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El inicio de las relaciones ruso-chilenas, cuando Bernardo O’Higgins se dirigió al zar Alejandro I
Lunes, Julio 20, 2015 - 13:41

El origen de las relaciones diplomáticas ruso-chilenas, establecidas en 1944, se remonta a más de un siglo atrás, a la instauración de la independencia en Chile.

Russia Beyond the Headlines. El punto de partida es el año 1817, cuando el director supremo de Chile, Bernardo O’Higgins, anunció mediante el envío de varias cartas formales a diversos gobiernos extranjeros que el país se proclamaba independiente de España.

El 1 de abril del mismo año, el nuevo estatus fue notificado al zar Alejandro I. La misiva que ratifica este primer intento chileno de establecer relaciones bilaterales con Rusia contiene un párrafo singular que da cuenta de las altas ex­pectativas que tenía O’Higgins­ de contar con elrespaldo internacional a la emancipación chilena.

“El carácter magnánimo de VMI [Vuestra Majestad Imperial] nos inspira la confianza de que velará por la suerte de este país con el interés que le ha merecido velar por la tranquilidad del continente europeo, y que, de interponer alguna vez su poderosa influencia por nuestra dicha, considerará en la emancipación de este reino de su antigua metrópoli no solo la gloria de extender a países extranjeros la beneficencia y la liberalidad que hacen felices a los vasallos de VMI, sino las muchas ventajas que se ofrecen en estos últimos en la extensión de su comercio”.

El zar no respondió a la misiva. Resulta comprensible: los rebeldes independentistas no le generaban particular simpatía. Bien al contrario, Rusia era fundadora de la Santa Alianza, que agrupaba a un conjunto de países que defendían a ultranza la monarquía institucional.

Además, en 1817, la emperatriz Elizaveta Alexéievna, su esposa, fue nombrada miembro de la Orden de las Damas Nobles de María Luisa de España.

Afectuosa acogida. Las nuevas autoridades no cejaron en su empeño. En 1824 designaron a Mariano Egaña como ministro extraordinario y plenipotenciario ante Rusia. El zar no llegó a visar su nombramiento: murió al año siguiente en circunstancias rodeadas de misterio. 

En 1874, el imperio ruso nombró cónsul en Valparaíso a Carlos Wolf, mientras el gobierno chileno designaba a León Perelman como su representante en Odesa. Un poco después, en 1895, Anatole de Küster quedaba como encargado ruso de negocios en Chile y Julio Jalenkowsky­ era designado cónsul en San Petersburgo.

En 1909 se produjo un punto de inflexión cuando Maurice Prozor asumió el cargo de ministro plenipotenciario de Rusia en Chile. Fue recibido con entusiasmo por el presidente, Pedro Montt, quien recalcó que siempre se daría “afectuosa acogida al contingente de trabajo y de inteligencia de los hijos de Rusia”.

Las cosas marchaban por buen camino: Montt encomendó al exministro y diplomático Augusto­ Matte Pérez repre­­sentar los intereses del país ante su contraparte. Tras su deceso, en 1913, le siguió Miguel Cruchaga Tocornal. 

Entonces, y casi como en un intrincado relato borgeano de personajes inverosímiles, Chile tomó una decisión que hoy llama mucho la atención: investir como ministro plenipotenciario ante­ Rusia al diplomático y em­pre­sario Agustín Edwards­­ MacClure, quien había fundado en 1900 el diario El Mercurio. 

Con la llegada de los bolcheviques al poder, las relaciones quedaron en punto neutro. Sin embargo, desde sus inicios, la Internacional Comunista tenía conocimiento de la política chilena, y reconocía la buena organización de su Partido Comunista y a su líder, Luis Emilio Recabarren. 

El hecho más relevante de este periodo fue el respaldo que en 1934 dio el gobierno chileno al ingreso de la URSS en la Sociedad de las Naciones. En aquella ocasión, el delegado Fernando García Oldini dijo: “Mi gobier­no, aunque no ha es­table­­cido relaciones di­plomáti­cas­ con el gobierno sovié­tico, cree que la paz debe ser el resultado del esfuerzo común de todos los Estados, sin distinción de raza, de religión o de doctrinas po­líti­cas”. 

Así y a nivel inter­nacional,­ se constataba de nuevo los estrechos vínculos, aunque aún no formales, que había entre Chile y la URSS. 

Por fin, el 11 de diciembre de 1944 se anunció con solemnidad que Chile y la Unión Soviética acordaban establecer relaciones diplomáticas y consulares, designando a Luis David Cruz Ocampo, entonces embajador chileno ante el Vaticano, como representante ante el Gobierno soviético, y a Dmitri Zhúkov, funcionario del Ministerio de Relaciones Exteriores ruso, como su homólogo en la nación sudamericana. 

Desde entonces, han pasado más de 70 años de gobiernos, diplomacia y tratados. Pero esa ya es otra historia.

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