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Bicentenario en México: celebración de un pueblo rico en anhelo futuro
Lun, 27/09/2010 - 14:30

Luis Rubio

Lunes 5 de julio: cuando México ya sea otro
Luis Rubio

Presidente del Centro de Investigación para el Desarrollo (Cidac), una institución independiente dedicada a la investigación en temas de economía y política, en México. Fue miembro del Consejo de The Mexico Equity and Income Fund y del The Central European Value Fund, Inc., de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal y de la Comisión Trilateral. Escribe una columna semanal en Reforma y es frecuente editorialista en The Washington Post, The Wall Street Journal y The Los Angeles Times. En 1993, recibió el Premio Dag Hammarksjold, y en 1998 el Premio Nacional de Periodismo.

Algo peculiar pasó con la celebración del bicentenario de México: el gobiernola organizó, pero la población se la apropió.

La trascendencia delhecho quizá no debería sorprender a nadie, pero nos dice mucho sobre elMéxico de hoy, sobre todo respecto al enorme potencial de desarrolloque tiene frente a sí, pero también sobre la calidad de los gobiernosque hemos tenido y su incapacidad para asir y hacer posible esepotencial.

No deja de ser notorio que la celebración haya sido casi una“historia de dos ciudades”, dos narrativas contrastantes -ciudadanía yélites- que no se comunican entre sí.

“El futuro -escribió Will Durant-, no sólo ocurre. Fue construido”.Pero el gobierno emanado del Partido de Acción Popular (PAN) decidió no construir un futuro; másbien se concentró en la celebración. No hay nada inherentemente malo enhaber organizado un magnífico espectáculo con el objetivo exclusivo decelebrar y festejar, pero es extraño que haya aceptado la historiapriista sin más. A final de cuentas, el PAN nació como una respuesta,una reacción, al desarrollo de un partido oficial, virtual monopoliodel poder público. Sus primeras manifestaciones fueron de rechazo a laglotonería y excesos de los revolucionarios y de reivindicación deideales fundamentales. Por eso es raro que su versión de la historia estuvieraausente.

Manuel Gómez Morín, el fundador del PAN, no fue un hombre dado a laspasiones ideológicas. Abogado cuidadoso, fue director del Banco deMéxico y rector de la UNAM: imposible encasillarlo en una tramaideológica o partidista. Sus escritos revelan a un personaje dedicado,reflexivo y profundamente nacionalista que no aceptaba los dogmas deizquierda o derecha. Su mantra fue contribuir al desarrollo del país yluchar contra los excesos del partido oficial y sus personeros. Sudecisión de impulsar la creación de un nuevo partido político respondíaal deseo de debatir los temas medulares del país y mantener un diálogoabierto, inteligente y ciudadano. En este contexto, es interesanteobservar cómo el PAN abandonó a sus próceres y cedió la narrativahistórica.

En una excelente entrevista radiofónica con Leonardo Curzio, IlánSemo explicaba cómo el Partido Revolucionario Institucioal (PRI) se apoderó de la interpretación de lahistoria. Usando los libros de texto gratuito, el PRI logró unificar lanarrativa histórica, contando su versión de las cosas y negando todaslas demás. Lo sorprendente es que, dado su origen, el PAN haya aceptadoesa narrativa y callado su propia versión, al grado de ni siquieramencionar, por no decir utilizar, a personajes dignos de nuestrahistoria como Gómez Morín para reivindicarse a sí mismo. Según Semo,México sólo crecerá como nación en la medida en que las narrativas detodos los grupos e integrantes de nuestra sociedad adquieranlegitimidad histórica y comiencen a comunicarse para articular unapelícula mucho más rica y, sobre todo, menos maniquea del pasado. Enesto el gobierno renunció a la oportunidad que representaba elbicentenario. En 100 años habrá una nueva posibilidad…

Pero lo maravilloso de la celebración estuvo en el choque entre lasteorías y las críticas con la realidad mundana. Si el gobierno no tuvovisión ni perspectiva en su proyecto, la población no tuvo el menorempacho de imponer la suya. Para el mexicano común y corriente habíatodo que celebrar y nada que lamentar. El gobierno montó unextraordinario espectáculo que no hizo sino atizar todas las emocionesy expectativas. En algunos lugares del país, como Monterrey, lapoblación salió a hacerse de la magna plaza, a tomar el espacio públicoy decirle un “hasta aquí” al crimen organizado. En la Ciudad de Méxicola población hizo evidente que “la calle es nuestra” y nadie se la va aquitar. Para la población no había complicación ni contradicción:estamos celebrando lo que somos y lo que queremos ser. Los argumentosintelectuales pueden ser interesantes, pero no impiden celebrar yfestejar.

Imposible ignorar la bondad inherente a la respuesta popular. Losgobiernos -buenos o malos- van y vienen pero nada altera la naturalezade la mexicanidad. La criminalidad de las últimas décadas ha generadoprofundas divisiones en nuestra sociedad, destruyendo el marco deconvivencia mínima que es necesario para construir una estructurasocial integrada y sólida. El temor a ser víctima de mafias criminalesque se distinguen por su violencia y, sobre todo, por la crueldad en suactuar, ha llevado a la fractura de las relaciones sociales y aldebilitamiento, si no es que a la extinción, de ese factor cohesionadorcrucial, la confianza, elemento clave para el desarrollo. Y, sinembargo, las fiestas patrias mostraron un pueblo vivo, dispuesto y ricoen manifestaciones de anhelo futuro: al que las rencillas entrepolíticos y partidos no le hacen diferencia.

Al ver el espectáculo audiovisual y observar las manifestacionespopulares, reflexionaba yo sobre lo que sería posible construir en unpaís con tal riqueza, con tal deseo de superación y disposición adesafiar no sólo a la autoridad, sino a la versión oficial de lahistoria. La población no tuvo empacho ni dificultad en actuar lo queel PAN fue incapaz de hacer con la historia priista. El PAN acabó porhacer suya la narrativa “oficial” emanada de los libros de texto,implícitamente cediendo no sólo su historia, sino, volviendo a Durant,el futuro. No así la población.

En todo esto me pregunto lo mucho que hubiera sido posible lograr siel gobierno hubiera construido un proyecto de celebración orientado agenerar esperanza en un mejor futuro, esperanza en un mejor país,esperanza en derrotar al enemigo común, esperanza en construir unfuturo promisorio. Fox se dedicó a elevar expectativas, no a construiresperanza. Un gobierno más atemperado como el de Calderón tuvo en lamano la posibilidad de darle esperanza a un pueblo ávido de respuestas,deseoso de oportunidades, pero renunció a todo ello.

Los números de la criminalidad dicen mucho sobre la forma en que seha desquiciado una parte importante de la juventud. Proliferan lasteorías sobre cómo y por qué ocurrió esto, pero el hecho es que elfenómeno existe. Es evidente que urge crear condiciones para elevar latasa de crecimiento de la economía y del empleo a fin de al menosreducir el incentivo de la juventud a incorporarse a la criminalidad.Pero más allá de la economía, la celebración del bicentenario mostróque la abrumadora mayoría se rehúsa a rendirse: no quiere ser parte deese país perdedor y, por encima de todo, anhela un mundo muy distinto.Con esa actitud, y esa población, México podría ser otro en un ratito.Si sólo se le convocara.

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