Frailes, un pueblo en crisis que se convirtió en vivero de emprendedoras
Frailes de Desamparados, en Costa Rica, es una localidad cuya principal actividad es la producción de café. Sin embargo, el bajo precio y una plaga que afectó al grano impactaron con fuerza en la comunidad. Pero un plan estratégico, liderado por el académico del TEC Johnny Poveda, cambió el destino de algunas mujeres de la zona y sus familias. No sólo eso, contribuyó a diversificar la economía del lugar.

El bajo precio del café y una plaga que afectó los cultivos del grano golpearon fuerte a los habitantes de Frailes de Desamparados, un poblado cercano a San José de Costa Rica, cuya economía giraba, precisamente, en torno a los cafetales. El desánimo cundía por esos pagos. Sin embargo, en esta comunidad se convirtió en certeza ese lugar común que algunas personas dicen como un intento fácil para aliviar los pesares de otros: “las crisis no son otra cosa que una oportunidad”.
En efecto, la crisis del café se convirtió en una suerte de renacimiento para varias vecinas de la localidad. Y es que gracias a un programa desarrollado por un grupo de investigadores del Tecnológico de Costa Rica (TEC), encabezados por Johnny Poveda, se aventuraron con pequeños emprendimientos que no sólo han cambiado el devenir de sus familias, sino que además han diversificado la actividad de la zona, aprovechando el potencial turístico, gastronómico y cultural.
La implementación de este proyecto fue exitosa. Son varios los casos de jefas de hogar que, a la luz de los favorables resultados, han terminado por arrastrar a esposos, hijos y otros parientes a sus negocios, dinamizando la economía local. De hecho, la a estas alturas célebre propuesta del profesor Poveda ha sido presentada en seminarios realizados en países como Alemania e Italia, y se está replicando en otra localidad de Costa Rica y pronto podría ejecutarse en México.
Pero, ¿en qué consiste el programa? De acuerdo a lo detallado por el académico, el origen de la iniciativa se remonta hace unos cuatro años atrás, cuando es la propia comunidad la que solicita la presencia de una universidad en la zona para mejorar sus condiciones en materia de empleo y generación de empresas. Posteriormente, un equipo multidisciplinario se congregó para analizar las necesidades del lugar y el diagnóstico arrojó que se estaban conjugando varios elementos que iban en contra de su desarrollo.
Así, junto a los problemas puntuales que afectaban a la producción del café, figuraban entre otros la desocupación, la consecuente migración desde los campos de grano hacia la ciudad y un aumento de los índices de delincuencia y drogadicción. Ese fue el punto de partida para el diseño de un plan estratégico que apuntara a revitalizar a Frailes de Desamparados.
Pronto, sin embargo, el equipo se dio cuenta que debía hacer frente a otra dificultad. “Una situación muy particular tuvo que ver con convencer a los señores caficultores de cambiar su actividad. Eso era bastante complicado porque, como buen país latinoamericano, había cierto nivel de machismo y no dieron su brazo a torcer, seguros de que el café era su negocio”, explica Poveda.
De este modo, se decidió acudir a las amas de casa, esposas de los caficultores, para crear un grupo piloto -que fue convocado abiertamente a través de la Iglesia Católica establecida en la localidad-, al cual se le impartiría una capacitación. Concurrieron al llamado 150 mujeres, pero la capacidad sólo daba para 50. De las que fueron seleccionadas, casi todas llegaron a las instancias finales del curso y recibieron la certificación.
“Lo primero fue un cambio de mentalidad. Muchas de las participantes tenían un nivel de escolaridad baja”, dice el investigador, y agrega que ese cambio de mentalidad pasó por internalizar la idea de que la actividad productiva que iban a iniciar tenía un fin superior más allá del dinero y que, incluso, podía redundar en la colaboración familiar.
Se trabajó entonces la motivación de las mujeres adscritas al programa. También la parte creativa, vista desde el punto de vista de una forma novedosa de solucionar los problemas asociados al plan de negocios. Entonces, se partió desde lo básico y cada participante respondió a las preguntas “¿qué tengo, con qué herramientas materiales cuento en este momento?” y “¿qué sé hacer?”. Eso, luego, se lo relacionó con oportunidades de mercado sin la necesidad de acudir, por ejemplo, a financiamiento por parte de la banca. “Todos los proyectos se gestionaron sin un centavo de crédito. Empezamos, poco a poco, con los recursos que teníamos”, declara Poveda.
Más tarde vino una fase práctica, con la puesta de sus productos o servicios en vitrina y el contacto con los clientes. En esta etapa la “universidad cumple un rol fundamental, porque le solicité a mis colegas que nos apoyaran con sus alumnos en (la enseñanza de materias como) estrategia empresarial, manipulación de alimentos, finanzas, etcétera”, complementa.
Otra fase del trabajo liderado por Poveda consistió en promover la asociatividad, pero en un sentido distinto al tradicional, donde los diversos negocios se transformaron, en la medida de lo posible, en proveedores de sus similares. Es decir, la señora que implementó un proyecto en el que recibe a turistas, le puede comprar pasteles a la mujer que se aventuró con una tienda de repostería para vendérselos a esos visitantes. El concepto se replica en todos los emprendimientos, haciendo marketing, promoción y escalamiento.
Finalmente, y dado que el TEC y el profesor Poveda no estarían para siempre acompañándolas, se creó el gremio de la Asociación de Mujeres Microempresarias Candetur. “Ellas siguen trabajando juntas y han tenido logros importantes. Uno de ellos es que firmaron un contrato con una empresa de ventas por catálogo que lleva a sus afiliados a un día de campo en Frailes, por lo que estuvo llegando un bus con turistas que se repartían en todas las iniciativas”, expuso el académico, añadiendo que, en la actualidad y así como en conjunto lograron ese contrato, también pueden acceder unidas a beneficios institucionales y a créditos en mejores condiciones respecto a si lo hicieran de manera individual.
No es todo. Los emprendimientos de estas mujeres han generado unos 45 empleos directos y unos 90 indirectos.
“Nos interesa muchísimo replicar el modelo. No importa dónde sea, nos gustaría sacarlo de Costa Rica para validarlo más. Aparte de eso, necesitamos enriquecerlo porque esto es lo que deberían hacer las universidades y comunidades, pero también la banca y los gobiernos locales y nacionales deben apuntar a lo mismo. Eso nos falta”, enfatiza Poveda.
Las historias de Carmiel y del Trapiche el Guacal
Maribel Barrios fue una de las alumnas de Johnny Poveda en Frailes de Desamparados. Pero antes de asistir a sus clases y a su programa, y además de su trabajo como jefa de hogar, ella se las ingeniaba para hacer y comercializar bizcochos y pan desde su casa. No obstante, su sueño era emprender con un negocio formal y establecido. Y lo logró. Hoy es propietaria de la Pastelería Carmiel, en la que ella efectúa las labores de repostería. Su esposo, José Alberto Méndez, quien antes se desempeñaba en faenas agrícolas, hoy se encarga de la panadería. Además, emplean a otras dos personas.
“Yo le decía a mí marido que dejara su trabajo y que se viniera conmigo, pero le daba un poco de temor. Al final lo hizo. La mitad de lo que tengo se lo debo a él y a su esfuerzo. Ya tenemos un año en este proyecto y, gracias también a la compañía de Dios, nos ha ido muy bien. Cada día levantan más las ventas”, asevera Maribel. “La experiencia ha sido genial. Desde que participé en el programa, nada ha sido lo mismo. Yo ahora pienso diferente”, complementa.
No hay que dormirse en los laureles parece ser la reflexión de esta microempresaria, porque tiene otros desafíos por delante. Además de estudiar y de perfeccionarse en contabilidad en una incubadora de negocios (“para llevar las cosas más ordenadamente”, dice), postuló y se ganó un capital semilla para comenzar el crecimiento a través de la compra de nuevos equipos. Asimismo, en el futuro planea concretar una ruta de reparto y distribución, junto con capacitarse para abrir una línea de productos especial para diabéticos.
Otro negocio surgido de este vivero de
emprendedoras es el Trapiche el Guacal, de Marjorie Núñez. La alternativa, una apuesta por el turismo rural, gira en torno a un trapiche, que es un molino movido por bueyes usado para extraer el jugo de la caña y del que se elabora un dulce. Junto con enseñarles a los grupos de visitantes el funcionamiento y el producto de ese artefacto, ella y su familia les hacen un tour que incluye paseos en carreta, juegos
tradicionales, gastronomía local, música, bailes típicos y el paso por una tienda en la que se expenden manualidades, joyería orgánica y otros artículos de los emprendedores de la zona.
“En este momento estamos empeñándonos duro para traer más turistas. Queremos darnos a conocer, de manera de ser más atractivos (…) Cada vez que viene un grupo nos aseguramos otra visita porque se llevan la tarjeta y nos recomiendan”, explica Marjorie, quien también consigna que junto a otras personas que se han animado a explorar esta opción, han unido fuerzas para posicionar a toda la comunidad. “Se produce un encadenamiento para trabajar aunados y ofrecer varios tours de diversas formas”, manifiesta.
Colaboran con ella su esposo, José Garbanzo, quien opera el trapiche, un tío y su hijo mayor, que cuando la universidad le deja tiempo libre hace los paseos en carreta. Los dos hijos menores apoyan si los deberes escolares se los permiten.
“Antes que comenzáramos con este proyecto estaba dormido el gran potencial que tenemos como comunidad, y ahora estamos viendo que hay mucha gente interesada en desarrollar y hacer crecer (el pueblo) con sus propios productos”, finaliza Marjorie.