Pasar al contenido principal

ES / EN

Un Santo(s) que llega y otro que se va
Lun, 09/08/2010 - 10:37

Hugo Ramírez Arcos

De la OEA a otros demonios de la relación colombo-venezolana
Hugo Ramírez Arcos

Politólogo colombiano de la Universidad del Rosario. Estudiante de la Maestría en Sociología de la Universidad Nacional de Colombia y becario en la School of Authentic Journalism (2010). Es además investigador del Observatorio de Venezuela y colaborador habitual de medios como Semana, Razón Publica, Nuevo Siglo, entre otros. Entre sus obras figura la edición del libro: ''Hugo Chávez: Una década en el poder'', texto en el cual un conjunto de académicos analiza, desde su especialidad, lo que han significado los díez años de gestión del mandatario venezolano.

Hay un refrán que dice: “es mejor malo conocido, que bueno por conocer”. En el caso colombiano, resulta que el malo, fue tan malo, que los últimos días de su gestión, hicieron cada vez más esperar con ánimo la llegada del nuevo presidente de los colombianos.

Este hecho resultó tan evidente que existen sectores opositores al gobierno entrante para los cuales todo se trata de una estrategia de empalme entre los dos gobernantes. Sin embargo, las falencias estratégicas del gobierno saliente hacen dudar de su capacidad para tal conspiración.

El gobierno del presidente Álvaro Uribe fue un gobierno de grandes hitos. De una partidocracia desgastada: Uribe (como su vecino inmediato) dejó atrás a los partidos tradicionales y posicionó su propio movimiento -el Partido de la U- como el partido con más representación en el territorio nacional. Con el lema de “mano dura y corazón grande”, Uribe guió a los colombianos en la euforia de la seguridad democrática.

De un país con miedo pasamos a ser un país con una sed de venganza inagotable. La recuperación de algunos espacios públicos dio paso a la confianza de inversionistas que encontraron plenas garantías para sus capitales en la economía colombiana. La seguridad se volvió la protagonista de la agenda pública y Colombia (como en las propagandas del gobierno que invitan a los extranjeros a visitarnos) se convirtió en pasión.

El filósofo esloveno, Slavoj Zizek, asegura que “tratan de convencernos de que vivimos en una era posideológica y de que la economía es una ciencia neutral practicada por expertos”. En Colombia, falta poco para lograrlo. De ser un país con una ascendencia conservadora, estos ocho años de gestión no sólo aseguraron su descendencia, sino al mismo tiempo la radicalizaron.

Si bien los opositores siempre estuvieron presentes, la idea generalizada fue la de que estábamos ante el mejor presidente de la historia de Colombia. En el momento en el que aparecieron escándalos que relacionaban al presidente con el paramilitarismo, con los falsos positivos (ejecuciones extrajudiciales realizadas por agentes del Estado), con el narcotráfico, con la corrupción en programas como el de Agro Ingreso Seguro o las Zonas Francas; con el espionaje del DAS (Departamento Administrativo de Seguridad) a periodistas y opositores, entre otros tantos, el apoyo al presidente fue una constante.

Todos tuvimos a nuestro modo una relación cercana con la gestión del presidente Uribe. La mayoría lo vio como el líder carismático que les devolvió la seguridad a los colombianos, el resto pudo culparlo de todas las desgracias del país. En los últimos análisis que se hacen hoy de su gestión, para quien vea los hechos desde la distancia y lejos de los sentimientos (propios del hecho de que muchos de los temas tocan de manera íntima a cada uno de los ciudadanos), aún es difícil ver las cosas en blanco y negro.

En el plano internacional, el gobierno supo hacer coincidir las alianzas internacionales con sus intereses estratégicos y su proyecto ideológico. Colombia está muy cerca, como nunca antes, a los intereses de los Estados Unidos, y esta vez los países vecinos están conscientes de esta situación.

Juan Manuel Santos, el nuevo presidente de los colombianos, en su papel de ministro de Defensa del gobierno saliente, no estuvo alejado de muchos de los puntos descritos. Su llegada misma a la presidencia es producto de la maquinaria política del saliente presidente, que al ser vetado de una nueva posibilidad de reelección por la Corte Constitucional, terminó abalando esta candidatura.

La victoria del presidente Santos fue abrumadora. En la primera vuelta conquistó todas las plazas del país, con excepción de Tunja (capital del Departamento de Boyacá) y el Departamento del Putumayo. Y en la segunda vuelta sólo es derrotado en el Putumayo, obteniendo una victoria casi absoluta.

La elección de sus ministros y su actitud hasta ahora discreta frente a Venezuela, dan nuevas esperanzas de cambio. Pareciera que el eterno retorno nos trajera de nuevo un Santo del que esperamos no salir mal librados. En su libro, ''Acción Política no-violenta, una opción para Colombia'', Freddy Cante alerta la forma en que “el presente se consume tratando de corregir los errores que, durante mucho tiempo, habíamos calificado de aciertos”, por lo que señala que “una de las grandes equivocaciones de los colombianos: (es que) nos hemos ido a extremos cuestionables; unas veces creemos que la violencia resolverá nuestros problemas y, cuando vemos que eso falla, ensayamos a construir la paz con demasiada laxitud (…) por cierto, algunas veces se combinan las dos opciones”.

Países