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El 1% tiene lo que necesita el 99%
Lun, 24/12/2012 - 10:56

Roberto Pizarro

El ataque del "establishment" chileno a los Kirchner
Roberto Pizarro

Economista de la Universidad de Chile, con estudios de posgrado en la Universidad de Sussex (Reino Unido). Investigador Grupo Nueva Economia, fue decano de la Facultad de Economía de la Universidad de Chile,  ministro de Planificación y rector de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano (Chile).

Desde mediados del año pasado los indignados de Estados Unidos han desplegado activas protestas que alcanzaron Wall Street, con la consigna “Somos el 99%”. Han abierto además una página web en internet dónde reclaman contra la codicia y corrupción del 1% que es dueño de la riqueza en la primera potencia del mundo. Inspirado en esas movilizaciones, el premio Nóbel de Economía 2001, Joseph Sitiglitz publicó su libro que lleva por título El Precio de la Desigualdad, con el subtítulo, “el 1% de la población tiene lo que el 99% necesita”, editado recientemente en español por Taurus, en Argentina. 

Stiglitz nos dice que el valor universal de la equidad ha sido reemplazado en el sistema capitalista neoliberal por la codicia de unos pocos. El sistema económico no funciona para la mayoría de los ciudadanos y el sistema político está siendo controlado por los intereses económicos de una minoría. Esta es la razón por la cual en todo el mundo la confianza en los políticos se ha perdido y la democracia se encuentra deteriorada. 

Estados Unidos se ha convertido en el país con la mayor desigualdad de todas las economías desarrolladas, con el 1% de la población que posee las mejores casas, la mejor educación, los mejores médicos y el mejor nivel de vida. Stiglitz revela que los orígenes de la desigualdad radican en mercados que no funcionan como deberían (no son ni eficientes ni estables) y, sistemas políticos incapaces de corregir las deficiencias de los mercados. 

El fracaso de los mercados se ha hecho evidente, con la crisis financiera en EE.UU. y Europa. Y sus ineficiencias se revelan en las inmensas necesidades insatisfechas en medio de la opulencia. No existen inversiones para sacar a los pobres de la pobreza, ni para promover el desarrollo de África, ni para resolver el calentamiento global; pero, simultáneamente, existen recursos inutilizados, con trabajadores y maquinarias parados. Es la paradoja de un sistema injusto e inhumano. 

El sistema democrático se ha debilitado. Cómo la economía funciona para unos pocos y la política ha caído en manos de los intereses económicos, la confianza en la democracia se ha deteriorado. Los políticos, comprometidos con los grandes empresarios, han sido incapaces de  gobernar la globalización e internamente han renunciado a domesticar los mercados para distribuir ingresos, evitar costes medioambientales, terminar con abusos a trabajadores y consumidores. En suma, el sistema político potencia los fallos del mercado en vez de corregirlos, favoreciendo así la ampliación de las desigualdades. La política está sirviendo para favorece a los poderosos lo que debilita la democracia.

Así las cosas, las desigualdades e injusticia se han extendido en todo el mundo, aunque muy especialmente en los Estados Unidos, dónde la autorregulación de los mercados y el poder de las corporaciones es más evidente. Stiglitz nos revela que en este país:

•El 1% más rico posee el 1/3 de la riqueza.

•El 1% de mayores ingresos recibe US$1,3 millones mensuales, y el 20% inferior sólo US$17.800.

•En las últimas tres décadas, el 90% inferior de la sociedad ha aumentado sus salarios en sólo 15%; el 1% más alto los ha aumentado 150%, y el 0,1% en 300%.

•En 1989, el coeficiente Gini era 0,40; hoy es 0,47. Muy distinto a Suecia, Noruega y Alemania, con un Gini de 0,3.

En Chile también somos el 99%. El modelo económico y político chileno, reproducción ampliada del sistema norteamericano, ha llevado al extremo las desigualdades en nuestra sociedad. En 2009, la diferencia entre el ingreso autónomo promedio por persona del 1% más rico de la población y el 10% más pobre era de 260 veces, mientras que en 1990 era de 158 veces (Gonzalo Durán y Marco Kremerman, 2 de abril de 2012. El Mostrador).

Esta desigualdad en los ingresos es consecuencia de una elevada concentración de la propiedad y riqueza en pocas manos. Los grupos económicos más poderosos han multiplicado sus activos en los últimos 20 años a un ritmo que no guarda relación con el resto de los chilenos. Acumularon con la dictadura y lo siguieron haciendo con la Concertación.

Se  habló de la equidad en los gobiernos de Aylwin y Frei e, incluso, en el programa de Lagos la consigna era “crecimiento con igualdad”. Sin embargo, fueron referencias retóricas. Hoy día ya es indesmentible que durante los gobiernos de la Concertación no hubo voluntad, ni medidas de política pública deliberadas, para favorecer una mejor distribución del ingreso ni para disminuir las desigualdades de acceso en salud, educación y previsión, ni tampoco para generar equilibrios territoriales entre Santiago y las regiones. La complacencia con los ricos fue manifiesta.

La mayor parte de los economistas y políticos de la Concertación se convencieron de las bondades de la economía de mercado autorregulada. Otros, después de haber ocupados posiciones de poder bajo sus gobiernos, fueron contratados como ejecutivos o miembros de los directorios de grandes empresas nacionales o extranjeras, mientras los más corruptos se convirtieron en lobbistas para facilitar los negocios de los empresarios, siendo al mismo tiempo asesores de los gobiernos de la Concertación.

El compromiso con el modelo neoliberal revela, además de la falta de ética, la fragilidad teórica y política de la dirigencia de la Concertación frente a la imposición del modelo civil-militar de la derecha. Pero también es resultado de la fuerza avasalladora que han adquirido los grupos económicos nacionales e internacionales, los que domesticaron a los ayer opositores al neoliberalismo, convirtiéndolos en sus incondicionales. 

Así las cosas, se impuso abrumadoramente el discurso del crecimiento por sobre el desarrollo, lo que favoreció a empresarios rentistas en la producción de recursos naturales, en la especulación financiera y en la usura oligopólica. El rentismo ha caracterizado a la economía desde hace décadas, mientras persiste la retórica del  libre mercado en el discurso de políticos y economistas. Adicionalmente, sin una política que favoreciera una mejor distribución del ingreso, junto a un sistema impositivo regresivo y una política económica conservadora, los grupos rentistas han alcanzado un poder económico inédito. Ello les ha permitido controlar plenamente el poder político. Por iniciativa propia y también por debilidades de los gobiernos de la Concertación, se convirtieron de facto en una suerte de partido político.

Así las cosas, los grandes empresarios se adueñaron del aparato productivo, a muy bajo costo, gracias a las privatizaciones de las empresas públicas, que impulsó el gobierno civil-militar en los años ochenta y que continuó con la Concertación. Pero también se han instalado en la banca y, en los servicios públicos, así como en los medios de comunicación social, escuelas, universidades, clínicas, ISAPRES, AFP y equipos de futbol. Con ese poder material y comunicacional han podido instalar sus ideas en la opinión pública con escasos contrapesos. Eso mismo les ha permitido forzar a los gobiernos a favorecer sus intereses, ayudados además por los lobbistas de la “centro-izquierda”.

En la última década, la riqueza de los cinco grupos económicos más poderosos se ha expandido de forma inédita,  pasando de US$5.600 millones en 2002, a US$48.300 millones en 2010.

Adicionalmente, el régimen impositivo chileno ha sido extremadamente generoso con las grandes empresas y sectores ricos de la población; mientras, por otra parte, la inédita ampliación del sistema crediticio a través de multitiendas y supermercados ha facilitado inmensas ganancias a esos grupos. Finalmente, la apertura comercial y financiera de la economía chilena, mediante los Tratados de Libre Comercio (TLC), componente central de la política internacional del país, ha permitido una reproducción a escala global de los inversionistas chilenos en el exterior.

En consecuencia, no es una exageración afirmar que el Estado ha sido capturado por una minoría económica que lo utiliza en su favor. En vez de servir como instrumento para compensar las desigualdades propias de la economía de mercado, se ha convertido en instrumento de ampliación del poder económico. Bajo tales condiciones, el sentido comunitario de nación se encuentra debilitado con la presencia de un Estado frágil, al servicio de una minoría y que ideológicamente se considera un estorbo. La economía de mercado se ha convertido en una sociedad de mercado, donde el objetivo supremo es el lucro y el enriquecimiento personal. Y, cuando la política no interviene el mercado la sociedad puede verse peligrosamente afectada:

Así las cosas, se estrechan las oportunidades de progreso a los pequeños empresarios, se coloca en condiciones de fragilidad a los trabajadores, se debilita la protección del medioambiente y la concentración económica en Santiago se amplifica. Bajo tales condiciones se cierran las oportunidades para avanzar hacia una sociedad desarrollada, con una distribución más equilibrada del poder económico (y también político) e incluso el propio crecimiento a la larga se oscurece. 

Frente a grupos económicos tan poderosos encontramos un Estado débil, incapaz de regular adecuadamente y al mismo tiempo sin capacidad, ni instrumentos legislativos, que le permita promover iniciativas económicas o que pueda favorecer, con políticas de discriminación positiva, el potencial de los pequeños empresarios. Hay que destacar que la propia Constitución de 1980 prohíbe al Estado impulsar iniciativas empresariales. Este mismo Estado, cooptado por los grupos económicos, tampoco se ha interesado en estimular el sindicalismo y la negociación colectiva, fundamento indispensable para el mejoramiento del equilibrio distributivo. Stiglitz tiene toda la razón. En Chile también el 1% se ha apoderado de lo que necesita el 99% de la población.

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