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El verbo ausente en México: gobernar
Mié, 29/03/2017 - 08:27

Luis Rubio

Lunes 5 de julio: cuando México ya sea otro
Luis Rubio

Presidente del Centro de Investigación para el Desarrollo (Cidac), una institución independiente dedicada a la investigación en temas de economía y política, en México. Fue miembro del Consejo de The Mexico Equity and Income Fund y del The Central European Value Fund, Inc., de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal y de la Comisión Trilateral. Escribe una columna semanal en Reforma y es frecuente editorialista en The Washington Post, The Wall Street Journal y The Los Angeles Times. En 1993, recibió el Premio Dag Hammarksjold, y en 1998 el Premio Nacional de Periodismo.

Los momentos de desazón son también momentos de riesgo -y de oportunidad. Riesgo de trastocar lo que sí funciona en aras de lograr la redención, y oportunidad de construir algo nuevo, distinto, que resuelva los entuertos en que el país se ha atorado. El momento actual da para las dos cosas; la pregunta es cómo contribuirán quienes tienen pode real y qué aportarán los potenciales candidatos al proceso. De por medio va el futuro del país.

El panorama es por demás claro y complejo: una población a la vez cortejada por todos, pero también abandonada; todos quieren su voto, pero nadie quiere que participe, influya ni, mucho peor, se queje (“ya chole”). La población está ahí para servir a los políticos: algunos se dirigen a ella para amenazarla, otros para prometer la expiación; el presidente nos dice “hoy… hay riesgos de retroceso… están resurgiendo amenazas de parálisis de la derecha o el salto al vacío de la izquierda" porque nosotros sí sabemos gobernar. Seguramente estará pensando en los últimos dos años… Por su parte, López Obrador ofrece platitudes, como “la prosperidad del pueblo y el renacimiento de México,” oferta que suena bien en el discurso pero que no viene acompañada de propuestas concretas.

Y ese es el problema: unos venden que “saben gobernar,” otros que saben “qué hacer” y otros más que lo suyo es el “profesionalismo” y la “honestidad”, cuando la evidencia es abrumadora en contra de las tres propuestas.

En el contexto de la campaña del 2012, un gobernador priista se dio el lujo de afirmar que “seremos corruptos pero sabemos gobernar,” excelente prólogo para lo que siguió: corrupción desbordada e incapacidad de gobernar. El discurso presidencial en el cumpleaños del PRI fue un ejemplo perfecto de la distancia que separa a la clase política de la población.

El libro de AMLO me recordó a la obra estelar de Czeslaw Milosz, La mente cautiva: el predicador no tiene más que denunciar lo obvio -la decadencia, el abuso, los beneficiarios, la corrupción- para describir un panorama aciago que yace detrás de mucho de la desazón que aqueja a la población. Pero la pregunta importante, la que se hace Milosz, es por qué sigue teniendo seguidores una propuesta que no tiene posibilidad alguna de resolver los dilemas de México. El propio López Obrador afirma que hay que ir hacia el pasado. ¿El pasado? ¿Cuál? ¿El de las crisis, los malos servicios, la falta de oportunidades, la incertidumbre? En contraste con la demagogia presidencial, la demagogia morenista es vaga: el candidato es la solución y no tiene que precisar cómo resolvería los problemas: ese es un mero problema de implementación.

Los panistas no se quedan atrás. Incapaces de gobernar, acabaron en las mismas corruptelas que sus predecesores, pero saturados de querellas internas y sin capacidad para construir soluciones. Grandes como oposición, siempre dispuestos a sumar, probaron estar más preocupados por sus moralinas que por gobernar.

El panorama explica la desazón y, quizá, las preferencias electorales expresadas en las encuestas: claramente, ningún partido o candidato satisface y éstos no perciben razón alguna por hacer planteamientos claros y precisos, susceptibles de convencer al electorado. No lo hacen porque no se quieren comprometer, porque temen perder adeptos entre sus huestes divididas y enconadas.

Tony Blair escribía hace unos días que “más que la derecha o izquierda tradicionales, la distinción que hoy importa es abierto vs cerrado. Las mentes abiertas ven a la globalización como una oportunidad… con desafíos que deben ser mitigados; las mentes cerradas ven al mundo externo como una amenaza.” ¿Surgirán candidatos capaces de explicar los dilemas con esa claridad y proponer acciones específicas para encarar los problemas y romper de una vez por todas con ese pasado nostálgico pero indeseable?

El país medio funcionó en las pasadas décadas porque el TLC proveía una fuente de certidumbre indisputable, en tanto que el mercado de trabajo estadounidense liberaba la presión social. Pase lo que pase con EUA en los próximos meses (y yo creo que será benigno), la certidumbre importada ya no será confiable. Ahora todo mundo sabe que ésta puede desaparecer y eso crea un momento de extremo riesgo, pero también de oportunidad: el riesgo de destruir todo lo existente (sin la penalidad que era inherente al TLC) y la oportunidad de encarar nuestros desafíos para construir fuentes de certidumbre fundamentadas en arreglos políticos internos.

Nuestro verdadero dilema es el mismo que hace cincuenta años, pero ya es ineludible. El país requiere una cabal transformación política fundamentada en una población efectivamente representada, un sistema de gobierno que le responda y un gobierno que tenga por propósito ese verbo ausente: gobernar.

Frente a esto, la oferta presidencial es la de ganar el poder, porque eso es lo que los priistas saben hacer; la de AMLO es la de atacar a la “mafia del poder,” porque esa es su obsesión; y la del PAN es un gobierno honesto y profesional, que no lograron articular cuando estuvieron en el poder. Ninguno comprende al país de hoy, ese que no requiere promesas, demagogia o moralinas redentoras. Requiere respuestas. El desafío es interno.

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