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La felicidad de los taxistas
Viernes, Abril 10, 2015 - 13:44

Subirse a un taxi en Chile ya no es lo que era. Mejoró. Ahora es una oportunidad para reconocer cómo, por fin, la variedad echa raíces en el país: “Sí, me casé por conveniencia”. El auto gira a la izquierda, el puente de equis metálicas que cruza el río Mapocho queda atrás. Niños retozan en las aguas de la Fuente Alemana, a unos metros, y el verano santiaguino sobreimprime felicidad en sus memorias. “Acá todo el mundo hace las cosas por conveniencia”, insiste. El Premio Nobel Gary Becker daría un respingo alegre si lo escuchara. Para este economista, todos elegimos parejas calculando oportunidad y costes. Se “compra” la mejor pareja posible. El taxista no lo encuentra nada raro. Chile es el reino del costo/beneficio, arguye. “¿Y el juramento hipocrático?”. Seguro, responde: “Eso será en otras partes. Acá los médicos sólo atienden por plata. Si no, mire las clínicas privadas”. Plata, él la tiene. Dice ser dueño de otros ocho vehículos. “Les pido $100.000 (US$159) por semana a los choferes”. Más los $1.200.000 (US$1.904) del auto que él maneja, suma US$6.992 mensuales.

Que un taxista­ emprendedor pueda ganar US$7.000 señala cuánto ha cambiado Chile en los últimos 20 años. Se nota por un hecho tan curioso como decidor: los pequeños carteles luminosos en los parabrisas de los vehículos no sirven para saber si el taxi está disponible o no. Cerca de la mitad, o más, de los que van con pasajeros los dejan encendidos. Los que van vacíos los mantienen apagados. “Es porque se elige al cliente”, revela el taxista beckeriano. “Si ven a una señora llena de bolsos que les van a ensuciar el interior, siguen de largo”.

Pero lo que es relevante no es que algunos taxistas chilenos tengan en los ojos sólo el signo $. No, es su variedad, prosperidad y contento. Está el ex operario minero, jubilado a los 34 años por problemas en los pulmones, que trabaja porque le gusta, ya que con su pensión le alcanza (y piensa estudiar). Está el taxista de toda la vida con dos hijas ingenieras (una, gerenta de retail), fascinado con “lo fabuloso que es Camboriú, ahora que viajamos con mi mujer”. Está el taxista “SaferTaxi”, en un auto de alta gama, que atiende principalmente a hombres y mujeres del circuito de bares de lujo y, a sus 24 años, “no puedo convencer a mi abuela que trabajo: ella siempre me ve levantándome después de la 12 y no haciendo nada”.

Y está, claro, el taxista­Cassandra que advierte de la inequidad extraordinaria como la madre de todos los males chilenos: “Cuando lo digo, la gente de derecha piensa que soy de izquierda, la de izquierda –que es cómplice de la desigualdad de este país– que soy un resentido, uno que no cree en nada, y los que no creen en nada me dicen ‘ya, déjate de huevear’. ¡Nunca tengo la razón!”. ¿De dónde viene esta variedad nueva? De un matrimonio por conveniencia: la libertad para ofrecer y competir, la regulación de tarifas, cupos y sorteos de licencias. Más que amor conveniente, conveniencia enamorada.

Autores

Rodrigo Lara