Pasar al contenido principal

ES / EN

La economía argentina de la postcrisis internacional
Mié, 04/08/2010 - 12:12

Eduardo Fracchia

La economía de Brasil después de la crisis internacional
Eduardo Fracchia

Profesor de la Escuela de Dirección y Negocios de la Universidad Austral. Es Ingeniero Industrial y licenciado en Economía por la UBA. Realizó el Programa Doctoral del IESE con la especialidad en Dirección General Tema de Tesis: “Factores determinantes de la respuesta de estrategia corporativa de los grupos económicos argentinos ante el shock competitivo de los 90”. Antes de formar parte del IAE, trabajó en Cepal y Banco Mundial.

La economía internacional funciona a diferentes velocidades. Estados Unidos se reactiva de modo tenue. Crecerá 3% este año con el empuje de la productividad de las firmas y las políticas expansivas, mientras Europa no se encamina hacia la W, aunque se recuperará lentamente y a dos marchas.

Alemania, el motor de la Unión, impone austeridad al conjunto. La solidaridad que hemos visto en Europa fue limitada hasta ahora. Todavía hay mucho que aprender en materia de coordinación, en particular, cuando se trata de planes de ajuste. Los test de estrés a bancos europeos dieron resultados razonables y esa es una buena señal. La clave es que vuelva la confianza. Claramente el euro superó su primera crisis de magnitud. Los países de Europa del Este evidenciaron en esta crisis su mayor pobreza relativa.

China sigue siendo el segundo gran motor del capitalismo. Supera este año en PIB, medido a paridad de poder de compra, a Japón y en consumo total de energía a EE.UU.

América latina salió a buen ritmo de la recesión y termina su mejor década considerando las últimas cuatro, muy orientada por las ideas del consenso de Washington para la mayoría de los países, con Brasil asumiendo el liderazgo.

La economía argentina, 0,4% del PIB mundial, se enmarca en este mundo postcrisis de crecimiento dispar, de baja inflación y cada vez más globalizado. El modelo productivo se ha desdibujado respecto al diseño fundacional de 2002, en la gestión de Duhalde-Lavagna. Lo tomó prestado el kirchnerismo y fue funcional con rendimientos decrecientes. Queda cierta sensación sobre el final del ciclo K que en esta década se avanzó en algunos frentes -¿quién puede dudar del crecimiento?-, pero que en comparación con los países dinámicos de la región, perdimos oportunidades valiosas.

El consumo ha sido, y no las exportaciones, la variable central de la macro K. Este año es especialmente representativo. La inversión por otra parte va a marcha lenta, hay sectores con poca capacidad ociosa, sin proyectos de inversión. Está cerca del 20% del PIB, un nivel razonable si se asignan bien los recursos.

La cosecha de soja es crucial para entender la macroeconomía de corto y mediano plazo. No hay problema de “brecha externa” por la soja, cuestión extraña para los estudiosos de la economía nacional desde el 30 al 2000.

Falta reputación en este esquema cortoplacista de gestión económica. Se percibe la desconfianza en indicadores como el riesgo país, la competitividad relevada por el World Economic Forum (estamos 88 entre 140 países, y no mejoramos desde 2003), baja inversión externa directa, inflación y confianza del inversor y del consumidor. Pero, entonces, ¿dónde hay fortalezas?

La deuda pública relativamente baja, el superávit primario fiscal de cerca del 1% del PIB, el elevado nivel de reservas, la menor fuga de dólares, un tipo de cambio estable y, por supuesto, la “soja” dan cierta solidez al modelo y hacen improbable finales típicos de los esquemas populistas de distribución de ingresos, desordenados y voluntaristas. La estanflación no es lo que está en el horizonte de mediano plazo, no hay Rodrigazo en la economía K. Con correcciones que haga el próximo gobierno que no son fáciles y sinceramiento de variables, dado el contexto de precios internacionales, podemos seguir creciendo hasta 2020 a tasas chilenas del 6-7% anual, como ocurrió en esta década, salvo en el episodio recesivo de 2009.

Discutiremos algunas cuestiones de actualidad que parecen relevantes mencionar.

Si bien por el efecto crecimiento y por la inflación la recaudación federal y provincial son importantes en 2010, se observa que desde 2005 el superávit primario en términos de producto fue tendiendo prácticamente a cero. Algo similar ocurre con la cuenta corriente de la Balanza de Pagos que el año que viene podría cerrar en 1,5% del PIB. Puede incluso haber déficit gemelos en 2012. Lo ideal sería, dada la restricción fiscal, disponer de un programa financiero hasta fines de 2011 bien claro. La situación es manejable dado lo que se debe en amortizaciones e intereses.

El gasto público que crece muy por encima de la inflación explica la restricción fiscal que se agrava al no tener el país crédito del exterior, a tasa de un dígito. El gasto público es intensivo en remuneraciones estatales. El empleo público creció en casi 1 millón de puestos a partir de una base de 2,2 millones en 2003. El empleo privado, en cambio, crece a menos del 2% este año, con más de 7 de expansión del PIB.

El canje ha tenido un efecto marginal aunque positivo. No podemos aún financiarnos a una tasa de un dígito y esto limita el crecimiento de mediano plazo. Fue una buena apuesta para una época difícil. El sistema de precios está en algunos sectores, esencialmente en servicios públicos, muy distorsionado y la estructura de subsidios colabora en una expansión no prudente del gasto público, variable que a mediano plazo no es financiable.

La industria en su mayoría, 17 de 22 ramas, presenta déficit comercial. La excepción de alimentos es notable. La corrección cambiaria se volverá impostergable en el próximo gobierno. El proteccionismo y el freno a las  importaciones que se han impulsado estos meses, es un obstáculo a las exportaciones. El superávit comercial de la gestión K, durante 2003-2011, se estima en US$120.000 millones. El fantasma de la falta de dólares no es tal. Queda resto todavía, pero el agregado muestra números más optimistas que a nivel de sector.

En este invierno se hizo más evidente la descapitalización energética (petróleo y gas). Supone esta desinversión de ocho años de negación del problema, costos importantes para cerrar la brecha y atender el consumo. Tomará mucho tiempo encauzarlo.

La banca espera un nuevo marco legal, que sería deseable que no sea voluntarista y anticrédito. El sistema presta 12% del PIB (la cuarta parte de una banca moderna) y los depósitos se están dolarizando lentamente, lo que es debatible.

Al gobierno lo corre por izquierda la oposición que empuja cuestiones propias de una agenda social progresista. Esto se percibe en la presión por el ajuste de jubilados, asignación por hijo, segmentación de retenciones para favorecer a pequeños productores, entre otras medidas. La pobreza en 31%, el desempleo en 9%, el coeficiente de Gini (desigualdad), la tasa de informalidad  de los asalariados y el deterioro de ingresos de los jubilados, expresan el fracaso social de la gestión. En esto es análogo a la convertibilidad que tuvo crecimiento, pero sin derrame a la base de la pirámide, y que terminó en 2001 con una elevada pobreza, desigualdad y desempleo.

El 2011 es incierto por la volatilidad política y habrá más salida de capitales, un dólar estable, una inflación un poco mayor pero inferior a 30%, y un crecimiento del PIB del orden del 5%. En este segundo semestre disminuirá el ritmo de la actividad por causa de la inflación, pero el año 2010 dejará arrastre para el próximo en materia de actividad. La reducción de la inflación y el sinceramiento de las estadísticas, es tarea de la próxima gestión. La triple negación del gobierno destruyó bienestar estos años, mintiendo en la crisis energética, en la magnitud de la inflación y la medición de la pobreza. Esperemos haber aprendido el mensaje.

El pacto anunciado entre estos dos espacios políticos relevantes, en búsqueda de agenda común, es deseable para encarar un conjunto importante de cuestiones que han sido postergadas, algunas de las cuales ya hemos comentado.

Países