray negociar con el Congreso el próximo paquete presupuestario con múltiples recortes? La oposición, por lo pronto, ya está preparándose para hacerlo pomada cuando comparezca en San Lázaro. Los mercados observarán cómo los legisladores apalean al encargado de las finanzas públicas. En Hacienda, el Presidente tiene que nombrar a un viejo lobo de mar con credibilidad en los mercados, que ya no tenga nada que perder en la política mexicana, que sepa negociar con el Congreso y los grupos de interés y que sea implacable en la dificilísima tarea de apretarse el cinturón.

En cuanto a las reformas estructurales, el Presidente tiene que remover a los funcionarios que no han demostrado tener los tamaños para implementarlas. Pero, más importante aún, en todos los despachos que tienen que ver con esta tarea —Educación, Energía, Pemex, Telecomunicaciones, Hacienda— los secretarios no pueden estar buscando la candidatura presidencial porque eso los distrae de lo prioritario: la implementación de las reformas.

En cuanto al orden, eso pasa por las áreas de seguridad y particularmente por la Secretaría de Gobernación. Ahí tenemos un secretario muy desgastado que también anda concentrado en la candidatura presidencial del PRI. Osorio también debe ser sustituido por otro viejo lobo de mar que no le tiemble la mano a la hora de ordenar este país que últimamente anda muy desordenado.

Ya con eso, Peña podría concentrarse en sacar a su candidato. Pero todo esto implica que el Presidente deje a un lado a su pequeño y compacto equipo que tan buenos resultados le dio los dos primeros años del sexenio pero que, hoy por hoy, se han convertido en una carga para su gobierno. Suena muy duro pero, ante el atorón actual, lo que queda es resetear el sistema. Porque de lo contrario…

*Esta columna fue publicada originalmente en Excélsior.com.mx.

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