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El inoportuno coqueteo de Chile con la energía nuclear
Jue, 21/04/2011 - 09:37

Alejandro Pelfini

El inoportuno coqueteo de Chile con la energía nuclear
Alejandro Pelfini

Alejandro Pelfini posee un Doctorado en Sociología (Universidad de Freiburg, Alemania) y es licenciado en Sociología (Universidad del Salvador, Argentina). Actualmente se desempeña como director del Departamento de Sociología de la Universidad Alberto Hurtado (Chile) y del Módulo Latinoamericano del Global Studies Programme en Flacso-Argentina. Anteriormente se desempeñó como asistente de investigación del Instituto de Sociología de la Universidad de Freiburg (Área “Instituciones globales y cultura europea”). Sus temas de investigación son el aprendizaje colectivo, las relaciones sociedad/medio ambiente y los estudios sobre élites, populismo y globalización.

El 84,1% de los chilenos que, según la encuesta Ipsos, manifestó no estar de acuerdo con el uso de la energía nuclear en Chile, demuestra que hasta el individuo menos concientizado de la problemática ambiental ve a la energía nuclear con otros ojos después de la catástrofe de Japón.

Más aún en un país sísmico y con ríos con escaso caudal como Chile, donde las centrales nucleares -que requieren enormes cantidades de agua para su refrigeración- deberían instalarse cerca del mar. De este modo, y tal como en Fukushima, serían extremadamente vulnerables no sólo a un terremoto, sino a un tsunami.

Lo que sucede internacionalmente también anticipa un giro en el desarrollo de la energía nuclear. La Unión Europea ya ha anunciado que va a encarar una revisión profunda de su política energética y los estándares de seguridad de los reactores nucleares. 

A esto se suma un elemento más que agudiza lo inoportuno y anacrónico de este coqueteo reciente, y que está en la misma concepción del mundo inscripta en esta iniciativa: la búsqueda de autonomía o de soberanía energética.

El uso de la energía nuclear se propagó durante la Guerra Fría. Los países de la región que a partir de los años '50 la desarrollaron para fines pacíficos, Argentina, Brasil y México lo hacían buscando autonomía en ciencia y tecnología, así como soberanía energética. El esfuerzo realizado se tradujo no sólo en una diversificación de la matriz energética y en un aumento del peso geopolítico de estos países, sino que tuvo efectos virtuosos en el desarrollo de sus sistemas de investigación.

Una cuestión a discutir es si vale la pena perseverar en el uso de energía nuclear. En los países que ya hicieron el esfuerzo, y bajo la imprescindible modernización de los sistemas de seguridad, la balanza podría inclinarse a favor. Sin embargo, muy distinto es el caso de Chile, que recién a esta altura evalúa recurrir a ella para resolver sus problemas energéticos. 

En este contexto habría que realizar un enorme esfuerzo en investigación y desarrollo. No obstante, lo más grave aquí no son los costos: lo que se estaría incorporando no es sólo una tecnología sino una concepción del mundo que es propia de los años ’50. En condiciones de globalización, la autonomía se desvanece como una ilusión y se ve reemplazada por la interdependencia; la centralización del suministro energético desde un punto generador central a los consumidores pasivos irá siendo sustituida por la conexión en red de generadores/consumidores que toman o aportan a la red de acuerdo a sus necesidades.

Una porción menor a la inversión necesaria para introducir reactores nucleares en Chile se podría utilizar en desarrollar energías renovables que pueden convertirse en un revitalizador del sistema de ciencia y tecnología. Un país que se concibe como emergente, no lo es sólo por contar con altos índices de crecimiento y por ser premiado por los ránkings de agencias calificadoras de riesgo. La emergencia implica la aparición de algo nuevo e imprevisto a nivel societal. Esa parece ser una mejor base para pensar en serio un “Chilean way”, a que simplemente someterse al lobby nuclear de las grandes potencias.

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