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La inversión al banquillo en Chile
Mié, 23/07/2014 - 15:53

Germán Mujica

Chile, país sin burbuja
Germán Mujica

Germán Mujica es ex subdirector de AméricaEconomía, y economista de la Universidad de Chile, con un postgrado en Boston University.

La inversión en la economía chilena parece enfrentarse a momentos trascendentales. Ruidos reales o interesados mantienen a la variable más que clave del crecimiento –que en los últimos 30 años se desplegó en el país por todos los sectores– en un estado de nerviosa observación. O de imputación. La inversión se ha lentificado desde hace varios meses, mientras los agentes empresariales cavilan y sacan cuentas ante la reforma tributaria y la esfumación del FUT, y las importaciones de equipos y bienes de capital del comienzo de este 2014 se recortan en un 30% respecto del año anterior.

¿Todo mal con la inversión, entonces? No necesariamente. 

Es efectivo que los cambios tributarios impactarán la percepción y expectativas del sector empresarial (no habría que despreciar tampoco la sensación de “asfixia regulatoria” entre los privados). Es efectivo que la inversión real viene cayendo y probablemente seguirá a la baja por un tiempo. Es finalmente efectivo también que el Estado tiene una capacidad limitada para compensar la menor inversión privada; de hecho, muy poca, porque al Estado subsidiario chileno no le está permitido emprender en actividades que pueden realizar los privados. Y debe contentarse entonces con Codelco, Enap e inversiones de alguna cuantía en infraestructura. 

Los US$8.200 millones al año recaudados por la reforma tributaria, por su parte, tendrán un destino compartido entre los gastos de reacomodo institucional por la reforma educacional y la corrección del déficit estructural del sector público (lo que ya sugiere restricciones para un mayor gasto fiscal compensatorio hacia adelante si es que la economía siguiera bastante por debajo de su crecimiento potencial). 

Pero podría haber buenas noticias para la inversión una vez que se despeje el humo de la batalla de la reforma tributaria. Y tienen que ver con el diseño de país tipo “socialdemócrata” que ofrece el gobierno de la Nueva Mayoría, donde el Estado pone las reglas y entrega señales y los privados ejecutan. O.K., es un cambio de paradigma, el sector empresarial requerirá ajustes quizás costosos y conductas de verdad innovadoras, y no será de un día para otro. Pero las nuevas oportunidades de inversión están y estarán ahí, con las rentabilidades apropiadas. 

Desde ya, la minería sigue siendo un sector de alto potencial, lo mismo que energía y telecomunicaciones, además de la agroindustria y forestal, que tendrían que compensar la caída de la inversión privada en educación y, por un tiempo, de la caída más del tipo coyuntural de la inversión inmobiliaria. También es una fuente de inversiones reales el programa de innovación y competitividad del gobierno. 

En fin, podría hacerse una enumeración exhaustiva de sectores y áreas específicas de actividad donde en principio existen espacios de inversión atractivos, y otros donde no resulta conveniente arriesgar platas privadas. Pero el punto es más general: el Estado estará intentando un desarrollo económico y social bastante diferente al que veníamos observando por décadas. En este nuevo enfoque, naturalmente, también se requieren inversiones significativas, muchas de ellas de mediano y largo plazo, muchas de ellas en capital humano, social y cultural. El mix de inversiones hacia adelante diferirá del conocido hasta hoy –su velocidad y ritmo quizás también serán distintos–, pero, como sea, alguien invertirá los US$ 80.000 millones al año que la economía chilena acostumbra sacrificar en consumo presente para un mayor bienestar en el futuro.

Las inversiones “más clásicas” de los últimos 30 años en la economía chilena –aquellas vinculadas al modelo neoliberal en su estado más puro (o más distorsionado)– seguramente sufrirán un reacomodo o hasta se retirarán gradualmente, mientras las inversiones vinculadas a ventajas comparativas sólidas y fuertemente potenciadas seguirán un comportamiento muy en línea con el escenario económico internacional. 

El verdadero nuevo actor de la inversión real en Chile es el Estado en su papel más explícito de señalizador de oportunidades. Si tales señales son claras y correctamente entendidas, la inversión bien podría salir del banquillo de los imputados.

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