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Todo el mundo quiere progreso, pero nadie cambios
Lun, 19/12/2016 - 10:07

Pedro Videla

Latinoamérica: el maná terminó
Pedro Videla

Pedro Videla es Profesor de Economía en IESE Business School. Sus áreas de especialización incluyen la macroeconomía, la economía internacional y las economías emergentes. Como consultor, ha participado en proyectos de instituciones como el Banco Mundial, el FMI, la UE, el Banco Interamericano de Desarrollo y la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID).

El mundo  ha progresado más en las últimas décadas que en los primeros cien mil años de historia de la humanidad. A partir de década de los ochenta, la pobreza mundial se ha reducido a mayor velocidad que durante los últimos quinientos años. Los niveles de desnutrición, analfabetismo, trabajo y mortalidad infantil están disminuyendo más rápidamente que en cualquier otro periodo de la historia. 

Con la llegada de la globalización a finales del siglo XX, se produjo un aumento de la productividad y de la libertad en el mundo, que se expandió a mayor escala y con mayor rapidez que nunca. Por tanto, la coyuntura económica de las últimas décadas nos da motivos suficientes para ser optimistas y estar esperanzados. Las cosas están mejorando para la humanidad: la gran disminución de los conflictos armados, la reforestación del planeta, una mejora de las condiciones de vida, un significativo descenso de los niveles de pobreza y la democratización de los sistemas políticos de todo el mundo son factores que corroboran esta afirmación.

Esto no significa que hay que dormise en los laureles.  En primer lugar porque aún hay millones de personas que sufren pobreza, conflictos armados y regímenes totalitarios.  No debemos olvidarnos de ello y seguir bregando para que el progreso que conlleva la libertad política y económica llegue a todos los rincones del planeta.  
Además no hay que olvidar que el progreso también tiene sus retractores, pues no beneficia a todo el mundo en la misma medida.  Por el contrario, el progreso suele beneficiar a algunos y generar pérdidas y costes de transición para otros. El crecimiento económico no se caracteriza por incrementar el estándar de vida de todos los habitantes por igual, sino que ocurre abruptamente, destruyendo ciertas industrias y empleos. Como alguien dijo: el desarrollo e innovación se produce de quiebra en quiebra.

Los actuales debate del incremento de la inequidad en Europa y Estados Unidos, por ejemplo, derivan de este proceso de cambio impulsado por las nuevas tecnologías. Estas premian a algunos, mientras que dejan obsoletas las competencias de otros.  Este proceso de "destrucción creativa" provoca que amplios sectores de la población se muestren claramente reticentes ante avances como la globalización, nuevos modelos de negocio y progresos tecnológicos. 

Un ejemplo concreto es el caso de Uber, una empresa vapuleada por los medios de comunicación y que provoca el descontento de los los taxistas y gobiernos locales.  Sin embargo,  un reciente estudio -realizado por Peter Cohen, Robert Hahn, Jonathan Hall, Steven Levitt (conocido por su libro “Freakonomics”) y Robert Metcalfe- indica que UberX es un servicio altamente valorado por los consumidores.

Imagine la siguiente situación: usted sale tarde del trabajo, llueve, hace frío y –agotada por el largo día en la oficina-- abre su aplicación de Uber y pide un coche.  El sistema le dice que hay un pico de demanda y que el viaje va a costar 50% mas de lo normal.  Usted, sin vacilar, lo pide igualmente.  De hecho, usted habría pedido el coche aunque le hubiera costado el doble de lo habitual.

La diferencia entre lo que usted pagó y lo que estaba dispuesta a pagar, es lo que los economistas llaman el excedente del consumidor.  Es la diferencia entre el precio que se paga por un bien y la utilidad que nos da el bien. Es decir, el excedente del consumidor mide cuanto ganamos con los bienes que compramos.  Por tanto, cuanto mayor sea el excedente, mayor es el beneficio para la sociedad.  En la práctica, los excedentes son muy difíciles de calcular, porque las empresas no tienen lectores de mente que pueden ver cuánto más estaríamos dispuestos a pagar por cosas.

El estudio en cuestión –realizado con datos de Chicago, Los Ángeles, Nueva York y San Francisco—utiliza una novedosa forma de calcular el excedente y obtiene que por cada dólar que los consumidores gastan en el servicio UberX, ganan 1,60 dólares.  Esta es una cifra inusitadamente alta, que se traduce en una ganacia diaria de unos 18 millones de dólares para los consumidores de UberX. 

¿Cuál es la moraleja de esta historia? Pues que Uber es un servicio altamente valorado por los consumidores. Y es justamente aquí donde reside el problema: cuanto mayor beneficio proporcione a los consumidores el servicio UberX, más saldrán perdiendo los taxistas y mayor será la oposición al cambio.

El estudio probablemente reabrirá el debate sobre si se debe impedir que Uber acceda a ciertos mercados. Los gobiernos, para evitar el descontento de grupos de presión, tratan de ayudar a las industrias en extinsión, como la industria del taxi. Craso error. Los gobiernos deberían centrarse en disminuir el coste de ajuste de los trabajadores, ayudándolos a adaptarse a las nuevas condiciones del mercado, en vez de a restringir la innovación.  Ya lo sabíamos: todos quieren progreso, pero nadie quiere cambios.

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