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Sexo y género
Lun, 13/03/2017 - 10:06

Farid Kahhat

Las buenas noticias que trae el fallido atentado a Times Square
Farid Kahhat

Peruano, doctor en Relaciones Internacionales, Teoría Política y Política Comparada en la Universidad de Texas, Austin. Fue comentarista en temas internacionales de CNN en español, y actualmente es profesor del Departamento de Ciencias Sociales de la PUCP (Perú) y analista internacional.

Imagine dos mujeres, una de ellas nace en Afganistán bajo el régimen Talibán y la otra en Nueva Zelanda. Ese azar geográfico influirá más en sus vidas que el compartir el mismo sexo. La primera tendrá restricciones en materia de derechos o posibilidades de desarrollo que la segunda probablemente encuentre aborrecibles. El que solo una de ellas pueda educarse, trabajar, o incluso salir a la calle sin la tutela de un hombre no es una consecuencia natural de su dotación biológica, sino del tipo de sociedad en la que les tocó nacer. Una de ellas es una sociedad rural y conservadora cuyas múltiples comunidades libraron constantes guerras tanto entre sí como en contra de los invasores británicos, soviéticos o estadounidenses. Y sabemos que las comunidades signadas por la guerra suelen valorar atributos que la virtual totalidad de las sociedades humanas han considerado masculinos (básicamente, aquellos asociados al ejercicio de la violencia). La otra es en cambio una sociedad próspera y cosmopolita, la única que aprobó el voto femenino durante el siglo XIX y la primera en tener mujeres al mando de los tres poderes del Estado. Incidentalmente, ambas sociedades compartirían el legado patriarcal del Antiguo Testamento, razón por lo que yo no buscaría la explicación fundamental de sus diferencias en la religión, pero ese es otro tema. El punto aquí es que la diferencia radical en lo que se considera conductas y roles apropiados para una mujer en uno y otro caso es consecuencia de la socialización, no de la biología.

Esas diferencias por cierto no solo se dan entre sociedades, sino además en una misma sociedad en el transcurso del tiempo. En 1954, durante el debate en el Congreso peruano en torno al derecho al voto para las mujeres, el diputado Agustín Bocanegra y Prada sostenía lo siguiente: “El voto político a la mujer no está en conformidad con la naturaleza de la mujer, con la naturaleza que le ha dado Dios, y la misma naturaleza”. Esa perspectiva resumía el pensamiento conservador de la época. Hoy en cambio la virtual totalidad de los conservadores peruanos discreparían con esa opinión, y negarían que aquello que en el pasado era considerado un papel inapropiado para la mujer sea realmente una consecuencia necesaria de su naturaleza biológica. Es decir, aceptarían la diferencia entre sexo (un atributo biológico) y género (las conductas y roles que se consideran socialmente apropiados para un determinado sexo).

Es además de interés la dualidad del otrora diputado sobre la condición de mujer (V., “la naturaleza que le ha dado Dios, y la misma naturaleza”). Uno de los argumentos en contra de aceptar como legítima la homosexualidad es que atenta contra la naturaleza diferenciada con la que Dios habría dotado a hombres y mujeres. Sin embargo existen indicios crecientes de que la orientación homosexual es cuando menos en parte producto de la dotación biológica. Por ejemplo, el hecho de que los gemelos tengan una probabilidad sensiblemente mayor de compartir una orientación sexual que los mellizos, o el hecho de que existan cientos de especies animales que realizan prácticas homosexuales.

Es decir, “la misma naturaleza” (V., la biología), predispone a algunas personas hacia la orientación homosexual. Salvo que se sostenga que ambas son diferentes, no queda claro cómo aquella podría atentar contra la “naturaleza que le ha dado Dios”.

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