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Ecuador: una mejor política pública para la primera infancia
Vie, 01/10/2010 - 11:31

Jacobo Velasco

Tilapia china
Jacobo Velasco

Economista ecuatoriano, con formación en macroeconomía, finanzas y posgrado en ciencias políticas. Trabaja en el análisis macroeconómico con énfasis en los mercados laborales de los países de América Latina y el Caribe. Es columnista de medios locales como revista Vistazo, Gestión e Iconos de Flacso. Ha sido instructor en seminarios de la Cepal, Corporación de Fomento de Chile, Deloitte & Touche, Ministerio de Trabajo de Chile, y Organización Internacional del Trabajo (OIT), entre otros.

La paternidad en el siglo XXI se vive de forma distinta de la que experimentaron las generaciones previas. La presencia, participación e interacción de los padres con los recién nacidos se acrecienta, generándose un vínculo estrecho. Claro que esa es una elección. No todos los padres responden igual. En mi caso, una suerte de conciencia construida acerca de la necesidad de reestructurar los roles dentro del hogar, me llevó a vivir la paternidad de forma activa desde el inicio.

No ha sido fácil, pero ha sido increíble. Como me gusta jugar y leer, he podido construir un espacio común en donde el juego transmuta en aprendizaje. A su año y cuatro meses, mi hijo conoce más de 50 tipos de animales, tiene un lenguaje variado para su edad y reconoce monumentos de distintos países.

Cuando estimulo a mi hijo siento que estoy colocando la primera piedra de una estructura. Y caigo en cuenta de que la primera piedra, más allá de lo simbólico, es angular.

Este ejercicio sensibiliza ante una realidad que pocas veces es percibida como prioritaria: la educación y estimulación en la primera infancia. Históricamente ha habido un gran silencio social al respecto, por múltiples razones vinculadas con el sujeto -los niños no pueden opinar a esa edad sobre cómo son criados o estimulados-, la forma -la baja valoración social que se le ha asignado al cuidado y crianza de los bebés- y la estructura -un asunto asignado a las mujeres-, que ha dado como resultado bajos salarios pagados a quienes se dedican al cuidado de los infantes, poca observación y seguimiento de su proceso de desarrollo, y poca importancia social (en tanto es un aspecto de todos) al tiempo -que generalmente es femenino- de crianza.

Lo que llama la atención cuando se observa una constante en estudios internacionales de todo color y sabor: que entre los 0 y 3 años los niños construyen sus capacidades de aprendizaje como en ningún otro período de vida.

Si al problema histórico se añade el socieconómico, donde la desnutrición y la precariedad tienen un impacto en el desarrollo psicomotor de los bebés, se puede entender por qué es tan difícil generar cambios estructurales en la calidad de la educación y de la mano de obra.

Hoy se habla de la educación como un instrumento eficaz para aumentar la productividad de los trabajadores y como mecanismo de reducción de las brechas de ingreso y de la pobreza. Por ende, se han implementado reformas educativas que han resultado tortuosas, por las dificultades para poner en marcha a un gigante lento, y con pocos resultados positivos en la práctica. Esta mirada queda coja cuando no se ataca a la madre del cordero. Los resultados en las diferentes pruebas educativas tienen la constante de una brecha brutal entre pobres y ricos. Ya no se trata de que los niños y jóvenes tengan igual cantidad de años de educación. Incluso pueden recibir la misma calidad. Pero muchos estarán programados para no entender lo que leen.

Por eso son muy bienvenidas las iniciativas de política pública para ampliar y mejorar la cobertura del cuidado de la primera infancia. Pero resulta insuficiente cuando, sobre todo en ese período de vida familiar, se generan conflictos entre los mundos del trabajo y del hogar.

A las empresas les queda un espacio importante en este ámbito con una aproximación soft o hard. La primera tiene que ver con iniciativas vinculadas a la Responsabilidad Social Empresarial (RSE) y el apoyo a programas de estimulación temprana, la calidad de las guarderías y la universalización de la alimentación y salud de los infantes. La segunda es más estructural y se relaciona con un cambio radical, sobre todo erradicar el estigma de que las mujeres representan un costo mayor por la maternidad y todo lo asociado al cuidado de los hijos. En esta materia, el nuevo paradigma tendría un piso mínimo y varios niveles superiores. El piso tiene que ver con el cumplimiento de la normativa vigente relacionada con la maternidad y el cuidado infantil. Los estadios superiores implicarían cambiar la mirada del costo-mujer por un costo familia-empresa que tiene que ver con una asignación distinta de los roles en el hogar -y por ende, en el trabajo- con modalidades más flexibles que permitan que tanto hombres como mujeres puedan asumir un rol activo en el cuidado de la primera infancia. Ojo, los resultados no se darán por generación espontánea. Múltiples factores -sobre todo socioculturales y de costos en el corto plazo- juegan en contra. Pero, tal como lo muestran las empresas y sociedades más avanzadas, este proceso es funcional y sustentable para todos, con un beneficio indudable para los niños de hoy y las empresas y trabajadores del mañana.

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