Pasar al contenido principal

ES / EN

La apuesta de Lula
Jue, 01/07/2010 - 10:56

Harold Olmos

La apuesta de Lula
Harold Olmos

Periodista boliviano, se ha desempeñado activamente en su profesión durante más de cuatro décadas. Trabajó como redactor y asistente de la dirección en el diario Presencia, de La Paz, y ha sido director de AP en Venezuela (1982-1993) y Brasil (1993-2006). Ahora reside en Santa Cruz de la Sierra. En diciembre de 2009 la Asociación de Periodistas de La Paz lo distinguió con el Premio Nacional de Periodismo 2007.

El alto perfil que ha asumido en los últimos años la política exterior brasileña, en busca de un papel más acorde con su condición de potencia emergente, ha tenido nuevas manifestaciones con un saldo que, por ahora, coloca en riesgo un paso que habría querido cumplir sin mayores contratiempos.

El nuevo Brasil que desde hace rato se proyecta ante el mundo, ya no es sólo el de Pelé y del fútbol, ni el de su sorprendente desarrollo industrial, ni su condición de primera potencia económica latinoamericana.

En los designios de Itamaraty el Brasil moderno debe estar presente en el grupo selecto de naciones que conforman el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Y un decisivo paso adelante sería  ungir como Secretario General de las Naciones Unidas a Luiz Inácio Lula da Silva, una vez que concluya su segundo mandato presidencial al comenzar el próximo año. Bajo los ojos del Partido de los Trabajadores debería, cuando menos, presidir el Banco Mundial.

Es más fácil decirlo que lograrlo. La aproximación de Lula hacia Irán, sumada a sus tentativas infructíferas de mediar en el conflicto árabe-israelí, y su envolvimiento -o ausencia- en otras áreas sensibles, lo han colocado en el camino de la política exterior de Estados Unidos. Y no precisamente en la misma franja ni en la misma dirección. Al buscar mediar en el conflicto palestino-israelí, sin mayores resultados, y después aproximarse hacia Irán y triangular con Turquía un acuerdo para suministrar uranio a los teocráticos ayatolás, el Brasil de Lula dio un paso en un campo minado que puede herir gravemente sus planes de convertirse en as de la diplomacia global.

Su tentativa de evitar una ronda de sanciones más drásticas contra Irán, por parte del Consejo de Seguridad, sufrió una abrumadora derrota de 13-2 (Brasil y Turquía, fueron los únicos que se opusieron). La política externa de Brasil ha sido siempre extremadamente cuidadosa, y nunca para perder. Por eso llaman la atención sus desplazamientos en el ajedrez mundial. La  magnitud del riesgo, sin embargo, no será vista de inmediato, pero en este juego hay varias piezas con grandes interrogantes.

Veamos algunas. Nada ayudaría más a la candidata escogida por Lula, para sucederlo en las elecciones presidenciales de octubre, que una confrontación diplomática de Brasil con Estados Unidos. De la línea dura del Partido de los Trabajadores (PT), Dilma Rousseff pasó a capitana de la Casa Civil y ahora competirá por la presidencia con el candidato socialdemócrata José Serra. Hasta hace poco favorecido por todas las encuestas, la férrea candidata de Lula ha ido acortando distancias y empieza a sobrepasar a su rival. Es poco probable que Estados Unidos quiera empeñarse en ayudar al PT en esta empresa, cuando Lula proclama que no existe más lo que un ex canciller de la época de los militares identificaba diciendo que “lo que es bueno para Estados Unidos es bueno para Brasil”.

Esa era había desaparecido al reinstalarse la democracia en Brasil a fines de la década del 80, notablemente fortalecida por el predecesor de Lula, Fernando Henrique Cardozo, quien de hecho pavimentó el camino para que llegase a gobernar. Cardoso estableció las bases macroeconómicas sobre las que se asentó el gobierno de Lula.

En un reciente artículo en O Estado de S. Paulo, el ex mandatario calificó las recientes afirmaciones de Lula, que repetían de manera altisonante que Brasil no dobla más la cerviz ante nadie, como expresiones de quien parece poseído por “un ego deslumbrado que irrespeta los hechos e incluso la dignidad del país”.

La oportunidad la pintan calva, dice un viejo refrán. Y esta no era la oportunidad calva para que Lula exhibiese una faz con un perfil de riesgos que no se le conocía. El primero lo tomó con la crisis de Honduras. Contra una tradición diplomática de cautela, tomó partido por el depuesto Manuel Zelaya y le dio refugio en su embajada en Tegucigalpa. Estados Unidos prefirió hilos más sutiles y buscó en el ahora ex presidente costarricense un papel central, desplazando al Secretario General de la OEA.

La acción de Itamaraty, al asumir un papel conciliador respecto a Irán, ha sido un nuevo factor irritante para las aspiraciones del mandatario brasileño. En otro artículo, decía el embajador Sergio Amaral: “Turquía puede tener sus razones para solidarizarse con Irán y aceptar el aislamiento del Consejo de Seguridad de la ONU. En un momento en que Egipto parece resignar su liderazgo tradicional en el mundo islámico, sería incluso comprensible que Turquía se proponga aprovechar la oportunidad para expandir su influencia en la región”.

Y agregaba: “En el caso de Brasil, la aventura de Irán es incomprensible, sobre todo cuando persisten varias disputas cerca de nosotros, y que no hemos podido o no intentado mediar para lograr un acuerdo. Hay varios ejemplos, como el conflicto sobre las “papeleras” entre Uruguay y la Argentina; la virtual paralización del Mercosur, como resultado de sucesivas medidas proteccionistas de la Argentina, y un retroceso en la integración sudamericana, por la falta de una visión compartida entre los países de la región, especialmente como resultado de desacuerdos entre varios de nuestros vecinos”.

Amaral fue portavoz de Cardozo durante años antes de asumir las funciones de embajador en Francia y luego en Inglaterra, y es considerado tradicional en el mundo diplomático brasileño. Sus palabras subrayan el papel preponderante que este año tendrán las relaciones exteriores en la campaña presidencial y su peso sobre las aspiraciones de Lula quien, de repente, es visto como trepidante cuando se anuncia, primero, que será postulado como candidato al máximo cargo de la ONU y, después, cuando él mismo habla de la posibilidad de concurrir a la reelección en 2015. Todo esto sin considerar las dificultades para buscar un cargo en el Consejo de Seguridad que automáticamente provoca celos no desdeñables en México y Argentina.

Se puede cuando menos concluir que la apuesta se ha vuelto repentinamente más pesada e incierta, tal vez más allá de lo que el propio Lula habría calculado.

Países
Autores