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Hasta el colapso final y más allá
Mar, 22/06/2010 - 10:28

Juan Ramón Rallo

Hasta el colapso final y más allá
Juan Ramón Rallo

Director del Observatorio de Coyuntura Económica del Instituto Juan de Mariana (España) y profesor asociado de la Universidad Rey Juan Carlos.

En La increíble máquina de hacer pan, R. W. Grant nos descubrió que el intervencionismo estatal era infatigable al desaliento y que siempre encontraba maneras de retorcer los argumentos para justificar sus restricciones de la libertad. Así, nos decía Grant, poner precios por encima de la competencia equivale a ser un monopolio, por debajo a practicar la competencia desleal, y mantenerlos al mismo nivel, es señal inequívoca de una confabulación entre empresas.

También en la crisis podemos observar a ejércitos de demagogos y populistas tratando de justificar las intervenciones más injustificables con toda suerte de peregrinos argumentos. Llamativo es el caso del keynesianismo más cerril, el cual, incluso ante la inminente quiebra de muchos Estados, sigue reclamando mayores niveles de endeudamiento público para evitar caer en una especie de neohooverismo que nos arrastre a una nueva Gran Depresión.

Por supuesto, ni respetan la historia -Hoover expandió el déficit público tanto como Roosevelt hasta 1940-, ni el sentido común -uno no aconseja a un quebrado que siga endeudándose a menos que desee verlo quebrar-, ni la teoría económica -durante las crisis es necesario que el sector privado ahorre para amortizar deuda y reorganizar sus inversores-, ni la honradez intelectual -porque son unos iluminados dispuestos a suicidarnos a todos a cambio de imponer sus dogmas políticos e ideológicos.

Llevamos más de año y medio de aplicación consistente y consciente del keynesianismo -en realidad, llevamos dos años y medio, porque Bush ya comenzó en enero de 2008 a reducir con cargo al déficit alrededor de US$200.000 millones en impuestos, y en España no tardamos en imitar estas malas ideas con aguinaldos fiscales en forma de 400 euros per capita-, y los resultados no se ven por ninguna parte.

Las pocas economías que, como la estadounidense, han comenzado a despuntar y a presentar algún dato económico esperanzador, son las economías más flexibles, que ya se esperaba en cualquier caso que fueran las primeras en recuperarse. En cambio, las restantes, aquellas a las que el “estímulo” debería haberles dado un mayor empuje, se están preparando para presentar el concurso de acreedores.

Ahí están los casos de Grecia y España, que en 2009, a la muy keynesiana manera, exhibieron déficits públicos por encima del 10%, y se han visto abocados, oficial o extraoficialmente, a ser rescatados por sus colegas europeos.

Una vez han comprobado que Keynes era un lobo disfrazado de oveja, todos los países, incluso Alemania -que teme que una quiebra de España se lleve por delante su economía-, han comenzado a minorar sus déficits, especialmente a través del recorte del gasto. Y he ahí que Krugman, cuyo dogma intelectual pasa porque toda economía puede salir de la recesión siempre que incurras en un déficit público lo suficientemente grande, ha levantado uno de sus protestos más indignados: “es demasiado pronto para retirar los estímulos”; “corremos el riesgo de volver a caer en recesión”; “están practicando el neohooverismo”…

Es bastante lógico prever que la mayoría de los políticos, por muy irresponsables que sean, comenzarán a consolidar el presupuesto dos o tres meses antes de quebrar. Cuando ya nadie te presta ni confía en ti, no te queda más remedio que recortar gastos. De ahí que Krugman, más irresponsable que el más irresponsable de los políticos (salvo quizá en Argentina), esté jugando con las marcas marcadas: dado que sabe que si sus nefastas recomendaciones económicas nos abocan a la bancarrota, es bastante probable que los gobiernos empiecen a disminuir el gasto pocos días antes de la declaración oficial de quiebra, siempre podrá culpar de la magnitud de la crisis a la “retirada de los planes de estímulo”.

Una treta grotesca que sería similar a dar una paliza de muerte a un sujeto, llevarlo al hospital para tratar de reanimarlo y sostener que finalmente ha muerto… ¡por llevarlo al hospital!

Así las cosas, podemos regresar a La increíble máquina de hacer pan, para extraer el limitado argumentario de un keynesiano a la Krugman:   

* Si el gasto público aumenta, se mantiene o disminuye y la economía no se recupera, es que los déficits no eran lo bastante grandes.

* Si el gasto público se reduce y la economía se recupera, es que lo habría hecho igualmente, pero con mayor rapidez en caso de seguir políticas keynesianas.

* Si el gasto público se mantiene o aumenta en unos países y se reduce en otros y los primeros no se recuperan, es que el estímulo parcial de la economía mundial terminó filtrándose vía comercio internacional a los países que redujeron su déficit.

* Si el gasto público aumenta y la economía se recupera, obviamente es gracias a las políticas keynesianas.

Parece que Krugman, después de haberse sumado a las ideas que provocaron la quiebra del sector privado, quiere hacer lo propio con el público. Al final, lo único que detiene al keynesianismo es el colapso, e incluso ahí muchos todavía dirán que fue por no despilfarrar lo suficiente.

Esta columna fue publicada originalmente en el centro de estudios públicos ElCato.org.

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